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Algo más que una tragedia

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El escenario internacional se enfrenta a grandes desafíos asumidos por líderes políticos y por Estados que como nuevos actores tienen capacidad de incidir en un replanteo del equilibrio del poder global.

El escenario internacional se enfrenta a grandes desafíos asumidos por líderes políticos y por Estados que como nuevos actores tienen capacidad de incidir en un replanteo del equilibrio del poder global.

Los cambios que percibimos en estos momentos involucran tres bloques diferentes: las democracias occidentales, las potencias de partido único y el oscilante mundo de las economías en vías de desarrollo.

1. En primer lugar, las elecciones en el Reino Unido, en los Estados Unidos y Francia manifiestan elementos comunes: un populismo nacionalista y proteccionista, una reacción a las corrientes migratorias y la creciente protesta contra las tradicionales figuras políticas del sistema.

En esa línea la relación de los Estados sajones da continuidad a una afinidad histórica reforzada por el triunfo del Brexit en el Reino Unido y la sorpresiva victoria de Donald Trump en los Estados Unidos; pero no queda allí, porque en la hipótesis de que Francia, que hoy celebra elecciones, se sumara a la posición que postula la ruptura del bloque europeo, la Unión Europea sufriría, entre otros impactos, un golpe letal sobre su moneda única y perdería su representación en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

En el mismo contexto, Italia y Alemania también se enfrentan a fuertes vientos de cambio, ya que del resultado de sus elecciones depende el futuro de la Europa soñada por Robert Schuman para asegurar la Paz internacional.

2. En segundo lugar, el siguiente grupo es encabezado por los antiguos Imperios de China y Rusia, que ante el fracaso del socialismo real asumieron con otro signo su presencia global; el primero, en el ámbito comercial, y el segundo, como potencia armamentista; de tal naturaleza, que el gobierno comunista chino apuesta a la apertura comercial mientras que Vladimir Putin se proyecta como la expresión de un agresivo zarismo posmoderno.

Por otro lado, las alianzas estratégicas entre China, Rusia e India (la mayor democracia del globo) se agregan y se superponen con otras de las que participan países del área del Pacífico, mientras Trump vocifera que los tiempos de la “paciencia estratégica” del Imperio terminaron. Aunque afortunadamente, los mantiene unidos la lucha contra el terrorismo del Estado Islámico que parece reivindicar con la muerte de miles de inocentes la cuestionada tesis del choque de civilizaciones desarrollada por Samuel Huntington veinte años atrás.

3. En tercer lugar, se suma el grupo integrado por países en vías de desarrollo enfrentados a complejidades diferentes, en especial, el castigado continente africano y América Latina.

Dejando a África para otra ocasión, lo crucial para nuestro continente hoy, es definir dónde estamos; primero, reconociendo que salvo nuestros recursos naturales no figuramos en el radar de las prioridades que marca el nuevo escenario; y segundo, aceptando, que al sufrir la región de populismos autoritarios divorciados de la nueva realidad, hubo que esperar que por la vía eleccionaria se rectificaran rumbos.

Lamentablemente, una excepción es el bolivariano gobierno de Venezuela, que preso de un fascista “delirio tropical” mezcló a Marx, Martí y Bolívar para terminar arrasando con la democracia, sus instituciones y los derechos humanos fundamentales.

En pocos años el fallecido Hugo Chávez y su hijo putativo Nicolás Maduro abandonaron el diálogo y desde los estertores de la revolución cubana dividieron la región entre amigos y enemigos, tomando como símbolo el puño cerrado de un “trucho” socialismo siglo XXI. Y como resultado, la pobreza y la insensibilidad de sus gobiernos despertaron al pueblo, tanto que en estos días, el régimen solo cuenta con el respaldo de mercenarias milicias bolcheviques, que como los dirigentes sindicales de nuestro país siguen imaginando “una lucha de clases” arcaica y superada.

Pero lo más grave es que tanto el presidente de Venezuela como el presidente de Nicaragua, entre otros, han pasado a integrar el séquito de gobernantes corruptos entregados al poder financiero de constructoras, empresas mineras y petroleras asociadas al crimen organizado de un narcotráfico que envenena a jóvenes sin educación en valores.

Por eso coincidimos con nuestro Presidente y el Canciller que lo que sucede en Venezuela es una “tragedia”, pero con la salvedad de que el gobierno no puede quedarse en el simple diagnóstico, máxime cuando fue insultado y acusado de conspirar nada menos que con el Departamento de Estado. Por tanto, no se puede ignorar que están en juego los valores democráticos y los derechos humanos; y que frente a esa “tragedia” el gobierno dispone de mecanismos jurídicos y políticos que en modo alguno significan intervenir en los asuntos internos de otro Estado.

¿Acaso la afinidad ideológica de sectores políticos y sindicatos puede más que la voluntad de un gobierno y la dignidad de un país? ¿Desde cuándo son diferentes los derechos humanos de los izquierdos humanos?

Que quede claro, no se trata de renunciar a las ideas sino de defender principios que distinguen el patrimonio histórico del Uruguay, construido con iniciativas, consensos internos y posiciones principistas tan firmes como fundadas.

Todos los uruguayos esperamos que el gobierno no admita dos criterios para definir el terrorismo de Estado, y no ignore lo que los Tratados internacionales vigentes definen por separación de poderes, independencia del Poder Judicial y ejercicio pleno de todas las libertades.

Eso sí sería una verdadera tragedia.

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Sergio Abreu

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