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"¡Dale, dale! No hay tiempo para nada"

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En la calle la gente sale con lo puesto, casi sin vestirse. Foto: Reuters

Victoria Evia Bertullo es una joven antropóloga uruguaya que está cursando un doctorado en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesa) en Ciudad de México. Fue testigo del terremoto del jueves por la noche. En su testimonio para El País revela la conmoción que genera en la gente este tipo de fenómenos.

Ayer poco después de la medianoche se activaron las alarmas. "Alerta sísmica, alerta sísmica". Suenan unas sirenas en la calle y parece que estuvieras en el libro de Orwell 1984. Hacía poco que nos habíamos acostado con mi marido. Hay una fracción de segundo en la que razonas que efectivamente están sonando y que toca salir de la cama. El protocolo recomienda que si estás en una planta baja o a menos de dos pisos salgas a la calle, a una "zona segura", donde no tengas cables, columnas, árboles o demás. Si ya son más de tres pisos mejor irse abajo de los marcos de las puertas o vigas (zonas seguras dentro de los hogares). En nuestro caso, que estamos en un primer piso, hay que salir. Mientras te calzas, atinas a agarrar billetera y sobre con documentos. "¡Dale, dale!". Manoteas el celular y la compu (sí, la compu, un poco ridículo, pero como estoy acá con mi tesis de doctorado es de los elementos fundamentales. Nota mental: respaldar la tesis en la nube). Ahí calzada, con la compu en una mano y tratando de ponerte la campera, te das cuenta de que estás en ropa interior. No hay tiempo para ir a buscar los pantalones. Bueno, manoteas la frazadita que está en el sillón al lado de la puerta y que usas para cuando te tiras a ver pelis y salís. Medio tapada, medio desnorteada. Te encontrás con los vecinos abajo de pijama, con perros y niños a upa. "No se mueve nada". Pasan en un auto unos "chavos" que gritan "no hagan caso, es falsa alarma, como la de ayer". Sí, en la tarde anterior se habían disparado las alarmas de la alerta sísmica por un "error humano". Cinco segundos. Sí, se mueven los cables. Ahora sí se siente. Como que empieza a moverse el suelo. Se golpean las puertas. Sensación como de estar caminando en el Buquebus. Salimos del portal del edificio y cruzamos a un cantero en medio de la calle. Se mueven los autos estacionados, como si los empujaran. Nos miramos. No sé bien cuánto dura el temblor, como 30 o 40 segundos. Te tiemblan un poco las piernas. Ahí miramos qué hacen los vecinos. "Hay que esperar en caso de réplica". Esperamos. Cuando la gente empieza a subir, subimos. Ahí empiezan los mensajes en redes sociales y con amigos. Sismo de 8.2, más fuerte que el del 85. En la zona de la ciudad donde vivimos no se siente tanto, dicen, porque está sobre roca volcánica. En otras zonas donde antes había un lago se mueve más. Unos amigos que viven en un cuarto piso al lado de la iglesia cuentan que las campanas sonaban solas. A ellos les tocó esperar que pasara el temblor ahí, porque cuatro pisos ya no dan para bajar. Otros amigos que estaban en Oaxaca, en la costa, les tocó evacuarse a un pueblo cercano en la madrugada por la alerta del tsunami. Te quedas como acelerado, mucha adrenalina y nervios. Esta mañana desayunamos con las noticias: más de 35 muertos entre Oaxaca, Chiapas y Tabasco, derrumbes, personas evacuadas. Sin dudas la experiencia de haberlo vivido en Coyoacán fue muy "leve" (como dicen acá). En muchos aspectos la vida en Coyoacán es muy privilegiada en relación a otras zonas del país.

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En la calle la gente sale con lo puesto, casi sin vestirse. Foto: Reuters

TESTIMONIO DE UNA URUGUAYA QUE VIVIÓ EL TERREMOTO EN MÉXICO

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