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Cadenas y cacerolas

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El resumen de la semana obliga a hablar sobre la cadena nacional del presidente Vázquez. Y sobre el “caceroleo” de magnitud variable y discutible que se organizó al mismo tiempo. Ambos gestos dicen mucho sobre el clima político en Uruguay hoy, marcado por la agresividad, el olor a naftalina, y la falta de respeto por el que piensa distinto.

El resumen de la semana obliga a hablar sobre la cadena nacional del presidente Vázquez. Y sobre el “caceroleo” de magnitud variable y discutible que se organizó al mismo tiempo. Ambos gestos dicen mucho sobre el clima político en Uruguay hoy, marcado por la agresividad, el olor a naftalina, y la falta de respeto por el que piensa distinto.

Para empezar, una cadena nacional como la que vimos, en pleno año 2017, es tan anacrónica como prepotente. Lo anacrónico se muestra en la imagen dura, fija, casi de estatua, con la que el Presidente pretende hablar durante 41 minutos a una sociedad que, en esta era de comunicación acelerada y estímulos por doquier, tiene la capacidad de atención de un colibrí. Hasta los gráficos sobreimpresos, la gran novedad técnica del mensaje, lucían antiguos y sepia. Por no hablar del final, con Vázquez sentado de refilón en ese sillón señorial, con pose de abuelo canchero. La gran pregunta es, el que pensó en esa puesta en escena ¿qué estaba buscando transmitir?

Pero hay otro tema central. Son tantas las vías de escape que existen hoy ante la imposición de un mensaje en canales de TV abiertos y radios, que difícilmente una cadena de este tipo sea vista más de 5 minutos por alguien que no tenga mucho interés en el tema. ¿No es mejor (y más republicano) hacer una ronda de entrevistas por distintos medios?

Esto nos lleva al aspecto prepotente. Tal vez en otro tiem- po fue diferente, pero en estas fechas el hecho de que un político, por más que sea el Presidente de la República, se arrogue el derecho de ocupar “de pesado” todo el espectro televisivo y radial para hacer 41 minutos de propagan- da partidaria vestida de balance, resulta de una agresividad chocante. Es como decir “te encajo este choclazo y te lo vas a tener que bancar, sí o sí”. Sería interesante saber cómo anduvo el tráfico de Netflix en ese rato.

Pero lo del “caceroleo” no fue mucho más constructivo. Guste o no guste él, su gobierno, o su partido político, Tabaré Vázquez es el Presidente de la República, electo en forma democrática hace apenas dos años. Si el tipo decide comunicarse con la población formalmente, organizar una protesta que implica salir a la calle y hacer ruido al mismo tiempo es decirle a él (y a esa mitad del país que lo votó) que no lo vas a escuchar, que preferís que nadie lo escuche, y que no te importa lo que tenga para decir. O sea, es la muerte del diálogo y el respeto mutuo que se supone debe marcar a un sistema democrático.

Ojo. Esto no es para darle un palito a cada uno y hacerse el equilibrado, tal cual está en boga entre muchos. Este gobierno viene pegando bastante más en la herradura que en el clavo, y la gente tiene mucho derecho a estar caliente después de cómo se le mintió en campaña pintándole un panorama rosa para encajarle un ajuste fiscal a los pocos meses. Pero las formas y el respeto son algo central para la vida política civilizada. Algo que estamos perdiendo de manera acelerada en este país, donde muchos miran a Trump y lo que pasa en algunos países de Europa y salen a batirse el pecho como si viviéramos en un paraíso, pero se dan media vuelta y se convierten en barrabravas políticos peor que Le Pen o el peludo ese de Podemos en España.

Por supuesto que este clima de agresividad e intolerancia fue lo que marcó luego las reacciones al mensaje presidencial. Es difícil saber si ese clima se potencia hoy por las redes sociales, o si antes era igual solo que no había forma de palparlo en directo. Pero hay que tener estómago resistente para tolerar sin apoyo de la química las cosas que hubo que ver en las horas posteriores a la cadena.

Figuras públicas, jerarcas de organismos estatales, y hasta legisladores, lanzando mensajes ridículos, proponiendo divisiones éticas en función del barrio en que se vive, hablando de “privilegiados de Pocitos” versus laburantes del Cerro. Más allá de que el Frente Amplio ha tenido bastiones electorales históricos en los barrios costeros, lo más divertido es notar que muchos de esos fiscales de la moralidad barrial, son tan nacidos y criados al sur de avenida Italia como muchos votantes de Lacalle Pou y Bordaberry. Pero, qué confortable y cómodo que es sentirse mejor que el vecino de toda la vida, ese con el que se juega al fútbol o se toma una cerveza cada semana, solo porque cada cinco años se pone un papelito de otro color en la urna. ¿No?

Hay cosas que no van a cambiar nunca. La política es una actividad confrontativa, donde se presupone un choque de ideas, donde la pasión ocupa un rol central. El gobierno siempre va a decir que todo lo que hace es mágico, la oposición siempre va reclamar que la cosa se podría hacer mejor, y la gente en general siempre va a estar caliente porque ningún partido ni ningún político tiene la varita mágica para resolverle la vida a todos. Pero esa exigencia social razonable es lo que lo obliga a esforzarse y trabajar a fondo. Luego viene la fase electoral donde la ciudadanía deberá juzgar el desempeño y aplicará premio o castigo en las urnas. Ahora bien, si este es el clima a esta altura del partido, a dos años largos de la próxima elección, la conclusión que queda es ¡qué campañita nos espera!

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Martín Aguirre

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