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Benjamín Nahum

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Subió con paso firme, alto y ligeramente encorvado (las horas de lectura y archivo siempre se pagan con la columna vertebral), a recibir el Bartolomé Hidalgo a la trayectoria.

Subió con paso firme, alto y ligeramente encorvado (las horas de lectura y archivo siempre se pagan con la columna vertebral), a recibir el Bartolomé Hidalgo a la trayectoria.

Con voz clara y bien modulada, agradeció con humildad. Recordó a José Pedro Barrán, su gran compañero de ruta. Agradeció el respaldo que arriesgadamente les brindara la editorial Banda Oriental. Ratificó la alegría de ser docente, por vocación y convicción. Elogió el respaldo de su esposa para que el hogar funcionara y para que su única hija -la recordada Ana Nahum- tuviera una esmerada educación. Luego de esa sencilla síntesis entre lo académico y lo doméstico, bajó con su estatuilla y se perdió entre quienes se acercaron a saludarle.

“Encuentro con la Historia”, presentado en estos días en la feria del Libro, contiene varias entrevistas que dan cuenta de esa trayectoria de Benjamín Nahum, de sus procesos de investigación, así como de sus recuerdos personales sobre el tiempo que le tocó vivir. Hijo de un judío sefaradí que llegó con 18 años a Uruguay, procedente de Turquía, creció en un barrio que era el fiel reflejo del Uruguay de la inmigración. “Y claro, el ideal de todos los que vivíamos en el barrio (italianos, gallegos, armenios, algún turco …) era que los hijos estudiaran, porque ninguno de ellos había podido estudiar. Y la verdad es que la sociedad uruguaya daba lugar al ascenso cultural, que significaba para todos ellos un escalón en el ascenso económico o social; salir de los trabajos manuales, no porque no les gustara, porque todos los hacían, uno era carpintero, el otro era sastre, el otro era hojalatero, el otro era zapatero.”

La juventud de sus entrevistadoras lo obliga a aclararles: “No te creas que era muy común el hecho de la educación primaria gratuita, como se hizo acá, y obligatoria, además. No había asignación familiar para el que iba a la escuela, iba, punto, pero empujado por sus padres, sorprendidos de tener esa ventaja”.

Luego vinieron los años de liceo, la biblioteca del Instituto Alfredo Vázquez Acevedo (IAVA), la de los profesores que invertían en libros y los prestaban, las lecturas en el francés que se aprendía en los cuatro años de Secundaria, las largas horas diarias dedicadas a investigar, los siete tomos que escribieran entre 1967 y 1978: la monumental “Historia rural del Uruguay moderno”, que hizo de la dupla José Pedro Barrán- Benjamín Nahum sinónimo de rigor y de renovación historiográfica.

Hoy, ya retirado de la Universidad pero no de los libros, confiesa sentir -a esta altura de su prolífica vida- lo que el novelista Henning Mankell expresó con dolorosa melancolía: que a su alrededor crece una sociedad que le resulta ajena.

Aquella espalda que veía alejarse entre el público presente en el Salón Azul de la Intendencia, era producto de un afán de superación propio de otro Uruguay. De otro mundo, en realidad, en el que nadie precisaba advertir -como lo hizo el presidente Barack Obama esta semana- que la ignorancia no debía confundirse con “autenticidad” ni con desafío alguno a la “corrección política” (entendida como impostura); y no precisaban hacerlo porque entonces no prosperaban los antiintelectualismos.

Aplausos para un intelectual inmenso, hijo del Uruguay de aquellas cercanías que alguna vez tuvimos.

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Ana Ribeiro

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