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Medalla al valor

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Álvaro Ahunchain
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Creí que estaba todo dicho. Que volver a opinar del caso Sendic sería llover sobre mojado. Supuse que el gobierno había procesado su autocrítica y que, aunque tuviera el pudor de no verbalizarla, el consenso en torno a la renuncia la dejaba implícita.

Pero me equivocaba. Porque el presidente Vázquez, en su declaración del lunes pasado, pareció recurrir al expediente retórico de convertir una vergonzante debilidad en engañosa fortaleza.

Una cosa es transmitir calma para aventar una crisis institucional, pero otra muy distinta es calificar la gestión de Sendic con palabras como "seriedad, honestidad, compromiso y capacidad", e insistir en "la enorme valentía" del vicepresidente.

Ya no sorprende que una persona como José Mujica defina el desempeño de un alto cargo público como "una changa". Pero que un presidente honorable y culto como el Dr. Vázquez desee travestir como acto de valentía una renuncia forzada por la pérdida de respaldo político, producto de haber mentido y abusado de los dineros públicos, es por lo menos inquietante.

El "bullying brutal" afecta a niños y adolescentes indefensos en el ámbito escolar. Quien siendo adulto y ejerciendo el poder, engaña y se apropia de dinero ajeno, debería prepararse para el escarnio colectivo. No es bullying ni mobbing, es legítima indignación ciudadana.

Renunciar porque la gente descubrió que uno ha mentido, no es valiente, es apenas lo deseable. Renunciar por haber gastado en beneficio propio dinero que no es de uno, no devuelve la dignidad. Mentir y robar no son "errores" y menos en un ciudadano a quien se le confían responsabilidades de gobierno. Las faltas éticas no se pueden relativizar con el argumento fascista de que los políticos son todos iguales.

Al que mete la mano en la lata, ya no se la cortamos: tomamos nota de su generosa renuncia y le entregamos una medalla al valor.

En estos días he leído con espanto comentarios de amigos frenteamplistas, en el sentido de que esto enalteció a la coalición de gobierno. Parecen olvidar que cuando saltó el mamarracho del título de licenciado, la misma Mesa Política emitió una declaración culpando a "la derecha" y "los grandes medios de comunicación" de un "plan de desestabilización institucional". No hay que ser Sherlock Holmes para darse cuenta de que el abrumador descrédito popular y la caída del FA en las encuestas, fueron el susto que volvió a despertar al mamado.

Acá los únicos héroes son los periodistas, que con coraje verdadero, destaparon los tarros malolientes para que nosotros, los ciudadanos que votamos y pagamos impuestos, nos enteráramos de lo que estaba pasando.

En un país habituado a la barbarie cultural y moral y anestesiado por la insípida corrección política, por suerte hay comunicadores que defienden con ardor la ética en el gobierno. No es casual que el editorial de Daniel Figares en radio Espectador se haya viralizado hasta el infinito: "No hay que pegarle en el piso, hay que pisarlo. A él y a cualquiera que toque los dineros públicos, hay que pasarlos por arriba. Porque esos dineros son nuestros, no de ustedes. En Uruguay hay mucha gente que los necesita. Y si robo un calzoncillo, señor Mujica, soy un ladrón".

Dentro del FA, solo quedó enaltecida gente como Richard Read, José Legaspi, Adriana Marrero, Esteban Valenti y los otros escasos frenteamplistas que, desde la primera hora, rompieron el chiquero conformista y denunciaron el desastre.

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