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El adiós de Bordaberry

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Una vez le pidieron a Lucía Topolansky que nombrara a dos o tres senadores de la oposición que le gustaría tener como compañeros de bancada. Para sorpresa de todos, el primer nombre que citó fue el de Pedro Bordaberry. Según ella, Bordaberry era uno de los senadores más serios, estudiosos y trabajadores. Creo que muchos coinciden con esa buena calificación de Bordaberry como senador.

Una vez le pidieron a Lucía Topolansky que nombrara a dos o tres senadores de la oposición que le gustaría tener como compañeros de bancada. Para sorpresa de todos, el primer nombre que citó fue el de Pedro Bordaberry. Según ella, Bordaberry era uno de los senadores más serios, estudiosos y trabajadores. Creo que muchos coinciden con esa buena calificación de Bordaberry como senador.

Más difícil es hallar consensos para Bordaberry como buen líder del Partido Colorado, en parte por su culpa y en parte por las circunstancias. Su mayor culpa quizás fue la de dejar fuera de la fórmula al líder del otro sector del coloradismo, José Amorín, a quien debió incluir como candidato a vicepresidente en las elecciones de 2014. En vez de reforzar la unidad partidaria con Amorín, Bordaberry eligió como segundo a un político de su mismo sector, una pésima señal para el electorado. Otros errores en el manejo de su interna habrá cometido, pero visto desde afuera, ese parece ser el más relevante.

Están además las circunstancias que lo acompañaron, una de las peores que haya debido enfrentar un dirigente colorado. Principal cantera de votos captables por el Frente Amplio, con un avejentado padrón de adherentes y poco atractivo para los jóvenes, el partido fundado por Fructuoso Rivera se fue quedando sin discurso y sin gente en la última década y media. Un partido que además pagó muy caros los efectos de la crisis del 2002, que le fueron imputados casi por completo sin reparar demasiado en el origen externo de buena parte de los problemas y en las hábiles medidas que se adoptaron para paliarlos.

Por si fuera poco a Bordaberry le pesaron las herencias. No me refiero a ser hijo de quien era porque en la política uruguaya -a pesar de lo que digan- siempre vale tener un apellido reconocible que mal o bien destaca a su portador entre la densa masa de aspirantes. Cuando hablo de herencias me refiero sobre todo a las que recibió de Jorge Batlle y Julio María Sanguinetti, sus antecesores en el liderazgo partidario que, como la mayoría de nuestros caudillos, prepararon pocos recambios. Y ya se sabe que es difícil florecer a la sombra de los grandes árboles.

Hace veinte años ese fino analista de la política que fue el sociólogo César Aguiar vaticinó que se avizoraba el derrumbe del Partido Colorado. Fue un pronóstico audaz y temerario que le valió el encono de los simpatizantes de dicho partido. Y fue también una manera de contradecir a la distancia al general Líber Seregni que con idéntica temeridad, aunque con menos fundamentos, había pronosticado el fin del Partido Nacional. Ambos veían venir a un Frente Amplio dominante, pero discrepaban sobre cuál sería a la postre su principal contendor.

La historia reciente le dio la razón a Aguiar. El Partido Nacional es el mayor rival de la izquierda mientras el Partido Colorado continúa en baja y no hay indicios de que esa situación pueda revertirse en los próximos tiempos. La partida de Bordaberry empeora las cosas porque lo deja sin su figura más notoria. Quienes tanto lo criticaban en filas coloradas tienen ahora el campo libre. Ojalá estén a la altura de las circunstancias por el bien de nuestro sistema democrático y de la causa opositora.

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Antonio Mercader

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