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De Batlle a Bonomi

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La que pasó, bien podría haberse llamado “la semana de la B”. Es que la agenda estuvo marcada por la muerte del ex presidente Batlle, y por la interpelación al ministro Bonomi llevada adelante, además, por el senador... Bordaberry. El único tema no marcado por este sello alfabético fue la salida de los jugadores de la selección, declarando casi una guerra abierta contra Tenfield. Tema que, para integrarlo a la consigna, podríamos titular sin riesgo como “Basta”.

La que pasó, bien podría haberse llamado “la semana de la B”. Es que la agenda estuvo marcada por la muerte del ex presidente Batlle, y por la interpelación al ministro Bonomi llevada adelante, además, por el senador... Bordaberry. El único tema no marcado por este sello alfabético fue la salida de los jugadores de la selección, declarando casi una guerra abierta contra Tenfield. Tema que, para integrarlo a la consigna, podríamos titular sin riesgo como “Basta”.

De Batlle, a esta altura, queda poco por decir. El reconocimiento póstumo a su figura, merecido y justificado, se ha mezclado con reacciones mezquinas, tan pequeñas como la relevancia de sus autores. O la discusión sobre que hubo más días de duelo para Chávez que para quien piloteó el timón del país en la peor crisis del último siglo. Por la positiva, vale decir que el discurso del presidente Vázquez en el Parlamento fue el más sentido y profundo que el autor le haya escuchado hasta ahora.

A diferencia de casi todo el Uruguay, no hay anécdotas personales que contar con Batlle. No hubo coincidencias espaciales que habilitaran ese lujo. Pero si hay algo que destacar de su carrera, es que debe haber sido el político que más gente de valía ha acercado a la vida pública. En un país donde los líderes de los últimos 30 o 40 años han tenido en común haber expulsado a cualquiera que pudiera hacerles sombra, ese es un detalle que habla de una grandeza fuera de lo común.

El otro gran tema de la semana fue la interpelación al ministro Bonomi. Algo así como la séptima desde que está en el cargo, coincidiendo con la subida del tema de la seguridad al tope del ranking de preocupaciones de los uruguayos.

Para empezar, un tema formal. A esta altura ya se puede asegurar que la forma en que se realizan las interpelaciones es anacrónica. En tiempos donde la gente tiene márgenes de atención tan reducidos, dedicar 17 horas a una discusión política solo puede ser contraproducente. ¿Realmente nadie puede decir lo que tiene para decir en media hora? ¿Son necesarios todos esos discursos eternos? ¿No interesa llegarle a la gente?

Parece utópico, pero si no se encara una reforma de la tarea legislativa que la adecue a los tiempos actuales, la misma parece condenada a hundirse cada vez más en una peligrosa intrascendencia. Y es una pena, porque en ese pantano de palabras, hubo conceptos realmente importantes que hubieran merecido una atención central de la ciudadanía.

Tanto el senador interpelante, Bordaberry, como varios otros dirigentes de la oposición dijeron cosas trascendentes. En el oficialismo hubo picos de relevancia como la intervención del senador suplente Paternain, con quien se puede coincidir o no, pero no dudar de su seriedad y manejo del tema. Incluso a la hora de abordar su vieja polémica con el interpelado en relación al “toqueteo” de los números sobre delitos.

Como contraste, uno de los valles más profundos fue sin duda la intervención del senador De León, acusando a los medios de ser culpables de la “sensación de inseguridad”. Incluso con lo caro que nos sigue saliendo su aventura norteña, es casi como para pedirle que se vuelva a Alur.

Ahora bien, en cuanto al choque Bonomi-Bordaberry, hubo cosas que a esta altura parecen ilevantables por parte del ministro. Una de ellas es sin dudas lo poco creíble que resulta su intento por erradicar la violencia del fútbol cuando su esposa mantiene un vínculo tan cercano como admitido con figuras de la “barra brava” de Peñarol. Más allá de gustos o colores políticos, en cualquier país en serio, una declaración como la que leyó Bordaberry de la esposa de quien maneja las fuerzas de seguridad, terminaría de forma inmediata con su gestión. Sin matices.

Pero hay otro tema más profundo. Por encima de malabarismos estadísticos, y esa práctica absurda de mezclar violencia familiar con delincuencia (¿no ponemos policías en los estadios pero vamos a poner uno en cada hogar?) la realidad es que Bonomi lleva siete años en el cargo, ha tenido recursos y apoyo político como nunca, y los resultados brillan por su ausencia. Se podrá argumentar que es un tema muy complejo, que tiene una base sociológica difícil, y todas las excusas del mundo. Pero en algún momento hay que dejar de lado los fanatismos y evaluar a nuestros jerarcas públicos.

En un país con la escala de Uruguay, que con todo el respaldo que ha tenido este ministerio, sigamos con las cifras de delito que tenemos no parece razonable. Como en todos los aspectos de la vida, hay ciclos que se cumplen, y a esta altura parece claro que hace falta un cambio en el manejo del tema seguridad. Si no, a este ritmo, y para retomar la consigna del inicio, “nos vamos a la B”.

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Martín Aguirre

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