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Ataque a la libertad

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En el mundo contemporáneo, la democracia y la economía de mercado suelen ir de la mano. Busquen países que combinen un gobierno autoritario con una economía de mercado.

En el mundo contemporáneo, la democracia y la economía de mercado suelen ir de la mano. Busquen países que combinen un gobierno autoritario con una economía de mercado.

Existen algunos casos (el Chile de Pinochet, los tigres asiáticos, parcialmente China) pero son pocos y de momento no hay ninguno que haya durado mucho. Ahora piensen en países que combinen la democracia con una economía planificada. ¿No se les ocurre ninguno? Es que no hay. La utopía de un socialismo democrático es una idea contradictoria que nunca fue llevada a la práctica.

¿Por qué ocurren así las cosas? Básicamente, porque no somos ángeles. Los seres humanos tenemos necesidades materiales (alimentarnos, vestirnos, alojarnos) que son prioritarias respecto de todas las demás. Si no tenemos comida nos morimos de hambre, y si nos morimos no podremos desarrollar nuestras potencialidades intelectuales, artísticas o espirituales.

Este dato tan obvio tiene importantes consecuencias políticas. Si yo dependo de la voluntad de un gobernante para tener un ingreso, para acceder a un empleo o para resolver mis necesidades de vivienda, pagaré costos muy altos si me convierto en su opositor. Eso es lo que ha ocurrido en todos los socialismos conocidos, desde la fenecida Unión Soviética hasta la idealizada Cuba. Si soy amigo del régimen voy a tener cargos, voy a asegurarme un nivel de vida comparativamente bueno y voy a acceder a una vivienda decente. Si soy opositor, o si simplemente no me someto a las diversas formas de extorsión a las que quiere someterme el funcionario del que dependo, tendré enormes dificultades.

Lo mismo pasa en los regímenes patrimonialistas tan usuales en América Latina. Si vivo en una región donde un caudillo local acapara el poder político, es el primer empleador a través del reparto de cargos públicos y tiene una gran capacidad de influencia sobre los agentes privados, también tendré grandes dificultades en el caso de que decida enfrentarlo.

La economía de mercado genera problemas que merecen ser atendidos, pero tiene una gran virtud: es un mecanismo de asignación de recursos totalmente despolitizado. Si mañana intento alquilar un apartamento, tendré que estar dispuesto a contestar preguntas sobre mis ingresos o sobre las garantías de las que dispongo, pero nadie sensato me preguntará a quién voté en las últimas elecciones.

Poder resolver nuestras necesidades materiales en un ámbito despolitizado es una condición esencial para que podamos ejercer nuestras libertades, incluyendo la libertad de oponernos públicamente a quien gobierna. Es por eso que la política democrática necesita ir acompañada de la economía de mercado. Y la economía de mercado exige a su vez ciertas condiciones para funcionar adecuadamente, entre las que se cuenta el respeto a la propiedad privada.

Si un gobernante o una mayoría legislativa se arrogan la potestad de redefinir arbitrariamente las condiciones de ejercicio del derecho de propiedad, nadie tendrá muchas razones para intentar satisfacer sus necesidades mediante el libre intercambio. Pero, además, todos tendrán motivos para temer que sus opiniones políticas puedan generar castigos en el terreno económico. Y ese es el primer paso hacia la pérdida de las libertades políticas.

Esto es lo que están proponiendo José Mujica, Mónica Xavier y sus compañeros de ruta. ¿También Tabaré Vázquez y Danilo Astori?

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Pablo Da Silveira

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