Publicidad

Kim y la opción 4

Compartir esta noticia

Henry Kissinger en una ocasión ofreció una buena explicación de cómo les llegan a los presidentes las opciones de política. "Cuando se ven obligados a presentar varias opciones, los departamentos por lo general presentan dos alternativas absurdas, flanqueando la alternativa que el departamento prefiere, que por lo general va en la posición intermedia", comentó en sus memorias.

"Un político totalmente ignorante", agregó, "fácilmente puede satisfacer a sus departamentos seleccionando a ciegas la opción número 2."

¿Qué opciones tiene Donald Trump en lo que se refiere a los programas de armas nucleares y de misiles de Corea del Norte? La sabiduría convencional ofrece las tres posibilidades acostumbradas: 1) más sanciones a Pyongyang, 2) renovar los esfuerzos diplomáticos o 3) lanzar ataques militares. La primera opción puede poner al régimen en desventaja, pero no detener su campaña nuclear. La tercera opción sería responsable solo como último recurso.

Eso nos deja con la diplomacia, que tiene la supuesta ventaja de ganar tiempo contra un régimen en decadencia, mientras que permite que dé resultado la disuasión.

Pero esto también podría fallar y no solo porque el régimen de Pyongyang siempre hace trampa. La economía de Corea del Norte no está tan deteriorada como se pensaba. Y considerando el buen resultado que tuvo el ensayo de un misil balístico intercontinental, que pondría a Anchorage, Alaska, dentro de su rango de tiro, no podemos decir que el tiempo está de nuestro lado.

Si la disuasión realmente funciona entonces no habría necesidad de que Washington negociara otro acuerdo. Simplemente podríamos seguir como hemos estado hasta ahora, con la confianza de que la destrucción mutua asegurada funcionará tan bien con Pyongyang como funcionó con Moscú durante la Guerra Fría.

Pero, si las sanciones directas, las negociaciones o los ataques militares no hacen que Estados Unidos alcance sus objetivos, ¿qué podría ayudarlo?

Bienvenidos a la opción número 4, que empieza por reexaminar y definir lo que deben de ser las metas de Estados Unidos.

La respuesta acostumbrada —la meta es una península de Corea desnuclearizada— es incorrecta. No existe ninguna estrategia de inducción o de coerción que pueda persuadir a Pyongyang de renunciar a un arsenal que es tanto su mejor defensa contra la coerción como su mejor medio de extraerle beneficios a Occidente.

La respuesta correcta es que Estados Unidos quiere que el régimen de Kim desaparezca de Corea del Norte. No son las armas nucleares las que deberían preocuparlo. Son las manos que las tienen.

Los críticos de la estrategia de cambio de régimen señalan que la única forma de llevarla a cabo —aparte de una guerra, un golpe de estado o un levantamiento popular— sería con la aquiescencia de China. Pekín podría suspender el flujo de diésel y gas a Pyongyang, invitar a Kim a parlamentar y ocultarlo en la casa de huéspedes. Pero China preferiría conservar a Corea del Norte como carta de negociación diplomática y un instrumento para amenazar indirectamente a Estados Unidos.

Hasta hace poco tiempo, Pekín no pagó ningún precio por esta conducta. Estuvo de acuerdo con imponer las ineficaces sanciones de Naciones Unidas pero las aplicó con desgano, si es que llegó a aplicarlas. Eso empezó a cambiar apenas el año pasado, cuando el gobierno de Obama acusó a cuatro individuos y una compañía de China de lavar dinero para Pyongyang.

Lo bueno es que el gobierno de Trump recogió el tema con una nueva ronda de sanciones contra entidades chinas. No debería de parar en eso. El mes pasado, Estados Unidos le vendió a Taiwán armas por mil millones de dólares; asimismo, la armada estadounidense ha refutado las pretensiones marítimas chinas en el mar del Sur de China. Esto debe dejar en claro que el gobierno de Estados Unidos está determinado a cobrarle a Pekín por no tomar en cuenta sus intereses de seguridad.

En otras palabras, el gobierno está en el buen camino. Lo que está faltando es la articulación de una estrategia general y una nueva invitación a los chinos para que sean parte de la solución, no del problema. Washington podría reconocer al estado norcoreano, incluso si fuera nuclear, habida cuenta de que no estuviera controlado por la dinastía Kim.

Pekín debe de admitir que lo que más le conviene es que desaparezca Kim y Corea del Norte quede intacta, estable y bajo control. THE NEW YORK TIMES

ANÁLISIS

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad