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El sábado pasado se cumplieron 42 años del golpe de Estado de 1973. El tema fue objeto de los comentarios usuales en el mundo político y en la prensa. Nadie parece haber notado, en cambio, que al día siguiente se cumplía una fecha más importante y, a diferencia de la anterior, muy digna de festejo. ¿Dime qué conmemoras y te diré quién eres?

El sábado pasado se cumplieron 42 años del golpe de Estado de 1973. El tema fue objeto de los comentarios usuales en el mundo político y en la prensa. Nadie parece haber notado, en cambio, que al día siguiente se cumplía una fecha más importante y, a diferencia de la anterior, muy digna de festejo. ¿Dime qué conmemoras y te diré quién eres?

El domingo se cumplieron treinta años, tres meses y 28 días de funcionamiento ininterrumpido de las instituciones democráticas. Este período empezó el 1° de marzo de 1985, cuando Julio María Sanguinetti asumió por primera vez como presidente de la República, y felizmente dura hasta hoy.

Treinta años, tres meses y 28 días es un día más de lo que duró el anterior período de estabilidad institucional. Aquella etapa empezó el 1° de marzo de 1943 (cuando Juan José de Amézaga asumió como presidente constitucional tras el gobierno de facto de Alfredo Baldomir) y concluyó cruelmente el 27 de junio de 1973 (aunque las instituciones venían heridas desde febrero).

De modo que, para decirlo en términos deportivos, hemos mejorado la marca previa. Pero no solo eso. Además ocurre que, en toda la historia del país, solo hay un período de continuidad institucional más prolongado que este. Se trata del lapso que va entre el 1° de marzo de 1899, cuando Juan Lindolfo Cuestas asumió como presidente constitucional, y el golpe de Gabriel Terra en marzo de 1933. Allí corrieron 34 años. Pero esos años estuvieron cargados de crisis políticas, la más importante de las cuales fue la revolución de 1904. Quiere decir que hoy vivimos el período más largo de paz política y pleno funcionamiento institucional que hemos conocido.

Este aniversario (y el silencio que lo rodea) merece al menos tres reflexiones.

La primera es sobre el presente: enredados en mil conflictos y discusiones de coyuntura, los uruguayos no nos estamos dando cuenta de que vivimos un momento histórico excepcional. Con la democracia tiende a ocurrir lo mismo que con la salud: no la valoramos plenamente mientras la tenemos. O dicho a la inversa: solo la apreciamos en toda su dimensión cuando la perdemos. Ese es un aprendizaje que muchos uruguayos hicieron a partir de 1973. Ojalá nunca tengamos que repetirlo.

La segunda reflexión es sobre el pasado. Si bien los uruguayos nos sentimos orgullosos de nuestra larga tradición democrática (y es cierto que hemos tenido más años de democracia que muchos otros países, incluyendo varios europeos) a lo largo de nuestra historia hemos tenido más quiebres y tropiezos de los que nos gusta recordar. Nuestra democracia está lejos de ser a prueba de balas.

La tercera reflexión tiene que ver con el futuro: así como podemos sentirnos orgullosos de lo que hemos construido en estas décadas, también tenemos que andar con cuidado. Al orden democrático hay que protegerlo todos los días. Y eso supone cosas tan importantes como tomarnos en serio los límites constitucionales (en lugar de verlos como obstáculos molestos), asumir que lo político debe estar siempre subordinado a lo jurídico (lo que implica respetar la independencia del Poder Judicial), aceptar sin reservas los pronunciamientos electorales (tanto los que se expresan en elecciones como mediante referéndum) y cuidar la calidad de nuestro debate público.

Tenemos buenas razones para no dejar pasar una fecha tan especial en silencio.

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Pablo Da Silveira

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