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Análisis de costos

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Las empresas del estado fueron un ícono; después pasaron a ser un mito y finalmente han descendido a la categoría de problema. Lo curioso es que, aunque hoy son un problema, no hayan perdido su condición de mito y a los mitos nadie los toca so pena de ser acusado de sacrílego o cosas peores. Los mitos no se cuestionan, no se revisan, no se analizan para ser mejorados. En consecuencia el problema actual de las empresas del estado resulta doble: casi todas andan mal pero no se puede tocar ninguna.

Las empresas del estado fueron un ícono; después pasaron a ser un mito y finalmente han descendido a la categoría de problema. Lo curioso es que, aunque hoy son un problema, no hayan perdido su condición de mito y a los mitos nadie los toca so pena de ser acusado de sacrílego o cosas peores. Los mitos no se cuestionan, no se revisan, no se analizan para ser mejorados. En consecuencia el problema actual de las empresas del estado resulta doble: casi todas andan mal pero no se puede tocar ninguna.

Pero sucede que en estos tiempos los dirigentes políticos -a quienes su opción de vida los ha llevado a convertirse en expertos en la estimación de los costos políticos- no tienen más remedio que plantearse el dilema: ¿qué implicará mayor costo político, reformar las empresas públicas o seguir cargando a la producción nacional y al trabajo con sus déficits, malos servicios y altas tarifas? ¿Cómo ha pasado a ser esa cuenta?

Las empresas públicas fueron concebidas como un resguardo de la soberanía y para asegurarle a la población servicios y productos de calidad garantizada por el estado y a precios protegidos de la especulación y del afán desmedido de lucro. Algunas de ellas hasta hace poco fueron famosas: los extranjeros que por aquí pasaban decían en todo el mundo que en Montevideo se podía tomar tranquilamente el agua de la canilla. Ahora la OSE no puede garantizar la potabilidad del agua y todos tomamos agua mineral. Ni hablemos de AFE o de Ancap.

El camino de la decadencia fue siendo labrado por la asimilación de un relato en el cual el lucro era considerado una falta moral grave. La demonización del lucro es lo que pudrió toda posibilidad práctica de razonar sobre las empresas del estado porque incorporó la descalificación de todos aquellos mecanismos de buena administración que se terminan reflejando en un balance con números positivos: rendimiento, productividad, eficiencia, control.

Las empresas del Estado fueron sustraídas a la lógica empresarial y a un manejo acorde con esa lógica. Según los tiempos o bien fueron saqueadas para compensar déficits fiscales, o fueron subvencionadas, directamente o en la tarifa, si daban pérdida. En todos los casos terminan siendo una carga para los uruguayos que trabajan y producen. Ya no es el estado apoyando las economías y finanzas de los uruguayos sino los particulares sosteniendo las cuentas del estado.

El mito funciona en la cabeza antes que en la sociedad. Hay quienes están empeñados en mantener y aún ampliar la división pórtland de Ancap que tiene más operarios y produce menos y más caro que la empresa particular y hace años viene pediendo millones. ¿Qué sentido tiene insistir en ese emprendimiento público tan ineficiente y caro?

Pero los mitos son duraderos y sobreviven aún después de que se hayan extinguido las bases materiales que les permitieron nacer. Hay que ayudar a desmistificar a las empresas del estado. Una forma de hacerlo es con el razonamiento y la prédica. Pero hay otra forma más cruda: cuando la gente empiece a caer en la cuenta de la incidencia del mito en sus bolsillos -de lo que a él le cuesta por mes el mito- empezará a transformar la resistencia a ser desplumado en un reclamo político. Y ahí es cuando el político, siempre atento a evitar los costos políticos, empezará a empujar el mito hacia la puerta de salida.

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Juan Martín Posadas

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