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El camino incorrecto en Brasil

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Cuando los asolaban males como las pestes, los aldeanos medievales rodeaban las hogueras donde la Inquisición quemaba supuestas brujas y presuntos herejes, porque creían que con esa muerte atroz se calmaría la ira divina que trajo el mal a la comarca.

Lo mismo explicaba los sacrificios rituales en todas las culturas de la antigüedad. Y una catarsis similar está realizando una parte de la sociedad brasileña, hastiada por la crisis económica y agobiada por el miedo a que haya consecuencias aún peores.

El chivo expiatorio es Dilma Rousseff. No importa lo forzadas que sean las justificaciones del juicio político; lo que importa es que su liderazgo se ha evaporado y ya no tiene el músculo político necesario para conducir el país hacia la salida de la dura recesión que padece.

Lo que se ve en Brasil es una dirigencia política embardunada por el "petrolao", que ha entrado en un salvaje sálvese quien pueda, y apuesta a calmar la decepción y la indignación de la sociedad sacrificando a la presidenta.

Después de haber descartado otras posibles causas de impeachment porque también derribarían al vicepresidente Temer, los inquisidores encontraron una falta que sería inaceptable en la rigurosa escrupulosidad administrativa nórdica, pero no en la normalidad gubernamental brasileña.

Además, cuando Dilma cometió la falta que le imputan, el grueso de los legisladores que ahora la condenan se mantuvo callado, o porque no lo vieron como una falta grave, o para conservar sus cómodos puestos en la coalición de gobierno que integraban.

El resultado es la paradójica postal de políticos sospechados de corruptos, acusando a la presidenta de una falta que no implica corrupción.

CLAUDIO FANTINI

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