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Algo más que una bandera

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Llamé al teléfono de tres amigos: la pregunta fue la misma y a boca de jarro: “¿Si te digo OPR-33, qué me respondés?”. “Los que se robaron la bandera de los Treinta y Tres” me dijeron, y poco o nada más. Hice unos segundos de silencio, esperando por su memoria y saboreando el próximo paso:

Llamé al teléfono de tres amigos: la pregunta fue la misma y a boca de jarro: “¿Si te digo OPR-33, qué me respondés?”. “Los que se robaron la bandera de los Treinta y Tres” me dijeron, y poco o nada más. Hice unos segundos de silencio, esperando por su memoria y saboreando el próximo paso:

¿Y si te digo que llegaron a tener entre 75 y 80 millones de dólares en valores actuales? ¿Y si te digo que sufrieron el mayor número de desaparecidos, al menos treinta y cinco, en el lapso más breve y el mayor número de niños secuestrados, los casos más conocidos?

Hasta hace pocas semanas tampoco yo tenía idea sobre el protagonismo que el OPR-33 y su brazo político, el PVP, tuvieron en la década del 70 y posteriormente, en el movimiento de Familiares de detenidos y desaparecidos.

Las razones pueden encontrarse en que su protagonismo transcurrió principalmente en la Argentina, en el breve lapso de 1975 y 76, en épocas de gran censura informativa en ambas márgenes del Plata. A diferencia de comunistas y tupamaros carecieron -previo al golpe- de un aparato cultural a su servicio (cantores, teatro o escritores).

Sin embargo la información disponible es mucha: documentos del Estado, una vasta producción bibliográfica y en la web, producida fundamentalmente por sus militantes. Pero existen grandes agujeros negros, casos no resueltos, muchas preguntas.

Numerosos son los nombres de esta agrupación que ocupan o han ocupado cargos de importancia en los gobiernos del Frente Amplio. La investigación académica tiene una cuenta pendiente con el pasado reciente. Los hechos y debates de los últimos días, que cuestionan el clásico modelo del “relato de virtudes” de grupos políticos como los tupamaros, debieran advertir su deuda a los intelectuales no orgánicos.

El 17 de julio de 1969 los diarios titulaban “Fue robada ayer la bandera de los 33 orientales”. El Diario publicaba ese título junto a una larga nota a tres columnas. El copete decía: “un grupo de seis o siete asaltantes se apoderó ayer tras amedrentar con armas de fuego y maniatar a personal del Museo Histórico Nacional, de la Bandera de los Treinta y Tres Orientales, que se custodiaba en una de las salas de exhibición de la planta alta de la Casa del General Juan Antonio Lavalleja, ubicada en la calle Zabala 1459 casi 25 de Mayo”.

El resto de la nota era relleno y repetición hasta que la cerraba así: “Los únicos datos que dejaron los asaltantes fueron unos panfletos, un alicate forrado de esparadrapo para que no se fijaran las huellas dactilares y una “R” dentro de un círculo dibujado en el muro donde estaba la bandera. La gavilla estaba integrada por personas de unos 25 a 30 años, que vestían correctamente y tenían buenos modales. […] De todas maneras, atendiendo al tenor de los panfletos, los investigadores de la Dirección de Información e Inteligencia están encaminando las pesquisas para restituir a su sagrado lugar la bandera de los Treinta y Tres Orientales que tenía el más digno destino que se le puede dar a una pieza tan valiosa y evocadora”. Han pasado 48 años y la bandera nunca apareció.

Pudiera pensarse que los autores del robo eran unos novatos que procuraban imitar la popularidad de los tupamaros con un golpe propagandístico a su estilo. No era así, se trataba del aparato armado de una sección de la FAU, autodenominada “la Chola”. Horas más tarde atentaron contra la Sucursal Cordón del Banco Comercial. Los volantes de la organización que informan de estos hechos eran firmados con la misma “R” dentro de un círculo.

La raíz de este movimiento se encontraba en un sector de la FAU que se propuso la lucha armada en el Uruguay, al mismo tiempo que otros grupos violentos, en 1962. Integraba el “Coordinador” cuyos principales dirigentes eran los socialistas Jorge Manera Lluveras, Raúl Sendic y Julio Marenales; Carlos Mejías Collazo (anarquista), Eleuterio Fernández Huidobro, Mario Robaina y Carlos Flores (Movimiento de Apoyo al campesino), Jorge Zabalza (hijo de un senador blanco), Mauricio Rosencoff (comunista), Washington Rodríguez Belletti (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), Gerardo Gatti (FAU). El Coordinador durará hasta 1966 y en 1967 se crea una nueva alianza de grupos: el llamado acuerdo de “Época”, nombre del periódico que los sostendrá públicamente. En diciembre de 1967 el Poder Ejecutivo clausura “Época” y declara ilegales los grupos firmantes, entre ellos la FAU. El sector más radical se reorganiza, ahora bajo el nombre de Resistencia Obrero Estudiantil (ROE), para atender el “frente de masas”, centrando su acción en los movimientos sindical y estudiantil.

Con la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) creada en agosto de 1967 en Cuba y el libro Guerra de guerrillas del Che Guevara, la senda de la revolución armada estaba decidida, a pesar de que Fidel Castro, desde la explanada Municipal (5 de mayo de 1959) había dicho: “Uruguay ha demostrado que el gobierno colegiado es posible […] dentro del orden, que es posible dentro de la libertad y que es posible dentro del respeto de cada ciudadano por los demás ciudadanos”. Poco después, el Che Guevara desde el paraninfo de la Universidad (17 de agosto de 1961) diría: “Ustedes tienen algo que hay que cuidar, que es precisamente la posibilidad de expresar sus ideas; la posibilidad de avanzar por cauces democráticos hasta donde se pueda ir; […] [porque] cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último”.

¿Tanto habían cambiado el Uruguay y el mundo en apenas un lustro? Será difícil de creer que quienes se preparaban para incendiar el país no lo hicieran por aventurerismo, por esnobismo y por jugar a los cowboys. Los principales partidos de izquierda sostenían esa opinión, luego silenciada convenientemente.

Mientras se fundaba el MLN-Tupamaros, la ROE se propuso su propia ruta: secuestros, algunos robos de armas, atentados y violencia callejera y oficializar el nombre de su brazo armado: Organización Popular Revolucionaria “33 Orientales” (OPR-33). No resultaron muy eficaces. Salvo el robo de la bandera, que en aquel tiempo podría haberlo cometido un niño, lo demás es una lista de fracasos en los que cayeron en manos de la policía sus principales dirigentes.

Para 1973, con los tupamaros derrotados, la ROE y su aparato armado, resuelve “El repliegue” a la ciudad de Buenos Aires. Comenzaba su verdadera historia.

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Luciano Álvarez

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