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El opio de las bases de la era K

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El mismo dictador que había dicho que en Chile "no se movía una hoja sin que él lo sepa", después juró no haber ordenado los magnicidios cometidos por la DINA.

Tanto el atentado contra Bernardo Leighton en Roma, como los asesinatos de Carlos Prats en Buenos Aires y de Orlando Letelier en Washington, fueron, según Pinochet, ordenados por el titular del aparato de inteligencia del régimen, Manuel Contreras.

Imposible de creer. Sencillamente, la DINA no habría realizado semejantes atentados en capitales extranjeras sin que lo ordenara Pinochet.

Algo similar pasa con la corrupción kirchnerista. Resulta inverosímil la afirmación de Cristina de que nada tiene que ver con el dinero que su eterno secretario de Obras Públicas intentó esconder en un convento. En un gobierno tan verticalista y personalista como el que impuso el matrimonio patagónico, es absurdo creer que la cúpula del liderazgo no lo sabía. Y si bien muchos legisladores y funcionarios kirchneristas fueron honestos, ninguno puede decir, sin faltar a la verdad, que no sabía del esquema de corrupción reinante, porque se lo denunciaba desde el 2008, estaba a la vista y llevaba años explicándolo la prensa crítica.

En todo caso, quienes de verdad están perplejos y desilusionados son muchos kirchneristas de base que creían de buena fe en el relato instalado por un vasto aparato propagandístico.

Incluso, muchos aún siguen creyendo que aunque algunos hayan robado, se trata de una patología intrínseca de la política, y ni Cristina ni Néstor sabían ni se beneficiaron.

Esa increíble y conmovedora persistencia en negar lo evidente, nuestra la eficacia que tuvo el aparato que mejor funcionó durante los mandatos de Cristina. Precisamente, el aparato de propaganda.

Diseñado y manejado por expertos formados en partidos totalitarios, el sistema de unificación del mensaje a través de las redes sociales y los medios gráficos y electrónicos financiados por las arcas públicas, logró construir una suerte de invernadero en cuyo microclima artificial germinó una convicción vigorosa y una mística que derivó en adoración.

Los expertos que edificaron el culto personalista K, se formaron en aparatos instruidos en la creación del culto a Stalin, Mao y Fidel, y lograron cultivar una feligresía cuya adoración y fe no se doblega ante la realidad. Por más inapelables que sean las evidencias.

LA BITÁCORA

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