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Aprendizajes

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Las democracias, como las personas, aprenden a los tropezones. El proceso es lento y a veces doloroso, pero la buena noticia es que se avanza.

Las democracias, como las personas, aprenden a los tropezones. El proceso es lento y a veces doloroso, pero la buena noticia es que se avanza.

Los uruguayos hemos aprendido, por ejemplo, que la llamada “democracia formal”, despreciada por muchos en los años sesenta y setenta, es un factor clave en la protección de nuestra vida y de nuestras libertades. O hemos terminado por admitir que la inflación es mala y debe ser evitada, tras haber convivido largas décadas con ella. O hemos asumido que lo mejor para un país es cumplir con sus obligaciones, lo que hizo desaparecer las pintadas contra el FMI que cubrían los muros en los años ochenta.

Sin duda sigue habiendo gente que se opone a cada una de esas ideas, pero hoy existe un amplio consenso social que las sustenta. También es cierto que estos aprendizajes pueden desvanecerse, pero ese riesgo también existe en nuestra vida personal y esa no es razón para que renunciemos a seguir aprendiendo.

Ya bien pasada una década de gobiernos frentistas, parecería ir llegando la hora de pasar raya e identificar cuatro o cinco cosas que deberíamos haber aprendido. Es bueno que lo hagamos como sociedad, para reducir el riesgo de repetir errores, y sería bueno que lo hiciera la izquierda, para sacar algo útil de sus múltiples fracasos e incumplimientos. Al cabo de estos años deberíamos haber aprendido, por ejemplo, que ni la enseñanza, ni la salud, ni la seguridad ni la protección social se mejoran aprobando leyes cargadas de palabras sonoras, ni creando grandes burocracias, ni gastando plata a manos llenas. Para generar resultados sostenibles no alcanza con anuncios ni con intenciones. Además hacen falta orientaciones estratégicas precisas, objetivos bien definidos y metas evaluables. Dicho de otro modo, hacen falta políticas públicas modernas.También deberíamos haber terminado de aprender que los ciclos económicos existen, de modo que ningún gobierno debe actuar como si la abundancia fuera a durar para siempre. La idea es tan vieja que ya aparece en la Biblia: después de los años de vacas gordas vienen los de vacas flacas. Pero parecería que todavía nos cuesta incorporar el dato.

Al cabo de estos años deberíamos tener bien claro que las instituciones importan. Que los controles judiciales no son un estorbo ni la oposición un dato molesto con el que hay que convivir, sino componentes de un complejo mecanismo que nos permite procesar un debate público inteligente y mantenernos más o menos a salvo de la arbitrariedad y el abuso de poder.

Deberíamos haber aprendido asimismo que temas vitales para el país como la política exterior y el acceso a mercados no deberían basarse en afinidades ideológicas ni en supuestas amistades, sino en una defensa profesional y cuidadosa de nuestros intereses de largo plazo. A la hora de elegir gobernantes, por último, deberíamos tener claro que haber sido perseguido, encarcelado o torturado son hechos atroces que merecen consideración y respeto, pero no dan ninguna lucidez especial. Ni siquiera es seguro que esos padecimientos produzcan gente agradecida hacia quienes fueron solidarios, como lo muestra el patético apoyo de nuestra izquierda a los opresores del pueblo venezolano.

El inmenso desperdicio de dinero y de oportunidades que se ha producido en estos años será todavía más oneroso si no somos capaces de extraer algunos aprendizajes colectivos.

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Pablo Da Silveira

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