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Acción y reacción

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Mientras esperamos por el caso policial estrella de cada verano, los periodistas hemos tenido que “changar” con la telenovela sobre la salida de Bonomi, las pifias del Inumet, o el TLC con China.

Mientras esperamos por el caso policial estrella de cada verano, los periodistas hemos tenido que “changar” con la telenovela sobre la salida de Bonomi, las pifias del Inumet, o el TLC con China.

El caso del supuesto intento de secuestro de una niña a punta de jeringa en Montevideo y que quedó en un intento de rapiña de parte de una mujer con problemas mentales, amagó a dar insumo para un análisis más a fondo, sobre todo para interpelarnos sobre el nivel de desquicio que algo así puede generar en ciudadano común, en el “activista de teclado”. Pero no.
Lo mejor cuando la discusión pública local no da jugo es elevar la vista y ver qué pasa en el mundo. Y en el mundo, hoy, lo que pasa es Trump. Sus salidas por estos días han estado marcadas por muestras de proteccionismo casi kirchnerista, amenazando a empresas que no invierten en su país, y por el ninguneo sin precedentes a las agencias de inteligencia ante las advertencias sobre la amenaza rusa. Esto confirma que vamos rumbo a cuatro años de incertidumbre política global absolu- ta, y reflota la pregunta básica ¿cómo pudo este hombre llegar a la Casa Blanca?

La respuesta más “jugosa” fue aportada por un cocinero.

Se trata de Anthony Bourdain, figura muy popular en su país, y cuyo especial visitando Uruguay vale la pena revisar cada tanto en Youtube. Consultado sobre Trump, Bourdain se declara asustado, pero también carga contra sus colegas “liberales” (lo que acá se podría leer como “de izquierda”). “La asqueante condescendencia con la que los privilegiados como yo, hemos analizado a ese EE.UU. “rojo”, amante de las armas, temeroso de Dios, y de clase trabajadora, es tan estúpida como responsable del surgimiento de esta reacción de enojo, de la que Trump es un resultado”. Y agrega: “El tono arrogante de la izquierda intelectual y privilegiada repitiendo y repitiendo esas oposiciones radicales y absurdas, no cambia el pensamiento de nadie, solo endurece el enfrentamiento”.

En la misma semana de las declaraciones de Bourdain, otro insumo apuntaba en el mismo sentido. Se trató de un informe en video del diario inglés The Guardian, acerca de la historia de un pequeño pueblo sobre el río Misisipi, donde el incendio criminal de una iglesia negra reflotó el fantasma del enfrentamiento racial. La iglesia, para peor, apareció con una pintada que decía “Trump presidente”.

En un momento, el periodista inglés junta al pastor negro de esa iglesia quemada, con uno blanco que había cedido un ala de la suya para que la congregación afectada pudiera seguir con sus ritos. Pese a este gesto, los servicios estaban bien separados, y en los mismos la homogeneidad racial era absoluta; los negros de un lado, los blancos del otro. Ambos pastores de todas formas niegan que el tema racial se haya visto agravado en la campaña, y el blanco señala que no tenía particular simpatía por Trump, pero que lo había votado porque pese a todos sus excesos, lo veía como a alguien más cercano, más humano, que Hillary.

Estos dos casos dicen mucho sobre la realidad del debate político en este siglo XXI, tanto en Estados Unidos como en Uruguay.

Por un lado en lo que tiene que ver con la arrogancia de ciertos sectores intelectuales que se creen dueños de la verdad absoluta, y miran con desprecio a cualquiera que puede esbozar un matiz que contradiga su dogmático esquema mental. Hay mil ejemplos de esto, pero uno flagrante fue el debate sobre la baja de imputabilidad. Vale señalar, para derrumbar el argumento personal tan en boga, que el autor estuvo en contra de esa idea desde el principio. Pero el tono de la discusión casi lo hace cambiar de opinión. El debate no era nunca acerca de los motivos de por qué no servía la propuesta, sino una especie de cruzada, donde cualquiera que no estuviera en contra era un retrógrado, facho, y represor.

Esto nos lleva al segundo punto, que es lo que dice Bourdain sobre ese juego de opuestos irreductibles tan negativos. Por ejemplo esta semana la senadora Topolansky dijo que los que critican a Bonomi son “la derecha”, el ex intendente De los Santos, dijo que el cambio de catastro en Maldonado es “de derecha”, y el novel presidente del FA, Daniel Miranda cerraba el congreso del FA al grito de “que se agarre la derecha”. La derecha... en Uruguay...

La clave de un sistema democrático es que nadie es dueño de la verdad, y que del contraste de ideas, surgen acuerdos (síntesis, diría Hegel) que permiten avanzar a todos. Cuando desde la elite de un sector de la sociedad, se cava una fosa tan honda en la población, se desprecia tanto al que puede tener un matiz, se está tan seguro de ser dueño de la verdad, se está abonando el terreno para una reacción extremadamente peligrosa, llámese Trump, Le Pen, Podemos o Brexit. Con la imputabilidad en Uruguay no se dio, pero ¿alguien cree que estamos vacunados?

Ah, el autor del incendio a la iglesia terminó siendo un joven negro con problemas mentales como la de la jeringa. La vida suele ser más complicada que los eslóganes.

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Martín Aguirre

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