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Academia y frentismo

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Con casi 80 años de edad, Benjamín Nahum puede preciarse de haber dejado una honda huella en el campo de la investigación histórica. Sus méritos incluyen una trayectoria sostenida durante más de medio siglo, mucha productividad y un fuerte impacto sobre miles de lectores.

Con casi 80 años de edad, Benjamín Nahum puede preciarse de haber dejado una honda huella en el campo de la investigación histórica. Sus méritos incluyen una trayectoria sostenida durante más de medio siglo, mucha productividad y un fuerte impacto sobre miles de lectores.

Este diario publicó la semana pasada una larga entrevista en la que Nahum despliega toda su vitalidad intelectual. También muestra que conserva viejas miopías ideológicas, cultiva una visión sesgada de la historia y aún no percibe la importancia de los controles y equilibrios democráticos. Todo muy propio de una academia que practicó durante décadas un marxismo elemental.

Nahum sigue hablando de “sectores de la clase obrera” para referirse a un sindicato como ADEOM, que tiene pocos obreros y una gran mayoría de afiliados de cuello blanco. Esto no es raro en alguien que en su momento intentó aplicar la categoría marxista de “campesino” a un campo uruguayo donde nunca existió tal cosa.

También sigue creyendo que nuestra economía pudo crecer porque tuvo la suerte de contar con “una proteína libre vagando por el campo”. Para él, esa frase sigue vigente: “Veo trabajar al obrero acá y me doy cuenta que este país está liquidado. (…) En el mundo un obrero calificado produce cien; acá produce treinta. Así no competimos con nadie.

Absolutamente. La única que puede mantener la competencia es la vaca. Pero el hombre...”. Lo que este enfoque ignora es que detrás de una vaca uruguaya de hoy (muy distinta a la de hace un siglo) hay un gran esfuerzo en investigación y desarrollo que es mérito de seres humanos altamente calificados. La vieja academia sigue sin entender cómo se genera riqueza en este país.

Nahum sigue contando una versión parcial de nuestra historia. Para él, Batlle fue el único que percibió la importancia de la cuestión social, mientras los blancos eran incapaces de ver “al desgraciado que tenían al lado”. Ese enfoque unilateral ignora, por ejemplo, que Manuel Oribe impulsó las primeras leyes de seguridad social que conoció el país, o que Luis Alberto de Herrera y Carlos Roxlo presentaron en 1905 dos proyectos de ley que reducían la jornada de trabajo e introducían medidas inéditas de seguridad laboral. Esos proyectos no fueron aprobados porque no los votó el batllismo, que recién legislaría sobre el tema en 1915.

Para Nahum, la sensibilidad social de Batlle justifica sus déficits democráticos: “A José Batlle y Ordóñez se lo criticó porque no patrocinó una democracia política, una vigencia abierta y clara del sufragio obligatorio, de la representación proporcional, de la vigencia de ciertos principios básicos para un proceso claramente democrático. Lo que sucede es que Batlle hizo tanto en el plano social y económico, y sobre todo en el plano humano, que yo le disculparía lo otro”. O sea: las garantías formales no importan. Salvando las inmensas distancias (todas a favor de Batlle) se trata del mismo argumento que se ha usado para justificar a Fidel Castro, a Velazco Alvarado o a los Kirchner.

Lo interesante es que este mismo Nahum, tan representativo de la vieja matriz cultural de la izquierda, se declara “medio pesimista” ante unos gobiernos frentistas a los que ve hundidos en el corporativismo, incapaces de mejorar la enseñanza y conducidos por hombres “de setenta y pico de años” que ya no están en condiciones de manejar un país.

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Pablo Da Silveira

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