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Más de 60 senegaleses han solicitado refugio en Uruguay en los últimos cinco meses

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Oumar (31) es profesor de Historia y Geografía en francés. Foto: Oumar

LLEGANDO DEL OTRO LADO DEL ATLÁNTICO

Oumar es uno de ellos. Y este inusual movimiento tiene un porqué.

En África el movimiento es señal de que se está vivo. Las mujeres se mueven de sus aldeas en busca del agua. Los hombres se mueven para vender trapos, joyas o extraer metales preciosos. Los niños se mueven de árbol en árbol para encontrar la sombra idónea que les permita estudiar. Los ancianos le agradecen a la naturaleza con movimientos circulares. Hombres, mujeres, niños y ancianos se mueven en pateras a Europa, en las bodegas de barcos a Sudamérica. Escapan, huyen.

La libre circulación es un derecho humano. Por eso no es extraño que en el continente que dio origen a la humanidad, el movimiento sea el ADN de sus habitantes. La vida de Oumar es una vida en movimiento.

Nació en Dakar, hace 31 años, poco después de que la capital senegalesa sea más conocida por las carreras de rally que por el nombre de una ciudad. Pero su familia era del sur del país, de esa zona en la que el Sahara da paso a la sabana y en la que los desplazados por la rebelión se cuentan por miles. Oumar vivió en Brasil mientras le duró el protocolo de refugiado. Y desde hace tres meses está en el Chuy, como vendedor ambulante, a la espera de que Uruguay le dé cobijo.

Son 66 los senegaleses que han solicitado refugio ante la Cancillería uruguaya en menos de cinco meses. Oumar es uno de ellos. Y este inusual movimiento tiene un porqué.

Ocurre que Europa, el destino natural de los africanos, ha intensificado las barreras de ingreso. Senegal fue colonia francesa, pero Francia les interpone una visa que es imposible sortear para la media de los jóvenes senegaleses profesionales. Oumar lo sabe porque uno de sus hermanos atravesó el Mediterráneo en una patera y ahora está en Italia viviendo en la clandestinidad.

Por eso cruzar el Atlántico —en avión o en barco de carga— se ha convertido en la mejor opción. Son cientos —por no decir miles— los senegaleses que llegaron a Ecuador en los últimos años, un destino que no les exige visa y que queda en línea recta —esa misma línea que separa al hemisferio Sur del Norte. Y la otra elección ha sido Brasil, el gigante que facilitaba un protocolo de refugiados, renovable cada dos años, y con el que accedían al trabajo formal.

"Durante el gobierno de Dilma (Rousseff) esa dinámica estaba aceitada y los senegaleses iban contando los años hasta superar los diez que les permitía sacar la residencia en Brasil. Pero las nuevas políticas migratorias de Jair Bolsonaro cambiaron la pisada", cuenta Karla Mateluna, referente de la ONG Idas y Vueltas en el Chuy.

Oumar fue a renovar su protocolo de refugiado en San Pablo, como de costumbre, y ahí se enteró del cambio de normativa. Por eso optó por Uruguay, "un país que no hace tanto problema para la documentación y que se vive en paz".

Llevaba más de tres años en Brasil, a donde llegó en avión. El barco no era una opción: su madre y dos de sus hermanos habían fallecido en el naufragio Le Joola, conocido como el Titanic africano que dejó más de 1.800 muertos en las costas atlánticas de Gambia.

Pese a que la suya es una historia en movimiento está deseando un poco de estabilidad. Es que hace años no puede ejercer su verdadera profesión: profesor en francés de Historia y Geografía.

Su caso no es idéntico al de todos los senegaleses que por estos meses están viniendo a Uruguay. "Muchos solo quieren el documento uruguayo que les abre más facilidades en Brasil", dice Mateluna.

Redes.

"Tráfico humano en Argentina: la ruta de los senegaleses vendedores de anteojos convertidos en esclavos". Así titulaba el portal digital Infobae la noticia de que, por primera vez, la Justicia argentina encarcelaba a fines de marzo último a los cabecillas de una red de tráfico de senegaleses. Como parte de este delito, habían sido rescatados unos 80 africanos que habían sido engañados cuando salieron de Dakar hacia Ecuador y que terminaron en puestos ambulantes de localidades porteñas de Flores y Liniers o en la provincia de Misiones.

A priori nada conecta estas redes con la llegada de senegaleses a Uruguay. La Comisión para los Refugiados, de hecho, jamás estudió el fenómeno en profundidad. Pero los expertos advierten que hay tres elementos que hacen de estos inmigrantes una "presa fácil" para estas redes.

Esa constante de estar en movimiento hace que muchos africanos salgan de sus países sin una ruta clara y planificada. A eso se le suma el choque cultural, idiomático y la discriminación étnica —un amigo de Oumar recordó entre risas el día que un uruguayo le dijo: "Vos sos negro de verdad". Y, vinculado a los dos elementos anteriores, a esos migrantes se les hace cuesta arriba conseguir un trabajo estable, revalidar sus estudios o establecer lazos fuertes con sus pares uruguayos.

Entre los cerca de 11.000 presos que albergan las cárceles uruguayas, apenas hay cuatro africanos —los cuatro nigerianos. Eso hace caer el mito de "importación de delitos". Sin embargo, son varios los africanos que denunciaron haber sido detenidos o interrogados por la Policía uruguaya. ¿Cómo se explica? Discriminación: el color y el ser de afuera son material suficiente para la sospecha.

Oumar, en su movimiento constante, no se detiene ni un segundo a reparar en esa discriminación. Solo quiere paz, su paz, en Uruguay.

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