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Vázquez, Mujica y las comparaciones

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El politólogo Adolfo Garcé acaba de trazar una provocativa comparación entre Tabaré Vázquez y José Mujica. Garcé describe a Vázquez como el clásico doctor y a Mujica como el típico caudillo, es decir como representantes de dos categorías bien presentes en la historia nacional. Al primero lo define como socialista y al segundo lo ubica en el nacionalismo. Y al final identifica a Vázquez con el batllismo mientras que a Mujica lo inserta en “la tradición herrerista”.

El politólogo Adolfo Garcé acaba de trazar una provocativa comparación entre Tabaré Vázquez y José Mujica. Garcé describe a Vázquez como el clásico doctor y a Mujica como el típico caudillo, es decir como representantes de dos categorías bien presentes en la historia nacional. Al primero lo define como socialista y al segundo lo ubica en el nacionalismo. Y al final identifica a Vázquez con el batllismo mientras que a Mujica lo inserta en “la tradición herrerista”.

Con todos los respetos para tan agudo politólogo me parece que se le fue la mano con Mujica. Si bien es aceptable que en trazos gruesos Vázquez encarna la corriente doctoral afín a una tendencia política internacionalista como es el socialismo, el nacionalismo herrerista de Mujica no está claro. Veamos por qué.

Dejando de lado los arrebatos de Mujica en el movimiento tupamaro con su adhesión a utopías guerrilleras inspiradas desde el exterior en un importado castrismo a la cubana, su actuación reciente no fue precisamente la de un nacionalista. Recuérdese que al asumir la presidencia instó a subirse al “estribo de Brasil” y luego contemporizó hasta el exceso con Argentina, todo ello en nombre de un desteñido Mercosur y de una supuesta cooperación entre gobernantes del mismo palo político. ¿Alguien imagina a Herrera o a Wilson Ferreira adoptando tales actitudes?

Es cierto que al final, casi cinco años después, Mujica descubrió que “a Argentina el Mercosur le importa un carajo” y que “Brasil tiene sus cosas”, pero su actitud no fue la de un acendrado nacionalista en temas como la papelera, el dragado de los canales, la defensa del puerto montevideano o la tutela de las exportaciones uruguayas a nuestros dos vecinos. Parece evidente que en su concepción geopolítica el antiguo tupamaro ignoró la descripción que tanto le gustaba a Herrera: la de Uruguay como un algodón entre dos cristales, equidistante de Brasil y Argentina.

Es que no se sostiene la inclusión de Mujica en el herrerismo hecha por Garcé. Baste pensar a modo de ejemplo en lo que Herrera hubiera dicho al contemplar a Uruguay confabulado con Brasil y Argentina para desterrar a Paraguay del Mercosur y hacer entrar a Venezuela por la ventana. Jamás hubiera aceptado esa vergüenza. Tampoco hubiera aceptado entrar en arreglos con Estados Unidos para sacarle las castañas del fuego en el feo asunto de los presos de Guantánamo. “Allá los rubios del Norte...” con sus propios problemas, habría replicado Herrera tal como lo hizo cuando Washington presionó a Uruguay para que enviara tropas a Corea en los años cincuenta.

Hablemos además de la libertad, leitmotiv del Partido Nacional, un partido que en el pasado se alzó en armas no para imponerle una dictadura totalitaria a los uruguayos sino para ensanchar el horizonte de sus derechos civiles. Libertad política y también libertad económica ante un Estado burocrático e interventor con pujos de mercantilismo. Esas son banderas de un partido cuyos fundadores se autodenominaron “Defensores de las leyes” en contraste con un Mujica que antepone lo político a lo jurídico. Bajo esas banderas Mujica no puede estar cómodo.

En fin, aunque Garcé no necesita consejos, a la hora de comparar a Mujica le recomendaría ponerlo tan lejos del nacionalismo como cerca del anarquismo, que esa sí es su auténtica filiación política.

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Antonio Mercader

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