Cuando Cristina Kirchner entró al Kremlin, conoció la cuna del modelo que inspira a su liderazgo. En ese palacio, Iván IV creó el título de zar. También la cultura política eslava y el Estado ruso, al que expandió conquistando Siberia y anexando los kanatos de Kazán y Astrakán.

Inmisericorde con los insumisos, Iván el Terrible enriquecía a quienes lo apoyaban. Todos los gobernantes fueron zares, incluyendo los líderes soviéticos con la excepción de Gorbachov, cuyo espíritu liberal hizo que el último imperio ruso se desintegrara.

Vladimir Putin reconstruyó el modelo de liderazgo que da todo el poder a una persona que está sobre las instituciones y rige un capitalismo cartelizado; con empresarios que se enriquecen a la sombra del poder, al servicio del poder y en sociedad con el poder.

Chavismo y kirch-nerismo aprendieron de Putin a asociarse con los grandes medios, mediante la publicidad oficial. También a exigir a los empresarios enriquecidos con la obra pública que compren medios de comunicación y los pongan al servicio del líder.

Los acuerdos que Cristina firmó en Moscú, concediendo a Rusia desde la construcción de plantas nucleares hasta maniobras militares conjuntas, así como los que darían a Gazprom beneficios perjudiciales para YPF, muestran que Argentina volvió a las "relaciones carnales". Ahora la relación es bígama. Lo prueban las inmensas concesiones a China en materia de obras públicas y permitiendo una base donde habrá militares y leyes chinas. ¿La razón económica? Su modelo económico se destartala y necesita asistencia externa. ¿La razón política? Necesita protectores externos para preservar poder. Hasta principios del 20, Londres cuidó a las oligarquías locales que protegían sus intereses. Después fue Washington el que cuidó a las dirigencias que le respondían. Ahora son Rusia y China las interesadas en proteger a quienes cuidarán los negocios y posicionamientos estratégicos que consiguieron en Argentina.

La Bitácora