Publicidad

La banda de la máscara

Compartir esta noticia

Hace pocos días la Policía de Ciudad de la Costa logró un éxito inusual: desbarató a la casi famosa “banda de la máscara”. Una pandilla de veinteañeros que, enmascarados, cometían rapiñas a peatones y comercios de la zona de El Pinar y Lagomar.

Hace pocos días la Policía de Ciudad de la Costa logró un éxito inusual: desbarató a la casi famosa “banda de la máscara”. Una pandilla de veinteañeros que, enmascarados, cometían rapiñas a peatones y comercios de la zona de El Pinar y Lagomar.

El patrimonio del grupo era apenas una pistola, una escopeta, ropa, dos motos, seis plantas de marihuana. Poca cosa pero suficiente como para imponerse a sus víctimas luciendo sus rostros enmascarados, emblema que a través de los siglos ha identificado a los asaltantes “free lance”.
En realidad esto de ahora sigue de cerca a episodios similares recientes. Como el de los asaltantes que aprovecharon la festividad de Halloween para mezclarse con los enmascarados que pedían inocentes caramelos y aprovechar para exigir desde detrás del rictus de las caretas de festejantes, dinero contante y sonante.

¿Estamos ante algo casual o frente a una tendencia firme preanunciada cuando hace cuatro años en el apacible barrio de Colón dos caballeros protagonizaron un asalto luciendo impecables trajes oscuros y empuñando una escopeta recortada. Estos señores de corbata negra y camisa rosada, no mataron ni hirieron a nadie, logrando poner una nota diferente, de cierta elegancia, en la usualmente deprimente crónica policial.

¿Habrá llegado el momento de apartar la vista de las novelas que nos daban un respiro frente a la inseguridad? Aquellas escritas por Georges Simenon o Agatha Christie y que nos mostraban que el delito puede tener un toque de distinción y no necesariamente circunscribirse a los arrebatos, rapiñas, copamientos y demás formas rústicas de actuar al margen de la ley.

Antes, para encontrar un delito cometido a punta de escopeta recortada disimulada bajo una gabardina del estilo ofrecido en comercios de Bond Street, había que internarse en las páginas escritas por Sr Arthur Conan Doyle y hallar “El valle del miedo” donde Sherlock Holmes medita largamente hasta que desentraña un homicidio cometido con un arma así, en una mansión tan inaccesible que estaba rodeada por un foso. Pero en cuanto a delincuentes de etiqueta tal vez el mejor sitio donde hallarlos sean los escritos de L.W. Homung, cuñado de Conan Doyle quien ideó el anti-Holmes, un “gentleman” ladrón de impecable atuendo, de nombre Arthur Raffles que vivía del producido de robos ingeniosos.

¿Llegaremos así a que se revivan cosas como el asalto de las monjitas que no eran monjitas y se aplicaron a desvalijar un banco de Malvín? ¿Y qué decir de los ladrones que simulan ser policías?

Con el transcurso del tiempo probablemente iremos avizorando nuevas formas delictivas. Los uruguayos, vapuleados por las realidades criminales del país ya tienen pocas esperanzas de que la tendencia hacia lo peor pierda su impulso. Rodeados de muros y rejas, de alarmas y serenos, armados con pistolas o lanza-gases paralizantes, no atisban caminos de alternativa en una sociedad donde sujetos ominosos matan por un puñado de pesos, o enloquecidos por la droga pueden cometer cualquier barbaridad.

Crueldad, brutalidad, desprecio por la vida ajena, son condimentos ubicuos del hoy y ahora en lo que fue la Suiza de América.

SEGUIR
User Admin

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

enfoquesÁlvaro Casal

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad