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Aguaitando

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Nuestro país está pasando por un momento político particular. Por un lado se oyen comentarios referidos a que el gobierno ha dejado pasar el plazo de su luna de miel sin enviar al Parlamento ninguna propuesta de fondo. Por el otro lado aparecen otras voces -más bien poco afines al gobierno y notoriamente inquietos- que se irritan porque, a su criterio, la oposición está demasiado quieta.

Nuestro país está pasando por un momento político particular. Por un lado se oyen comentarios referidos a que el gobierno ha dejado pasar el plazo de su luna de miel sin enviar al Parlamento ninguna propuesta de fondo. Por el otro lado aparecen otras voces -más bien poco afines al gobierno y notoriamente inquietos- que se irritan porque, a su criterio, la oposición está demasiado quieta.

En ambos casos veo apresuramiento.

Si se levanta la vista por encima del cerco de la política se advierte que el país que trabaja y produce está preocupado, cerrando los postigos y asegurando las puertas, porque no sabe cuánto granizo le va a caer encima de la tormenta económica que negrea en el horizonte cercano. ¿Qué va a pasar en Brasil, otrora nuestro principal socio económico? ¿En Argentina? ¿En la bolsa de Chicago donde se cotizan los granos del mundo? ¿Con la Unión Europea atragantada con Grecia?

A eso se le suma la preocupación que generan las declaraciones de la mayoría de los sindicatos que, con el balde bien calzado en la cabeza, siguen con el mismo discurso y los mismos planteos, como si nada hubiera cambiado en el mundo y en la región.

Para completar el panorama hay que agregar otro elemento, que opera tanto sobre el gobierno como sobre el país que trabaja y produce. En ambos ámbitos se vienen dando cuenta de las consecuencias que ha dejado el caos del gobierno Mujica. Todo lo que le festejaron, tanto los unos (frentistas que ahora tienen que manejar el destrozo) como los otros (empresarios asistentes a los jolgorios del quincho) y que les parecía tan ocurrente en los tiempos del viento a favor, ahora que cambió están reconociendo como vacuidad, flojera y pereza.

Hay un gradual y poco agradable despertar a una realidad complicada que llama a la cautela, poniendo al país en guardia tanto frente a las amenazas de fuera como a las sembradas alegremente desde adentro. Lo que se viene no es para ser abordado con improvisaciones o con recetas recogidas de los consejos de un Castro senil.

De las amenazas provenientes del exterior tenemos que cuidarnos todos y en esa tarea la oposición y el gobierno tendrán que trabajar mancomunados. De los daños internos, los que dejó la improvisación jactanciosa de Mujica y su troupe, la oposición tendrá que asegurarse que sean asentados cabalmente en la cuenta del Frente Amplio, como corresponde.

Pero también es función de la oposición ir elaborando un discurso de fondo para esclarecerle a la ciudadanía las limitaciones estructurales que para un buen gobierno (nacional o de Montevideo) presenta una fuerza política como el Frente Amplio, sin homogeneidad, condenada por eso mismo a un reparto clientelístico del poder y de la responsabilidad de gobierno.

El Uruguay necesita una izquierda. La necesita para sazonar y equilibrar con provecho las tensiones de poder en la sociedad. Pero necesita una izquierda en serio, más parecida a lo que fue la izquierda de Chile en el gobierno de Lagos, por ejemplo. Una izquierda depurada de los dogmatismos marxistas del siglo XIX y fumigada a conciencia de la estupidez tropical de los Castros o los Madurochavistas. Los años que vienen van a ser un poco más duros: terminó el carnaval. Todo el mundo se ha dado cuenta: hay que actuar en consecuencia.

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Juan Martín Posadas

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