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Beatas y víctimas de la guerra civil

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En la historia del catolicismo uruguayo hay beatos, pero no santos. Del tema se habla actualmente a propósito de la memoria del “Padre Cacho”, un sacerdote que dedicó su vida a ayudar a los pobres y que la Iglesia acaba de poner en camino a la santificación. En tanto, la lista de beatos sigue inconmovible: Francisca Rubatto, fundadora de las Hermanas Capuchinas, aún recordada en el barrio Belvedere por su gestión social; y Consuelo y Dolores Aguiar Mella, declaradas mártires por el Papa Juan Pablo II en 2001.

En la historia del catolicismo uruguayo hay beatos, pero no santos. Del tema se habla actualmente a propósito de la memoria del “Padre Cacho”, un sacerdote que dedicó su vida a ayudar a los pobres y que la Iglesia acaba de poner en camino a la santificación. En tanto, la lista de beatos sigue inconmovible: Francisca Rubatto, fundadora de las Hermanas Capuchinas, aún recordada en el barrio Belvedere por su gestión social; y Consuelo y Dolores Aguiar Mella, declaradas mártires por el Papa Juan Pablo II en 2001.

Recordemos este último caso, en general ignorado por razones que rozan lo político más que lo religioso. ¿Quiénes fueron Dolores y Consuelo Aguiar Mella? Hijas del abogado español Santiago Aguiar Mella, quien vino a Uruguay con el financista catalán Emilio Reus, y de Consolación Díaz Zavalla, nacieron en Montevideo con un año de diferencia a fines del siglo 19. Poco antes de entrar en la adolescencia ambas hermanas emigraron a Madrid con su familia, aunque nunca desanudaron lazos con su país natal. Su hermano, Teófilo, fue vicecónsul honorario de Uruguay, y ellas mismas conservaron su nacionalidad de origen, con su pasaporte uruguayo en regla hasta el día de su muerte.

Educadas con las hermanas Escolapias en el barrio madrileño de Carabanchel quedaron ligadas a esa orden religiosa en calidad de “laicas operadoras”. Nunca tomaron los hábitos, como se dijo alguna vez, sino que optaron por colaborar en la obra humanitaria que las monjas desplegaba en la periferia de la capital española. A comienzos de la guerra civil española, en 1936, las Aguiar Mella fueron hostigadas por milicianos como parte de la persecución religiosa desatada en algunas zonas republicanas. Franco se había alzado contra la República Española y tomado varias provincias por las armas, pero Madrid seguía fiel a un gobierno constitucional incapaz de contener los abusos de sus partidarios contra los religiosos.

El 19 de setiembre de 1936 una patrulla de milicianos, arrestó a Dolores y a Consuelo cuando llevaban alimento al convento de las Escolapias, sitiado por un grupo de anarquistas. Los esfuerzos de Teófilo por liberarlas fueron inútiles pese a que exhibió su condición de diplomático e insistió en que ellas tenían nacionalidad uruguaya, un país totalmente ajeno a la contienda. Al día siguiente los cuerpos de las hermanas fueron hallados en un descampado. Habían sido torturadas hasta la muerte. A pesar de la fuerte tendencia pro republicana de la opinión pública uruguaya, la noticia causó indignación en Montevideo. En protesta por el doble asesinato el gobierno uruguayo rompió relaciones con la República Española, situación que se prolongó durante la guerra civil.

“Por su fe y convicciones cristianas fueron detenidas y martirizadas”, diría décadas después Juan Pablo II al anunciar desde el Vaticano la beatificación de ambas hermanas. La noticia tuvo escaso eco en nuestro país y pocos evocaron entonces el sacrificio de esas mujeres a manos de un grupo de bárbaros. Aunque la condición de republicanos de los asesinos evitó quizás que se cargaran las tintas sobre el episodio, las simpatías políticas hacia ellos y su causa no deberían servir de excusa para mitigar la gravedad del crimen cometido.

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Antonio Mercader

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