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Brutalidades y disparates

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Ocurrió hace una semana. En el Compen -ex Comcar-, presos de la celda 6 arremetieron contra la celda 8, agredieron a las PPL -“personas privadas de libertad”- que estaban adentro, e incendiaron el cuartucho entero, apuñalando y calcinando al autor de tres crímenes de la misma laya cometidos en la cárcel cuatro años atrás.

Ocurrió hace una semana. En el Compen -ex Comcar-, presos de la celda 6 arremetieron contra la celda 8, agredieron a las PPL -“personas privadas de libertad”- que estaban adentro, e incendiaron el cuartucho entero, apuñalando y calcinando al autor de tres crímenes de la misma laya cometidos en la cárcel cuatro años atrás.

Ocurrió hace una semana, pero ya no es noticia ni conmueve. Es que la agresión súbita, espasmódica, se ha hecho habitual en las cárceles. Hasta los rapiñadores se quejan de que “ya no hay códigos”. Unos ociosos contra otros ociosos. En lo que va de 2016, hubo en nuestras cárceles 31 asesinados y más de 70 heridos por cortes y quemados con teas de polifón. Ese horror por goteo, se nos recorta sobre el espectro de los 12 muertos que en la cárcel de Rocha dejó el incendio -impune- de julio de 2010.

Los comisionados parlamentarios -antes Álvaro Garcé y ahora Juan Miguel Petit- han denunciado el contexto que genera estas tragedias, pero su clamor ha rebotado siempre contra la indiferencia. Hoy es imperioso que la Fiscalía y el Juzgado de Turno indaguen la responsabilidad funcional de las autoridades que permitieron que, en Santiago Vázquez, tres o cuatro guardias quedaran “regalados” en la custodia a 800 presos de un módulo, sin luces ni extintores.

La apatía nacional ante la barbarie carcelaria es hermana gemela de la resignación ciudadana frente a los asaltos y asesinatos de inocentes. ¿La ciudadanía cayó en la abulia por aburrimiento ante más de lo mismo? Solo en parte, porque los reflejos decaen con la repetición, pero mucho más decaen con la bajada de guardia aparejada por la caída cultural.

Las exigencias normativas de la moral y el Derecho han sido reemplazadas por ideologías deterministas y materialistas -¡no sólo de izquierda!-, las cuales, al atribuir las desgracias a supuestas causas económico-sociales, minimizan la responsabilidad personal, anestesian la sensibilidad e inducen a justificar desgracias y horrores.

Una muestra gratis de esa mentalidad la entregó públicamente una integrante del Instituto Nacional de Rehabilitación que, ante los desbordes carcelarios, espetó que la violencia “también existe en otras instituciones públicas. Por ejemplo, en la escuela: si no tenés moña no te dejan entrar, eso también es violencia institucional”.

Si alguien que integra “el sistema” no siente la diferencia que hay entre la luz de la inspiración igualitaria de la escuela pública y la lobreguez del sistema carcelario, ¿no es palpable que, además de la roña “pastabasera” incrustada en las cárceles, sufrimos una fenomenal crisis valorativa?

Ante este cuadro, solo una inmensa batalla conceptual podrá remover los errores de base que empobrecieron el pensamiento y los reflejos de esta República, que una vez quiso ser feliz y justiciera y hoy no realiza el ideal de nadie, ni cristiano ni ateo, ni socialista ni capitalista, ni blanco ni batllista.

La batalla nos exigirá recuperar la vigencia concreta de la Constitución, que nos manda asegurar la vida, la libertad, la salud y la propiedad, y tener cárceles que sirvan para reeducar y no torturar.

Es que a la vista está: las brutalidades de adentro y afuera de los módulos penales reflejan fielmente el sórdido disparatario desde el cual vivimos.

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Leonardo Guzmán

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