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El nombre del gobierno

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El FA se apropió de banderas blancas y coloradas y penetró en su electorado.

El caudillo blanco Wilson Ferreira Aldunate solía decir: Partido en Uruguay, lo que se dice partido político, hay uno solo: el Partido Nacional. El Partido Colorado es el nombre que los uruguayos dan al gobierno.

Ferreira "ninguneaba" así al Frente Amplio, que por entonces no reunía más del 18% de los votantes, y caricaturizaba la historia política de los orientales.

Tres décadas después el Partido Colorado es testimonial; el Frente Amplio se ha apropiado de hasta la última catacumba del Estado; y los blancos representan la oposición, como casi siempre.

Son muchos cambios y, a la vez, casi ninguno. En esencia el país es el mismo, aunque próspero y optimista como no lo era desde mediados del siglo XX.

De Saravia al Pepe.

El Frente Amplio, se ha dicho, es el sustituto histórico del Partido Colorado, y como tal, se apoderó de la burocracia. Pero también se apropió de una parte del imaginario blanco y penetró buena parte de su base electoral más dura.

Cuando se fundó en 1971, la coalición incorporó a algunos antiguos dirigentes y legisladores del Partido Nacional, como Enrique Erro, Francisco Rodríguez Camusso, Jorge Durán Mattos o Ariel Collazo; o independientes de origen blanco, como Carlos Quijano. Mucho después, en 1994, Tabaré Váz-quez creó en sociedad con Rodolfo Nin Novoa, exintendente blanco de Cerro Largo, el Encuentro Progresista, un círculo más abierto y flexible que el Frente Amplio. Pero la ciudadela del Partido Nacional se agrietó seriamente a partir de 1995, cuando José Mujica —quien ha dicho: "Soy blanco en la interpretación política del país"— asumió una banca de diputado e inició su irrefrenable ascenso hacia la Presidencia de la República. Décadas de charlas de fogón sobre los Saravia y las patriadas, o sobre la picaresca política de Luis Alberto de Herrera, fueron sustituidas en el interior profundo por la irrupción del Pepe Mujica a caballo de las nuevas formas de comunicarse y producir.

Adaptación ideológica.

En el largo tránsito del llano al poder el Frente cambió mucho, como cambiaron el país y el mundo. Llegó al gobierno después de la caída del "socialismo real" en 1989-1991, lo que facilitó los replanteos ideológicos incómodos. Aceptó que el liberalismo capitalista era el peor de los sistemas con excepción de todos los demás, según enseñó Winston Churchill; y que el socialismo repartía pobreza y era inviable sin una policía política.

Pasó de la fantasía revolucionaria a la cauta evolución; del nacionalismo autárquico a la apertura económica; del sueño industrialista a la revalorización de la agropecuaria y sus agroindustrias; del Estado productor y empleador, dueño de vidas y haciendas, al liberalismo socialdemócrata; del antiimperialismo, que solo fue antiestadounidense, a comprender que la independencia de Uruguay siempre dependió más de Gran Bretaña y Estados Unidos que de la rivalidad entre Brasil y Argentina; de la candidatura única a las candidaturas cada vez más múltiples; del consenso a los juegos de poder, la competencia entre bloques y la aceptación de las elecciones internas.

Esos cambios ideológicos y de conductas redujeron la distancia entre la izquierda y los votantes. Blancos y colorados cambiaron mucho menos, fueron menos versátiles, y así les va. Como enseñó cierta vez el español Felipe González, el poder desgasta, pero no tenerlo desgasta mucho más.

Los uruguayos, cautelosos, probaron a la izquierda de a poco: primero en Montevideo, y 15 años después en el gobierno nacional. Quedaron tan conformes con el resultado que en octubre pasado le concedieron un tercer gobierno consecutivo con mayoría parlamentaria propia.

El balotaje introducido en la reforma constitucional de 1996, una forma de frenar a la izquierda, en 1999 hizo perder la Presidencia a Vázquez. Pero evitó que el Frente Amplio gobernara durante una profunda crisis regional y que, eventualmente, se desacreditara y desintegrara en el proceso. Fue una paradoja y otra gran fortuna. Y en 2004, cuando el país comenzaba a emerger bajo las polvaredas del derrumbe, había un partido para el relevo, con su credibilidad intacta, que impidió el desgraciado "que se vayan todos" que aún condiciona la política argentina.

Tiempo de renovación.

Durante más de tres décadas el desafío del Frente Amplio fue llegar al gobierno. Luego el reto fue gobernar y permanecer. Para su suerte la economía le dio una gran mano. El antiguo deterioro de "los términos de intercambio" dio la vuelta. Y también la oposición le dio una gran mano. No gestó alternativas y durante demasiado tiempo se limitó a esperar el tropiezo de su rival, al que subestimó. Los políticos que dejan el gobierno tienden a creer que después de ellos no hay futuro: viene el Diluvio.

En 2015, tras una década en la cima, el Frente Amplio es otro partido tradicional, seguro de sí, con "cultura de gobierno", una burocracia amiga y amplios elencos a su disposición.

Los comités de base están muertos, los partidos y sectores funcionan por inercia y en la Mesa Política predomina el gris. El viejo frente popular dinámico, discutidor y callejero se apiña ahora en los corredores de los Ministerios e Intendencias, en oficinas del Parlamento y del Poder Ejecutivo.

Contó con los líderes adecuados en el momento necesario. Tabaré Vázquez, eficiente y autocrático, lo llevó al gobierno. José Mujica, un personaje inefable y antítesis de su predecesor, mantuvo el puesto. Y, no menos importante: desde 1980 se alineó Danilo Astori, un hombre tan decisivo como Vázquez y Mujica para transformar al Frente Amplio en sinónimo de gobierno. Didáctico, solvente y previsible, arrimó a los últimos remisos, a esos que definen las elecciones.

Pero esos tres hombres, aunque todavía cabalguen, ya son ancianos. Los próximos años serán de retiros, oraciones fúnebres y recambios forzosos. Sin embargo el Frente Amplio siempre gestó líderes o sustitutos con mucha naturalidad y sin grandes traumas, más allá de lo episódico. Ocurrió con Líber Seregni en 1971, Mariano Arana en 1984, Tabaré Vázquez y Danilo Astori en 1989, José Mujica en 2009. El cisma de Hugo Batalla en 1989 fue una excepción.

Nada está escrito.

Casi ningún sector fue mayoría en el Frente Amplio durante mucho tiempo —hasta que llegó el Pepe y su MPP.

En 1971 la mayoría relativa la obtuvo el Fidel, del Partido Comunista. En 1984 el sector predominante fue la Lista 99. En 1989 el Partido Comunista (bajo el sublema Democracia Avanzada) logró una formidable votación mientras los regímenes del "socialismo real" del este de Europa se caían, y Tabaré Vázquez, un recién llegado, le dio el primer gran triunfo: la Intendencia de Montevideo. En 1994 el mapa político del país se partió en tres tercios casi idénticos y Asamblea Uruguay, el sector de Astori, fue mayoría interna. En 1999, cuando el Frente Amplio se convirtió en la fuerza principal, con algo más del 40% de los sufragios, el Partido Socialista se convirtió en mayoría relativa. En 2004, cuando Tabaré Váz-quez ganó la Presidencia de la República con mayoría absoluta en primera vuelta, el sector predominante en la interna fue el MPP, gracias a la enorme popularidad de Mujica.

El proteiforme MPP, un portento de adaptabilidad, confirmó su mayoría interna en 2009 y en 2014. Pero seguramente el sector no es grande per se, sino por el carisma de Mujica. Sin él sería solo la vieja "corriente", un sector importante en la izquierda pero jamás mayoritario. Los caudillos en Uruguay son decisivos. La imaginación colectiva importa más que las sinuosidades ideológicas. Ha sido siempre la tragedia de los "partidos de ideas".

Ahora Mujica comandará una guardia pretoriana de 30 legisladores: seis senadores y 24 diputados. Difícilmente la utilice para bloquear al gobierno de Vázquez, salvo en algún asunto que le resulte de particular interés. Se dedicará a otra cosa: su agenda está llena de viajes por el mundo en los próximos dos años.

La suerte electoral del Frente Amplio en 2019 dependerá de la próxima gestión, de su capacidad para renovar liderazgos y de la marcha de la economía. No es nada muy novedoso. Y ya sabe que el éxito y el fracaso no suelen ser definitivos. La clave está en reinventarse y continuar.

Otro pequeño país modelo que presenta Vázquez

Los frentes de batalla más comprometidos para el nuevo gobierno de Vázquez son bastante claros: seguridad pública, sistema de enseñanza, infraestructura, relaciones exteriores, déficit fiscal, competitividad. Hay otros de largo plazo. Vázquez prometió que su segunda Presidencia —una oportunidad que antes solo tuvieron Fructuoso Rivera, José Batlle y Ordóñez, Luis Batlle Berres (si se suma el Ejecutivo colegiado) y Julio Sanguinetti— no será más de lo mismo.

Este hombre ambicioso y que lo consiguió todo, ahora desea gobernar para dejar su sello en bronce. Pretende ser un gran reformador: una versión contemporánea de Batlle y Ordóñez, líder colorado que predominó en la política nacional entre 1903 y 1929, cuyas iniciativas, con resultados buenos y malos, influyen hasta hoy.

"Trazaremos las líneas de larga duración del Uruguay del siglo XXI en términos institucionales, políticos, productivos, económicos, sociales y culturales", advirtió Vázquez en Maldonado el 5 de febrero. "Que a nadie le llame la atención porque esto no es inédito. En el siglo XX el primer Batllismo matrizó la marcha de ese siglo. En el siglo XXI matrizará la marca de este siglo nuestro Frente Amplio".

Habrá que ver el resultado. Los intentos de ingeniería social de largo plazo están plagados de fracasos bienintencionados. Parafraseando a Goya o a La Internacional: el sueño de la razón, o la razón en marcha, producen monstruos.

El límite de sus ambiciones, como el de cualquiera, será la economía. Batlle y Ordóñez no creó un país rico; ya lo era antes de su llegada, aunque pedía a gritos una modernización política e institucional. El ciclo reformista de Batlle y Ordóñez en procura de su "pequeño país modelo" finalizó en 1913, cuando Uruguay ingresó en un gran pozo recesivo que el presidente había contribuido a crear por exceso de gastos. La Primera Guerra Mundial, iniciada un año después, acabó definitivamente con uno de los más vigorosos ciclos de expansión nacional.

En 2015 los fundamentos de la economía uruguaya lucen sólidos. La deuda pública no es abrumadora, aunque el gasto es elevado y rígido. Astori, el gran capitán de la economía, ya insinúa un viraje hacia la disciplina y la cautela. El mundo se ha vuelto más hostil y nadie sabe lo que ocurrirá mañana.

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El FA se apropió de banderas blancas y coloradas y penetró en su electorado.

posibilidades electorales del FA en 2019 dependerán de la gestión que abre hoyMIGUEL ARREGUI

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