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Como los árboles

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El tornado dejó el tendal. De milagro no hubo muertos. Del resto de las desgracias, no faltó ninguna: heridos, techos y vidrios volados, viviendas en ruinas, cortes de energía, autos siniestrados.

El tornado dejó el tendal. De milagro no hubo muertos. Del resto de las desgracias, no faltó ninguna: heridos, techos y vidrios volados, viviendas en ruinas, cortes de energía, autos siniestrados.

En el tercer día de enero, veredas y calzadas parecían azotadas por las peores tormentas de julio. Las ramas en el tránsito nos plantearon en vivo el “Busque la salida” de la bella época en que los medios educaban con juegos de ingenio.

Con las calles vacías, con el asfalto tapado por foresta recién muerta y con el cielo encapotado por todos los matices del plomo, trasanteayer recibimos una nueva lección de modestia. Nos recordó que la vida es un latir siempre amenazado por riesgos que nunca dominaremos del todo. Lección elemental, verdad obvia; pero nada es tan elemental ni tan obvio como para que no deba repasarlo un pueblo abochornado en las pruebas PISA y necesitado de unir fuerzas para encarar luchas salvadoras, en vez de embadurnar sus quejas con la anestesia de la resignación.

Pero andar por las calles que se quedaron yertas nos dijo más que eso. Nos hizo evocar al Montevideo de las inundaciones del 59 y el golpe del 73. Pero sobre todo, ver cuánto nos estremece un simple tornado sin muertes nos obligó a pensar ¡cómo han de sentirse las multitudes que caminan calles vaciadas por terremotos surgidos de las (indiferentes) entrañas de la Tierra o, peor aún, los que recorren ruinas y cadáveres por bombardeos dispuestos por las (perversas) entrañas de los hombres!

Toparnos el martes con un límite, nos hizo revivir por un rato el Uruguay para el que nos criamos, con palpitación por el hombre universal: unos con filosofía aristotélica, otros con la vocación generalista de la Ilustración, pero todos sintiendo por el prójimo y sintiendo prójimo al lejano.

Eso sí. Enseguida volvimos a los retrocesos minoristas que nos tienen chapoteando. Que en los pronósticos del clima hayamos abandonado los conceptos claros de las Ciencias Geográficas que tanto hicieron progresar en nuestros liceos Giuffra, Di Leoni, Chebataroff y Ureta Martínez, y en su lugar aceptemos colores apenas apropiados para Jardinera inferior, patentiza un penoso retroceso cultural. El mismo por el cual se le pide a la ciencia las garantías que nunca podrá dar del todo, pero se ignora de ella lo mucho que sí puede dar -y no sólo en meteorología sino en formación personal, rigor lógico, salud y proyecto de vida. Que es en eso que fallamos.

De la comparación con pueblos distantes que sufren atrocidades vengamos a la pregunta de entrecasa sobre nuestras responsabilidades. ¿Cuántas desgracias más nos harán falta para cambiar la pisada, sacudir la modorra y recuperar los ideales de grandeza? ¿Cuántos yerros y cuántos descuidos deberemos todavía acumular para acabar con la vergüenza de promover alumnos que no entienden lo que leen y que “cachetean” no sólo a la directora Irupé Buzzetti sino a todos nosotros?

Los árboles mueren de pie sólo si la Intendencia los cuida. Si no, a su lignina envejecida la descuartizan los vientos de una simple alerta amarilla, cuya justificación -imposible- nos somete desde hace tres días a una insoportable dieta de explicaciones. Exhiben ellas tal inconsistencia técnica, tal pobreza gramatical y tal contexto, que certifican que nos falla no sólo Inumet sino la incultura entera que nos trajeron.

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Leonardo Guzmán

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