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Cambio de ciclo

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Por fin, llegó el día. Con la votación de hoy culmina una de las campañas más extrañas, sorpresivas, y tensas de los últimos años. Una campaña que ha sido una montaña rusa de emociones y que ha despertado enconos y enfrentamientos impredecibles. Al menos en un país políticamente estable y en crecimiento como Uruguay. Tal vez el ciudadano de a pie no haya sentido lo mismo, incluso para los dirigentes de primera línea no haya sido tan crudo. Pero es seguro que periodistas y testigos interesados, sentirán un alivio importante cuando esta noche cierren las urnas. Ahí, la tensión y la exasperación, pasarán a quien tenga la fortuna de salir vencedor.

Es que gane quien gane, el panorama por delante luce lleno de incertidumbres. Bien distinto a lo que se vivió en los últimos años.

Por un lado, la economía muestra cada vez más señales amarillas. La producción industrial, el crecimiento económico, las ventas al exterior y hasta los ingresos por turismo vienen para abajo. La compet

Por fin, llegó el día. Con la votación de hoy culmina una de las campañas más extrañas, sorpresivas, y tensas de los últimos años. Una campaña que ha sido una montaña rusa de emociones y que ha despertado enconos y enfrentamientos impredecibles. Al menos en un país políticamente estable y en crecimiento como Uruguay. Tal vez el ciudadano de a pie no haya sentido lo mismo, incluso para los dirigentes de primera línea no haya sido tan crudo. Pero es seguro que periodistas y testigos interesados, sentirán un alivio importante cuando esta noche cierren las urnas. Ahí, la tensión y la exasperación, pasarán a quien tenga la fortuna de salir vencedor.

Es que gane quien gane, el panorama por delante luce lleno de incertidumbres. Bien distinto a lo que se vivió en los últimos años.

Por un lado, la economía muestra cada vez más señales amarillas. La producción industrial, el crecimiento económico, las ventas al exterior y hasta los ingresos por turismo vienen para abajo. La competitividad en caída, el déficit fiscal en alza. En general, la sensación de que el camino por delante será bastante más incómodo que el que se dejó atrás. Sobre todo a la hora de encarar reformas fundamentales para el país, como en la educación, en el aparato estatal, en infraestructura, que durante este período fueron protagonistas en los discursos, pero ausentes en las concreciones.

Y el barrio no parece que vaya a ayudar. La situación política y económica de Argentina, nuestro histórico karma vecinal, parece que seguirá como siempre: al filo de la bancarrota, al filo de la crisis política final, siempre al filo. Lo cual, está claro, hace imposible una planificación medianamente sensata para responder a lo que de allí pueda venir. Y la esperanza de que tras las próximas elecciones llegue allí un gobierno menos bipolar, son eso, nada más que esperanzas.

Pero el panorama en el otro gran vecino, Brasil, tampoco habilita grandes expectativas. El nuevo período de Dilma Rousseff se inicia en medio de turbulencias y de una debilidad inesperada. Con la explosión en cadena de un escándalo de corrupción en Petrobras que cada día trae nuevas implicancias, con protestas callejeras pidiendo impeachment, hasta ahora débiles pero ruidosas, y con una situación económica enclenque. La elección para el ministerio de Economía de un técnico “liberal”, si bien da tranquilidad de que no se harán locuras, augura un período de estrechez y ajuste de cinturón en el vecino.

Si gana Tabaré, tendrá la tranquilidad relativa de las mayorías propias. Tendrá además la ventaja de la experiencia y de conocer de primera mano la situación real de las distintas oficinas del gobierno. Incluso la probable continuidad de algunos jerarcas, cosa en algunos casos deseable, en otros no tanto. Pero lejos estaría de ser un gobierno fácil. El equilibrio que dejó la primera vuelta electoral hace que a Vázquez se le haya complicado mucho el clima interno, con un MPP agrandado por los votos, con un caudillo como Mujica que un día se despierta y dice una cosa, y después de la siesta puede girar 180 grados, y que tiene un entorno más sectario y con menos cintura. Ante la delgadez de la bancada “astorista”, el eje de poder parece quedar en manos del sector de Sendic.

Si gana Lacalle Pou tendrá la ventaja de arrancar de cero. De ser una cara nueva y tener la excusa ideal para imponer cambios y sacudir la modorra. Pero con la obvia dificultad de lidiar con un parlamento hostil, un mundo sindical más hostil aun, y un ambiente mediático e intelectual directamente enemigo. Esto además de un período económico que no parece dejar márgenes para ensayos errados. En cualquier caso, teniendo en cuenta los augurios de las cuestionadas encuestas, su chance es tan remota que en caso de darse la victoria, sería un sacudón inmenso y difícil predecir sus consecuencias.

Ahora bien, cualquiera que gane tendrá un desafío particular, que será cerrar heridas que esta campaña ha sembrado en el tejido social. Donde agravios tan poco habituales en este país, como “pitucos” o “populistas” han cavado un foso en la habitualmente serena convivencia nacional. Un foso profundizado por algunos dirigentes políticos que, curiosamente, han sido premiados por ello en las urnas. El presidente Mujica parece haberse dado cuenta de ello en las últimas horas, haciendo una apelación a recobrar la serenidad y respetar al rival de turno. Un cambio radical de cuando él mismo llamó “alma podrida” y otras bellezas a esos mismo rivales.

Esa, tal vez, sea la tarea más ardua y la más urgente para quien hoy tenga la fortuna de ser elegido por una mayoría para administrar el gobierno los próximos cinco años.

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Martín Aguirre

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