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Un tenaz batallador contra la muerte

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Lamela junto con otros tres integrantes de la asociación que también fueron trasplantados. Foto: Marcelo Bonjour
Marcelo Bonjour

MISTERIOS DE LA SALUD

A Jorge Lamela le habían dado entre 2 y 6 meses de vida, tenía cáncer pero lo derrotó.

Corría el año 1993. A Jorge Lamela (57) —en ese entonces de 33 años y funcionario de la Jefatura de Policía de Canelones— le habían informado que le quedaban entre 2 y 6 meses de vida. Hasta ese momento las cosas en su matrimonio, su hogar y su trabajo "transcurrían con mucha felicidad". Pero en el mes de abril su salud comenzó a deteriorarse por motivos que los médicos no podían determinar y de ahí en adelante su vida "cambió completamente".

"No había ningún diagnóstico claro ni certero y el tiempo no paraba. Cada día que pasaba el deterioro era mayor hasta que en el mes de junio decidieron internarme", narró Lamela a El País. A esa altura, según cuenta, tenía anemia progresiva e insuficiencia cardíaca que hacía que tuviera una descompensación general que los médicos no podían detener.

Tras varias consultas a especialistas, muchos días de internación y diversos estudios, se logró obtener el diagnóstico a través de una biopsia de médula ósea: Jorge Lamela padecía un cáncer de ganglios del tipo linfoma no hodgkin de alto nivel de malignidad (grado 4), el cual se encontraba en etapa terminal ya que estaban afectados el hígado, el bazo, el mediastino, la aorta y la médula ósea.

"A partir de allí quise saber la verdad de todo porque era consciente de que me estaba muriendo. Me dijeron que era un tipo de cáncer muy agresivo y de rápido desarrollo, que sólo me podían dar una mejor calidad de vida y que si quería arreglar mis cosas tenía de 2 a 6 meses. En ese momento sentí dentro de mí una cantidad de sentimientos como angustia y soledad, pero supe que la decisión de luchar o no estaba en mí", reflexionó Lamela.

La batalla.

Sin dudarlo, su decisión fue "luchar". "Sentí una fuerza que me impulsó a hacerlo; llámenle "Dios", "ganas de vivir" o el nombre que cada uno quiera ponerle. Traté de darle ánimo a mi esposa y a mis padres y me puse en manos de Dios", relató.

Al otro día inició la quimioterapia, que era su única solución y de ahí en más "comenzó la lucha". Los buenos resultados no tardaron en aparecer y al poco tiempo Lamela empezó a mejorar. "Los médicos en aquel momento y aún en la actualidad no se explican cómo podía estar tan bien".

Un mes después de haber comenzado la quimioterapia, retornó al trabajo porque no quería que la enfermedad y el tratamiento lo doblegaran. "No quería estar limitado, necesitaba sentirme útil y buscar razones para seguir viviendo".

Al mismo tiempo comenzó a buscar referencias y apoyo en otras personas que hubieran pasado por situaciones parecidas a las que él estaba viviendo, lo que lo hacía sentir que podía estar sobre el otro lado de las estadísticas. "Que yo también podía ser otro sobreviviente del cáncer", comentó.

"Tomé a la quimioterapia como mi aliada, no como mi enemiga. Trataba de visualizar durante los tratamientos que lo que me inyectaban eran pequeños trabajadores que iban a exterminar las células malas para que pudieran crecer las buenas. No por esto dejaba a veces de sentirme mal", dijo.

Transcurrieron tres años consecutivos de tratamiento, durante los cuales tuvo recaídas tanto físicas como anímicas.

"Pero lo importante es que logré levantarme y seguir en la batalla para poder recuperarme", relató el hombre que trabaja actualmente como analista programador en la Universidad del Trabajo y está jubilado del Ministerio del Interior.

En el año 1996 al terminar su tercer año de tratamiento, el médico le informó que lo mejor era que se hiciera un trasplante de médula ósea ya que su organismo se había hecho resistente a la quimioterapia: los tratamientos eran cada vez más agresivos y daban menos resultados.

Con amigos y familia.

"Fue en esos momentos donde precisé de la comprensión de mi familia, amigos y especialmente de otro que hubiera pasado por lo mismo que yo", recordó Jorge Lamela.

Esa necesidad lo impulsó a formar junto a otras personas, un Grupo de Apoyo para Enfermos de Cáncer y Trasplantados de Médula Ósea. Hoy es la Asociación de Trasplantados del Uruguay (ATUR), que incluye no solo los casos como el de Jorge sino también a personas que han sido intervenidas por problemas en los riñones, el hígado y el corazón además de apoyar a aquellos que se encuentran realizando diálisis.

En la actualidad hay unos 200 asociados de casi todos los departamentos del país, de los cuales el 80% son trasplantados renales."Lo que buscamos es trasmitir la experiencia que todos necesitamos y más en momentos como ésos. A través de los testimonios tomamos conciencia de que el cáncer se puede vencer, de que hay que luchar y tener fe", sostuvo. Tienen a la vez el objetivo de difundir campañas sobre la importancia de la donación de órganos, y acompañar a aquellos que están pasando por un tratamiento con quimioterapia o que próximos a ser trasplantados.

Si conocés una historia de esperanza y superación que quieras compartir, escribinos a [email protected]

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