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La baranda del Titanic

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Abrir el debate ideológico: esa es la clave para sacar al país de la siesta intelectual en que se encuentra, limpiando de eslóganes vacíos el discurso de muchos políticos.

Abrir el debate ideológico: esa es la clave para sacar al país de la siesta intelectual en que se encuentra, limpiando de eslóganes vacíos el discurso de muchos políticos.

Se ha hablado hasta el hartazgo del “batllismo ambiental”, un concepto acuñado por el semiólogo Fernando Andacht que expresa una tendencia ideológica mayoritaria del pensamiento nacional, sean o no batllistas quienes estén al frente del gobierno. Hay valores que tienen que ver con el republicanismo, la adhesión a la libertad, la mística del voto popular y el aprecio por la misión benefactora del Estado, que hacen a nuestra idiosincrasia desde los albores del siglo XX. En una interpretación extrema de esta observación, se ha dicho que la consolidación del FA en la preferencia electoral se explica como la herencia de esos principios del batllismo clásico. No lo veo así. Los contenidos programáticos de la coalición que nos gobierna siguen plagados de mensajes clasistas, más influidos por la doctrina marxista que por el pragmatismo de Batlle y Ordóñez. Hablan de una sociedad “sin explotados ni explotadores”, pero las escasas experiencias de autogestión obrera que han impulsado resultaron rotundos y onerosos fracasos. Cuestionan la cultura consumista pero hacen que las empresas públicas publiciten los nuevos modelos de celulares. Satanizan la banca extranjera pero impulsan leyes que les garantizan un crecimiento exponencial de sus clientes. Alzan la bandera de políticas sociales por la equidad y la solidaridad, pero se quedan de brazos cruzados ante el despeñadero de la educación pública. Lo más grave es que en cada año electoral agitan esos firuletes retóricos y la máquina sigue andando.

Por eso ahora, más que nunca, hay que dar la lucha ideológica. Parte de la oposición incurre en el error garrafal de restar importancia a este tema. Está claro que no importa de dónde vengan los votantes, pero sí interesa -y mucho- saber qué tienen en la cabeza, qué expectativas abrigan, qué valores defienden. En lo personal, estoy harto de escuchar a políticos con responsabilidad de gobierno hacer falsas oposiciones como “los más ricos le quitan el dinero a los más pobres” y otras frases hechas por el estilo. La gente las repite y con ello se profundiza una de las taras nacionales que más nos anclan en el subdesarrollo: el resentimiento de clase. Alguien tiene que enfrentar un micrófono y explicar sin miedo a las represalias que el sistema capitalista, funcionando dentro de un Estado con reglas claras como el nuestro, es beneficioso para el ciudadano. Y el único conocido hasta ahora que hace juego con la libertad. Que cuando crece la economía al impulso de la actividad privada, mejora la calidad de vida de todos. Que las empresas grandes, medianas y pequeñas generan fuentes de trabajo. Que si ganan dinero lo reinvierten en ser más competitivas y, con ello, pagar mejor a la gente más talentosa y capacitada. Que el sector público está para servir al ciudadano y no para vampirizarlo.

Son años y años de marxismo básico, casi sin intelectuales liberales o socialdemócratas que lo enfrente y ponga en vereda con la sola fuerza de la razón. Últimamente el FA parece empeñado en actualizarse ideológicamente. Pero nadie parece estar dispuesto a explicar a los que corean “Cuba sí, yanquis no” que se aferran a la baranda del Titanic. Prefieren mentirles, defraudarlos, gobernar dando un paso atrás y otro adelante, pero que la máquina electoral no se detenga.

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Álvaro Ahunchain

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