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Adiós Mujica

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En unas horas más llegará a su fin el gobierno de José Mujica. Amén de la continuidad del partido de gobierno, las particularidades de los últimos 5 años dan pie a realizar un balance sobre este período, marcado a fuego por la personalidad del presidente.

En unas horas más llegará a su fin el gobierno de José Mujica. Amén de la continuidad del partido de gobierno, las particularidades de los últimos 5 años dan pie a realizar un balance sobre este período, marcado a fuego por la personalidad del presidente.

Las expectativas al comienzo de su gestión eran muy altas. El estilo del nuevo presidente hacían pensar que tendríamos un gobierno creativo, capaz de destrabar los problemas que arrastramos desde hace décadas sumidos en el laberinto del corporativismo, pero la ilusión duró poco.

Mujica fue durante su gobierno un comentarista de la realidad, que interpretaba pero sobre la que no actuaba. Capaz de inventar intrincadas excusas de porqué no era capaz de solucionar los problemas más evidentes de nuestro sistema educativo o la situación de inseguridad echándole la culpa a los demás pero sin aportar ni hacer nada. Ni siquiera en lo gestual fue capaz de dejar el odio de sus años juveniles y humilló permanentemente a las fuerzas armadas y a sus rivales políticos. Alguna vez se quiso comparar a Mujica con Mandela; quienes lo hicieron no conocen a Mujica o no conocen a Mandela. Donde en Sudáfrica hubo reencuentro nacional y construcción colectiva del futuro común en Uruguay hubo pase de facturas, mezquindades y revanchismo inconducente.

Las iniciativas que le dieron popularidad internacional no surgieron de él sino de algunos sectores del Frente Amplio, y no deberían ser motivo de orgullo. La legalización del aborto, negación elemental del derecho a la vida, o el experimento al que nos están sometiendo como ratas de laboratorio con la marihuana financiado desde el exterior (eso sí, bajo el uruguayísimo método del monopolio estatal), es de lo poco novedoso que puede exhibirse. Poco y vergonzante para cinco años de gobierno. Nada, ni siquiera el amague de un intento de hacer algo por la educación, el gran tema que compromete el futuro y el presente del país y que cada vez nos muestra más sumergidos incluso en la comparación regional. No abordar, con ánimo de urgencia y emergencia, transformaciones de fondo en la educación es sencillamente criminal.

La degradación del clima de convivencia y de los valores personales, familiares y sociales fue promovida por un presidente que azuzó la división nacional, por partidos, por barrios o por nivel de educación con entusiasmo digno de mejor causa.

Merecería un libro entero el manejo de las relaciones internacionales. El interés nacional desapareció y solo quedó la afinidad ideológica o la ventaja personal que arrastró por el fango el prestigio del país. La desquiciada búsqueda del premio Nobel para el presidente o un cargo para Almagro fueron los objetivos de una desprolija y desatinada política exterior que a los ponchazos un día decidió traer refugiados sirios, otro presos de Guantánamo y que nos metió en un lío de consecuencias preocupantes para el futuro inmediato.

La prensa internacional o Kusturica pueden comprar al personaje afectadamente humilde y sencillo, de filosofía bucólica y ramplona que va de la obviedad al dislate sin escalas y se contradice a cada paso. Pero para los uruguayos su presidencia, en la perspectiva de la historia, será vista como lo que fue, un monumental fracaso. Porque a Mujica, como graficó genialmente Arotxa, la banda presidencial le quedó demasiado grande.

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Hernán Bonilla

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