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La caja de Pandora

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En el otoño de 1973 el proceso de dictadura iniciado el 9 de febrero avanzaba a paso seguro. La ROE, que no creía en el golpe peruanista y ni siquiera en el FA, decide “el repliegue” a Buenos Aires y mediante el “Acta de Abril” -nunca les faltó pompa para las denominaciones-, se pautó quiénes saldrían y quiénes se mantendrían en la trinchera interior. Gerardo Gatti, otros dirigentes y la militancia clandestina del OPR-33, fueron los primeros en salir.

En el otoño de 1973 el proceso de dictadura iniciado el 9 de febrero avanzaba a paso seguro. La ROE, que no creía en el golpe peruanista y ni siquiera en el FA, decide “el repliegue” a Buenos Aires y mediante el “Acta de Abril” -nunca les faltó pompa para las denominaciones-, se pautó quiénes saldrían y quiénes se mantendrían en la trinchera interior. Gerardo Gatti, otros dirigentes y la militancia clandestina del OPR-33, fueron los primeros en salir.

Era el momento Cámpora de la Argentina. Recién salidos del gobierno militar y con “el tío en el gobierno y Perón en el poder”, la izquierda vivía un efímero momento de ilusión, antes de la pesadilla.

También estos uruguayos tuvieron una cortas vacaciones. La evacuación incluyó “en muchos casos la de su entorno familiar más próximo; la presencia de la pareja, los hijos o, más raramente, los padres ayudaba a sobrellevar con cierta normalidad el exilio: los paseos familiares, las caminatas por parques y plazas, la celebración de los cumpleaños, las salidas al cine… convivían con el activismo político”. (G. Reigosa Pérez). Esta realidad, de horribles consecuencias, sería expuesta desdeñosa y ordinariamente por el coronel (r) Gilberto Vázquez, uno de sus represores: “Los tipos fueron a la guerra con la mujer y niños chicos. Encima la embarazaban y la metían en el baile, una cosa que a un militar no se le pasa por la cabeza. Mi mujer no sabe nada de nada, y mis hijos menos”. Pocos ejemplos pueden significar tanto como este respecto al voluntarismo revolucionario enfrentado a máquinas de guerra profesionales.

Ahora, el esfuerzo estaba puesto en la fundación de un nuevo partido. La principal cabeza teórica era Gerardo Gatti, que sumó el aporte del grupo Pasado y Presente, creyente de un “marxismo gramsciano” integrado por nombres que aún hoy tienen peso intelectual en la Argentina y la región: José Aricó, Juan Carlos Portantiero, José Nun o Eliseo Verón.

Pero, a pesar del entusiasmo teórico, “no había un mango”. Entonces se reorganizó un pequeño aparato armado, dirigido por Alberto Mechoso, junto a Iván Morales, y Adalberto Soba. Optaron que el mejor camino para hacer finanzas era el “aprétesis”, los secuestros.

El primero fue el de Nelson Laurino, Gerente General de Pepsi Cola Buenos Aires (31 de julio de 1973). La compañía se negó a cualquier negociación a pesar de retenerlo hasta noviembre, cuando optaron por liberarlo sin contrapartida. Intentaron con otro, también fallaron. Para peor les costó la caída de tres secuestradores procesados como delincuentes comunes; un alivio para una organización cuyos miembros gozaban de la protección del asilo político.

El tercero fue un éxito. Gerardo Gatti planificó, Alberto Mechoso, Adalberto Soba, Iván Morales, Jorge Zaffaroni, Carlos Goessens y una compañera que logró franquear la entrada a la casa de la víctima disfrazada de monja, ejecutaron. El 16 de marzo de 1974 secuestraron al barraquero Federico Hart. En su literatura de virtudes, los autores afines justifican que el hombre merecía el “aprétesis” puesto que en Uruguay, en 1957 y 1958, la Federación Obrera de Lanas y una Comisión Investigadora de la Cámara de Diputados le habían acusado de enriquecerse con el contrabando de vellón. Las negociaciones duraron hasta septiembre. Hart fue liberado y no hubo denuncia alguna, aparentemente.

Recibieron diez millones de dólares por el rescate. Los uruguayos habían subido al podio de los secuestros: fue el tercero en importancia, precedido de los 60 millones que Montoneros obtuvo de Bunge & Born y los 14 que el ERP sacó por el empresario Samuelson de la Esso.

La cifra es imponente. Convertido a valores actuales, ese pequeño grupo radical tenía 75 millones de dólares. Eran capaces de poner patas para arriba al Uruguay entero. La literatura de virtudes sostiene que el dinero fue cautamente administrado por la organización, que adquirió algunas propiedades y negocios, dio sustento a los militantes clandestinos, realizó actividades de propaganda y por supuesto tenía dinero como para innumerables congresos fundacionales. Dos años y medio más tarde, la mitad del dinero aún estaba a buen recaudo en la casa de Mechoso.

Pero la Argentina ya no era el país eufórico que recibió a los primeros exiliados. Los peronistas se mataban entre ellos y desde septiembre de 1974, muerto Perón, el hombre fuerte es José López Rega, capo de la Triple A.

En medio del fervor teórico un hecho distrajo su atención. Aquel 1975, “Sesquicentenario de los Hechos Históricos de 1825”, “año de la orientalidad”, para los militares uruguayos era el momento justo de recuperar la bandera de los 33, robada por el OPR-33 en 1969 y mantenida a buen resguardo en Buenos Aires.

En Montevideo se encontraban procesados varios de sus principales dirigentes. El poderoso general Esteban Cristi les hizo saber que estaba dispuesto a otorgarles la libertad en un máximo de año y medio, a cambio de la bandera. Como prueba de honor, les mostró un acta con su firma.

En Memorias de la Resistencia, el dirigente Hugo Cores, cuenta que discutió el caso con Gerardo y Mauricio Gatti: “No creí ni creyeron los otros dos compañeros, que tuviera ninguna viabilidad un trato como el que se proponía, […] no tenía el menor sentido realizar un acto de buena voluntad con los jefes del proceso. […] Allí mismo le entregué a Gerardo mis mociones para el Congreso” (pp. 155 y 156).

En respuesta, el diligente Cnel. Dr. Federico Silva Ledesma se encargaría de aumentar considerablemente las penas de los negociables.

Mientras tanto, en Montevideo el Cnel. Jorge Silveira (a) Pajarito les decía a los detenidos: “¿Sabés qué están haciendo tus compañeros en Buenos Aires? Yo sí. Se mandaron varias grandes y están forrados de guita”.

¿Cómo lo sabía? Si la familia Hart guardó silencio. Según Cores, “el hecho es que nunca se hizo denuncia policial ni judicial”. Finalmente, en junio del 75 se celebró el Congreso Fundacional en un ambiente “de entusiasmo y de compromiso”. Había nacido el PVP, Partido por la Victoria del Pueblo.

También se había abierto la caja de Pandora.

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Luciano Álvarez

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