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El alcalde valiente de Piriápolis

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La inquietud por la estética de Piriápolis, empezó en el 2004 y en 2009 hubo un concurso de ideas en el cual se propusieron varias sensatas y valiosas; y una, que es la que yo prefiero por su originalidad: fueron elegidos los colores del mundo creado por Francisco Piria: amarillo, verde y azul; supongo que referidos al sol, los cerros y el mar. Del toque inesperado para tratar la cosa (nuestro balneario mejor servido por la naturaleza) se dedujo la necesidad de corregir algunos de los muchos desaguisados humanos que fueron acumulándose contra ese ámbito único.
Hay técnicos detrás del Proyecto que está en desarrollo y hay fuerza política organizada (2 concejales del Frente, dos del partido Nacional y uno, colorado)
Caminé hasta el lugar de los hechos, vi la rambla en obra y me encuentro con Mario Invernizzi, el alcalde que lleva muchas batallas ganadas y varias por decidir, en su guerra con los mamarrachos.
– Cuando quisimos empezar a mejorar la pinta, por el aspecto de la rambla, supimos que antes de tocar nada, había que reconstruir los caños de hierro, oxidados, y el pelotón de los cables aéreos, hecho pelota. La fundación del balneario fue hace más de un siglo; y había que renovar lo viejo, antes de corregir lo feo. Y metimos mano bajo tierra para sacar lo ancestral. Quedaron las instalaciones nuevas, enterradas, junto con el mérito de hacerlas sin que nadie las vea. De paso quedó la obligación de poner la tapa, un pavimento último grito, como primera pincelada de la belleza final, que nos proponemos. Agregále a eso la conducción debida de las aguas pluviales que era un desastre y del debido tratamiento de las aguas servidas; todo discreto y calladito.
– Pensé que el cambio era la apariencia - dije.
– Y sí. Pero lo de afuera para valer, necesitaba lo de adentro – y se ríe – Enterramos dinero grande, antes de tocar lo visual. El municipio hizo, está haciendo, la obra civil y al mismo tiempo se movieron Ute, Ose y Antel. El drama de tocar lo existente, es en dos actos y como te dije, el más profundo no se ve. En cambio la vereda que da a la playa, es la parte lucida del plan. Esa vereda se ensancha y va a estar enjardinada. Se dispone de un buen espacio al suprimir el estacionamiento de los coches, que cortaba la vista al mar.
Extirpar autos y darle la victoria al paisaje, es un lío prendido en cada puerta. Todo propietario con frente a la rambla, siente que su propiedad abarca todo y ese todo incluye, por ejemplo, el derecho a estacionar el coche de mañanita y dejarlo allí hasta que sea de noche. Algunos completan el estacionamiento gratuito con el “derecho” a alquilar la vereda; hay artesanos, vendedores instalados y transeúntes, reguleress y garroneros; y sin perjuicio de esa confusión, también suele aprovecharse la pasiva como espacio publicitario o vidriera de ofertas. Mezcolanza de lícitos e ilícitos. Lo interrumpo:
-- Parecería que las apariencias engañan. Yo pensaba que el problema eran los carteles.
-- ¿Y quien dijo que no?...Me hacés acordar de Felisberto Hernández: está en un restorán comiendo un entrecot y lo ve una admiradora; entra y le dice: Pero ¡Felisberto! ¿Usted no era vegetariano? Y él contesta sin apurarse: Si…¡además! -- me mira Mario, a lo cómplice y sigue sumando datos para el grabador:
– El gran problema es la cartelería,… además de otros abusos surtidos; y la falta del debido control municipal, que corren en yunta. Es un pueblo chico.
– Te entiendo – le digo - No todas son fáciles.. Y hay diez razones para preferir que todo se deje como está. ¿Cuándo no?
-- Siempre había resultado más barato y más cómodo, dejar correr; el no te metás – como le dijo Ortega de los argentinos. Pensá cuando cada uno inventa un toldo para tener sombra y deja la pasiva a media luz; y se arma un traperío impresentable. Todo estuvo trancado, hasta que alguien empezó a señalar con el dedo y la siguió y el poder municipal entendió que la tolerancia es la madre de la extravagancia. En vez de amigar el panorama, lo anarquiza. Te digo esto y al mismo tiempo pienso que teniendo la razón y la fuerza, hay que proceder convenciendo a cada uno; es un caso de educar y hacerse entender para que se beneficien todos.
Mario Invernizzi es porfiado y está en lo cierto, no es de atropellar; hubo otros que también miraron la rambla y se enojaron; el centro comercial de Piriápolis está envenenado por el desorden; hay una costra que tapa, entre el precioso natural del mar, del cielo, de la playa y el alboroto apretujado de una feria que no deja percibir la calma, ni oír el silencio de las olas; taparon la razón de ser del balneario: “descansar de…” El aire debe volver a ser el aire marino de Piria.
Mario me dice:
-- Mirar una puesta de sol desde la rambla va a ser de nuevo, un hecho cultural.
Caminamos en medio del viento y contemplé físicamente, el campo de la lucha entre el alcalde en defensa de su ciudad y los desacatados esgrimiendo su interés.
Quedan rastros del desbarajuste, pero los golpes de la limpieza recién instalada, ya levantan el ánimo; el hormigón armado tiene eso: es indeleble y convincente, se hace más duro a medida que pasa el tiempo. La experiencia de haber suprimido un tercio de los ataques que hubo, mas la presencia de una multitud de grandes máquinas moviéndose y la cantidad de los trabajadores en plena labor, es una estampa inolvidable. Paga el viaje.
El entusiasmo que impone el alcalde es altamente contagioso; y el buen fin al cual apunta su reforma es de índole cultural (como él dice), depende de lo que pensemos y sintamos los ciudadanos al ver la demolición del quede. En la ocasión, vi lo suficiente, para templar el ánimo de escribir esta nota.
Le pregunto a Invernizzi, mirando las mejoras ya introducidas y los dos o tres cartelones que aún quedan por retirar: ¿qué están esperando para sancionar a los empecinados?
Se ríe y me dice:
-- Esperamos que se convenzan; no hay otra. Ganan todos si la rambla revive y deja de parecerse a la feria de Tristán Narvaja, o al Chuí; y empieza a parecerse a Niza. El procedimiento no es obligar a nadie,…mientras se pueda. Por supuesto un emperrado en mantener lo que había, no tiene derecho a perjudicar a todos. Pero estamos muy lejos de ese extremo. Por lo mismo que la Intendencia tiene el poder, más hay que cuidarse de no herir. El que pone un cartel inadecuado, se hace publicidad en contra, se desprestigia.
Mario sigue tan campante, sin pensar que nadie puede ser un obstáculo. Me quedé pensando; encara todo a la manera del Tola, su padre. El Tola Ivernizzi fue el tipo más afable que conocí; el más querible; el más alejado de la prepotencia. Era un gigante de dos metros que conservó durante toda su vida el espíritu de un botija que sigue tan campante, aún en los trances más duros, durante los encontronazos que tuvo que aguantar. Su bonhomía no se alteró nunca y Mario sigue la línea trazada; es, a su manera, otro gigante. No hay forma de terminar con su optimismo y su paciencia demoledora.
Todos sabemos que si se deja sueltos a los uruguayos, seguirán acercando Piriápolis a lo que es el caserío de la avenida 18 de julio, marquesinas sin ton ni son, más artificios pifiados que desmienten el buen principio: ser la capital del Uruguay natural.
Debiéramos traer a Montevideo, un buen Invernizzi indoblegable que despeje el centro de la ciudad, de tantas ofensas como las que lo acosan y se permiten.

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