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La vida después de la sotana

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Ariel Irrazabal: con su esposa y uno de sus hijos en Buenos Aires. Foto: Gentileza del autor

Ex sacerdotes crean un grupo de WhatsApp; compartieron sus vivencias con El País.

Cuando tenía once años participaba en una parroquia de Florida de un grupo que se llamaba "Perseverancia". Era una especie de continuación de la catequesis, después de haber tomado la comunión. Se hacían reuniones de grupo, salidas los fines de semana y algún que otro campamento.

En estas salidas participaba el cura de la parroquia, un hombre joven, sonriente y divertido que hacía mucho más amenas las actividades. Un día me paró una compañera en la calle y me dijo: "¿Viste que Artigas se fue de la parroquia?". Yo no entendía de qué me hablaba, "sí, dicen que se enamoró", me acuerdo que agregó.

Fue el tema del pueblo durante semanas. No había reunión donde se hablara de otra cosa; todo el mundo opinaba si estaba bien, si estaba mal, si conocían a la mujer de la que se había enamorado… Algunos hablaban desde una postura comprensiva, otros juzgaban deliberadamente. El tiempo pasó y surgieron otros temas para las reuniones.

Hoy, Artigas, que pidió no dar su apellido, tiene cuatro hijos y vive con su pareja. Montó un comercio en el que vende útiles de papelería y realiza impresiones digitales sobre tazas y remeras, entre otros servicios vinculados a la tecnología.

Hace un año, junto a Jesús Arbiza (exsacerdote de Salto) crearon un grupo de WhatsApp llamado "Ex curas de Uruguay". Su idea fue contactar a otros que hayan dejado los hábitos (técnicamente "abandonado el ministerio") para reencontrarse y compartir anécdotas, pero también para apoyar a quienes estén pasando dificultades afectivas, psicológicas o económicas, sobre todo si recién salieron.

Encontraron terreno fértil. Comenzaron a agregar personas y al día de hoy van 35 exsacerdotes dentro del grupo y otros 10 que participan aunque no estén conectados por el celular; algunos son personas mayores que no están familiarizadas con la tecnología. Con ellos se contactan telefónicamente.

"Ha sido algo muy positivo y valioso. Una de las cosas que hemos visto es que uno está muy solo cuando deja el ministerio. Quisimos ver cómo podíamos hacer para ayudar, para acompañar. Porque hay cosas que solo las conoce quien estuvo ahí", comenta Jesús Arbiza, de 51 años, que llegó de Salto a Montevideo para ver el partido de Uruguay-Brasil junto a su hijo mayor.

El año pasado unos 10 sacerdotes abandonaron su ministerio, una cifra algo más alta que en 2015, en que se fueron entre cuatro y cinco presbíteros. Todas las cifras son aproximadas porque la Conferencia Episcopal del Uruguay (CEU) no tiene estadísticas sistematizadas sobre el tema. En cuanto a las ordenaciones, registran de seis a 10 según el año.

Los datos fueron facilitados por el padre Luis Farielo, responsable de la Comisión del Clero, organismo de la CEU que se encarga de cuestiones vinculadas a los sacerdotes. "El año pasado fue un año especial, se fueron más que en otros años, no sabemos por qué", señala.

Uno de los objetivos de la Comisión del Clero para 2017 es comenzar a sistematizar los datos de cada diócesis, conocer más en detalle las razones del abandono de los hábitos, crear un espacio institucional para contener a quienes salen y, si lo desean, facilitarles un servicio donde puedan seguir participando. Recientemente Farielo intervino en el Vaticano de una reunión de sacerdotes donde se abordó el tema. La idea es acercarse "desde una mirada fraternal, de volver a reconstruir vínculos", precisa.

Casados.

Mientras Jesús Arbiza comparte su historia, Mateo, de 10, juega en un futbolito que hay a pocos metros de su mesa. Ignacio, de seis, quedó en Salto. "Nunca quise planteárselos como algo específico. Mateo lo dice cuando se presenta: mi padre fue cura. Ignacio a veces le dice a la madre me preguntaron en el colegio si mi padre había sido cura", relata Arbiza.

A veces la catequista de Mateo le pide que le pregunte a su padre cosas sobre religión o surge de él pedirle ayuda para resolver los deberes. "Me dice vos que fuiste cura, a ver, ayudame con esto", dice Arbiza con humor.

Creció en Artigas, en una familia católica practicante, en la que sacerdotes amigos de sus padres iban a almorzar a su casa. En tiempos de dictadura, cuando religiosos locales eran perseguidos, vio en el sacerdocio un espacio atractivo desde el cual trabajar y construir. El día que murió un cura cercano que tenía un rol activo en su comunidad, Arbiza sintió que Dios le decía "ahora te toca a vos". Ejerció como sacerdote 12 años hasta que "comenzó la lucha", recuerda. "Conocí a mi señora, Alexandra, que era educadora de adolescentes en la parroquia". La historia breve es que le planteó a su obispo el deseo de salir, salió y se fue a vivir con ella.

La realidad fue más compleja. "No fue fácil dejar, porque no es que yo no estaba a gusto. A mí me parece una cosa muy importante el ser cura pero llega un momento en que el casamiento y la vocación sacerdotal en esta Iglesia de hoy no son compatibles", reflexiona. Dejar fue vivir una experiencia de duelo, en la que terminó algo que creyó era para toda la vida.

El proceso para abandonar los hábitos suele tener dos fases formales. Primero, el obispo entrega un documento por el cual prohíbe ejercer el ministerio públicamente, es decir, el cura no puede hacer tareas como dar misas, confesar o casar. En una segunda instancia, si lo desea, solicita la dispensa de la obligación de celibato y reducción al estado laical; un permiso otorgado por el Papa tras el cual se puede casar por Iglesia.

Arbiza recibió la dispensa y se casó tiempo después. Tras 11 años de matrimonio cree que fue Dios quien puso a su esposa en su camino. "Yo abracé el llamado al sacerdocio con todo mi ser y hoy abrazo el llamado a construir un proyecto de vida en familia con todo mi ser, aunque haya gente que no cree en eso", manifiesta y tamborilea con los dedos en la mesa. De los años como sacerdote extraña predicar y escuchar a la gente de la comunidad.

¿Traición?

Junto con las dificultades para encontrar trabajo, el duelo y la soledad, el tema de la traición es moneda corriente en las charlas con los integrantes del grupo "Ex curas de Uruguay". Algunos sienten que al entablar una relación de pareja traicionaron a la Iglesia por no cumplir con el celibato; otros creen que fueron coherentes consigo mismos.

Cuando al exsacerdote Ariel Irrazábal se le pregunta si siente que traicionó a la Iglesia al dejar su ministerio y casarse, hace un silencio profundo y luego responde: "Probablemente sí, pero fui honesto conmigo, responsable".

Julio César Boffano, exsacerdote jesuita que vive con su pareja homosexual desde hace 14 años, se expresa en un sentido similar. "Sos un traidor aunque no te lo digan con esas palabras. Tus hermanos, con quien compartiste toda la vida, te ven en la calle y no te conocen más. ¿Por qué? Te duele y te lleva tiempo comprenderlo”.

Acerca de esto, Luis Farielo desde la CEU reflexiona: “Ha habido situaciones de señalar y calificar pero son cosas que obedecen a una época, un estilo. No solo no corresponde por un tema institucional, sino que no obedece al Evangelio”. Y va más allá: “Calificarte de traidor porque dejes el ministerio es un abuso”.

Todos son categóricos en que la contemplación y la comprensión no se aplican en los casos de dolo como el abuso de menores o la pedofilia, entendidos sin dudas como delitos graves a no encubrir.

Consultado sobre sacerdotes que mantienen su sacerdocio al tiempo de que tienen “novia” o “novio”, a veces amparados por sus obispos, Farielo, responde: “Yo puedo hablar de mí; no tengo hijos ni amante, vivo mi celibato en plenitud, a veces con más dificultad y otras con menos. Es una cosa compleja, la Iglesia no fomenta la doble vida, fomenta la coherencia. Vamos hacia ese camino”.

Parte de ese camino, indica Farielo (cura párroco en la parroquia de la Barra de Santa Lucía, en Santiago Vázquez), es unificar criterios entre sacerdotes, obispos y otros integrantes de la Iglesia al momento de enfrentar una crisis vocacional.

“Esto tiene que ver con cómo estamos viviendo la vida como sociedad. No lo digo como defensa, pero hay matrimonios que dicen que viven una cosa pero hacen otra. Estamos viviendo en una sociedad muy careta”, enfatiza. Pasará en la Iglesia pero “también pasa en tantos otros ámbitos”.

Para el representante de la CEU, la Iglesia se encuentra -de la mano del papa Francisco- en un proceso de transformación profundo, y acercarse a los exsacerdotes es parte de ese cambio. “No están de un lado los buenos y del otro los malos. La Iglesia está compuesta por pecadores, como vos, yo y el Papa. Tenemos que purificarnos. Se trata de parecernos cada vez más a lo que Jesús pide”, concluye.

En la Iglesia Católica ya existen sacerdotes que están casados.

Recientemente el papa Francisco afirmó que está abierto a considerar que hombres mayores casados se ordenen como sacerdotes en comunidades aisladas, pero descartó que el celibato se vuelva opcional como una forma de incrementar el número de clérigos.

La escasez de sacerdotes impulsó pedidos de algunos sectores progresistas de poner fin al celibato. Los reformistas han sugerido que el Vaticano podría ordenar viri probati, una expresión en latín que se refiere a hombres de carácter probado, casados y con hijos ya crecidos. En una entrevista con el diario alemán Die Zeit, el Papa dijo que esta opción podría ser considerada. "Debemos pensar si el viri probati es una posibilidad. También debemos determinar cuáles serían sus funciones, por ejemplo, en localidades remotas", señaló.

Sin embargo, descartó abrir el sacerdocio en general a hombres casados o flexibilizar el compromiso de la Iglesia Católica con el celibato.

Dentro de la Iglesia, los sacerdotes del rito oriental, por el cual se rigen comunidades de Medio Oriente, Europa del Este y Asia, ya pueden casarse al día de hoy.

En el rito latino, el que se aplica en Occidente, los sacerdotes de otras iglesias que están casados y quieren ordenarse como católicos pueden vivir ambas experiencias.

"Al ministro no le gustó que fueras ex cura".

Cuando el exsacerdote Ariel Irrazábal dejó su parroquia y se fue a vivir con su novia (exmonja de la congregación Paulinas) no tenía dónde trabajar. Pasaron unos días hasta que un cura amigo le consiguió un puesto en una estación de servicio.

A partir de ahí, se puso a cargar combustible en la Ruta 1. En los ratos libres asistía a clases para terminar una licenciatura en Teología y muchas veces iba con las manos negras de gasoil. Desde allí se fue a trabajar a un convento como portero. Así estuvo un año.

Con el tiempo comenzó a evaluar la posibilidad de ordenarse como sacerdote de la Iglesia Anglicana, donde sí pueden estar casados. Decidió hacerlo en Brasil. El pasaje se lo pagó otro cura cercano. "Para que te encuentres a vos mismo", le dijo. Y así fue, allá trabajó como sacerdote anglicano y construyó su familia; hoy vive con su esposa y sus dos hijos en Buenos Aires. La paz con la que vive se transmite en su forma de hablar a través del teléfono.

El empleo es el desafío por excelencia de una persona que deja los hábitos. "Hasta que no te enfrentás a tener que pagar tus cuentas y laburar podés ser un cura muy abierto y muy cercano a los pobres pero, y lo digo con todo cariño, no sabés realmente lo que es la vida. Porque tenés todo resuelto", dice Julio César Boffano, ex sacerdote jesuita integrante del grupo.

El reto a veces pasa también por tener una edad avanzada, por contar con una formación humanística difícil de aplicar o, según Boffano, por chocarse contra prejuicios sociales. "A mí me pasó en un concurso al que me presenté, en el que quedé segundo, que alguien me dijo: sabés que al ministro no le gustaba mucho esto de que fueras excura, ¿no?. Es parte de mi vida, yo estuve 17 años, ¿cómo lo voy a ocultar? ¿Dejo 17 en blanco en el currículum?", se cuestiona.

Boffano trabaja hoy como asesor en comunicación institucional de la Secretaría de Derechos Humanos de Presidencia de la República.

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Ariel Irrazabal: con su esposa y uno de sus hijos en Buenos Aires. Foto: Gentileza del autor

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