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Navegante uruguaya cruzó 2 veces el océano Atlántico

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La uruguaya Ana Inés Camp en su velero amarrado en el Puerto del Buceo. Foto: M. Bonjour
Nota a navegante en solitario en el velero Papillon, embarcaciones en el Puerto del Buceo, Mvdeo., ND 20150725, foto Marcelo Bonjour
Archivo El Pais

Ana Inés Camp tiene el aspecto de una ejecutiva de vacaciones. Su cuerpo es delgado y ágil. Su tez se ve quemada por el sol. No se maquilla. Sus manos lucen limpias y sin callos. Lleva una melena rubia hasta los hombros.

A simple vista, nada de la figura de Ana Inés (55) hace pensar en una navegante. Sin embargo, en los últimos 15 años recorrió en veleros más de 100.000 millas náuticas, equivalentes a 5 vueltas al mundo.

Con una sonrisa tímida, hace pasar a los visitantes a la cubierta de su hermoso velero Island Packet, amarrado en una de las marinas del Puerto del Buceo. El nombre de la embarcación es Papillon, que hace rememorar la novela autobiográfica de Henri Charriére.

El velero, de 12 metros de eslora (largo), tiene un tamaño que haría asustar a curtidos navegantes. En su bañera (zona donde se timonea el velero) se observan enormes manivelas y cabos para levantar las velas.

Nada hace pensar que el cuerpo menudo de Ana Inés pueda izar decenas de metros cuadrados de las dos velas que necesita el barco para desplazarse por los océanos y mares.

"No uso nada eléctrico salvo el malacate del ancla", explica la navegante mostrando sus manos cuidadas.

El interior del Papillon es un apartamento donde abunda la madera de teca. Un living con un tapizado de calidad, dos cómodos camarotes, una cocina completa, calefacción, equipo de audio y una biblioteca en ambas bandas le dan un toque acogedor a la sala de estar. En la biblioteca se mezclan relatos de navegantes solitarios con novelas clásicas.

El velero, diseñado por el norteamericano Bob Perry para el astillero Island Packet, es considerado de alta gama. Tiene todo el equipamiento para cruzar un océano y en cualquier condición climática. Cuenta con barómetro, radar, AIS (brinda la posición de los barcos que navegan cerca), sonda para medir la profundidad, timón de viento y eléctrico, molino de viento, GPS y un motor Yanmar, entre otros implementos electrónicos.

Desde el miércoles 15, Ana Inés prepara el Papillon a son de mar en el Buceo. Lo equipa para la próxima travesía del velero hacia puertos brasileños y del Caribe. Camp no es una capitana que gusta hacer demasiados planes sobre sus próximos destinos.

Sabe de sobra que, al igual que la vida, la mar pone condiciones y no se llega en el tiempo ni a donde se quiere.

Pasiones.

Entre 1982 y 2002, Ana Inés Camp, experta en sistemas informáticos, llevó en Washington y Buenos Aires una vida que muchos calificarían de normal. Tenía un esposo, dos hijos y dedicaba largas jornadas a un buen puesto en una corporación. Sin embargo, sentía que su vida no llevaba el rumbo que deseaba. En una guía buscó nombres de profesores de navegación a vela. El primero al que llamó fue a Hernán Biasotti. No sabía que Biasotti era uno de los más grandes navegantes argentinos.

"No doy clases grupales. Tampoco doy clases los fines de semana", le espetó Biasotti por teléfono.

A partir de ese instante, su complicada situación personal quedó a un lado. "Desde ese momento no paré de navegar", aclara.

La tormenta.

En mayo de 2012, después de tener cinco veleros, Ana Inés adquirió el Papillon. En 15 días lo preparó para navegar hacia las Azores, primera etapa de la travesía hacia Europa. Como no conocía al velero, Ana Inés invitó a su antiguo profesor, Hernán Biasotti, y a un amigo inglés, de nombre Mike, para que la ayudaran a su primer cruce.

"Yo tenía muchos nervios con esa travesía. No conocía el barco, no tenía suficiente experiencia oceánica", explica la navegante uruguaya. A los cuatro días de viaje por el Atlántico, los sorprendió una tormenta que duró cuatro días.

Asustada, Ana Inés intercambió algunos puntos de vista con Biasotti sobre la cantidad de velas que portaba el Papillon. Luego resolvió irse a su camarote a meditar. En ese momento, el barco enfrentaba olas de más de cinco metros de altura y vientos que rondaban los 90 kilómetros por hora.

Sintiendo el rigor de la tormenta, el casco del velero emitía millones de ruidos. En el camarote, Ana Inés se hacía las mismas preguntas que cualquier mortal en ese sitio: "¿Por qué hice esto? ¿Qué estoy haciendo acá en el medio del océano?".

La navegante uruguaya le habló al Papillon. Entre sacudidas provocadas por cada ola, Ana Inés le dijo: "Cuidame. Espero que te haya trasmitido el cariño que te tengo".

Los ruidos en el casco eran una sinfonía. Ana Inés comenzó a escuchar voces pese a que no había nadie a cientos de kilómetros a la redonda. "En esa tormenta estoy segura que no estábamos solos con Hernán y Mike", relata Ana Inés.

Más tarde, supo que los ruidos que un velerista escucha a bordo se trasforman en su mente en registros similares a los de una conversación.

Abismo.

Una tarde calurosa, el Papillon se detuvo en medio del Atlántico. Aprovechando la calma del viento, Ana Inés y Mike se tiraron por la borda. Hernán quedó en el timón.

"No paraba de descender. Sentí una sensación horrible. Allí había 5.000 metros de profundidad", recuerda Camp.

A los 20 días de navegación, surgió en el horizonte la Isla Faial de la región de las Azores. Ana Inés jamás olvidará ese día: el 25 de junio de 2012.

En la escollera de la Isla de Horta, en Azores, navegantes que zarpan o que llegan escriben dedicatorias, mensajes o simplemente el nombre de sus barcos y una fecha. Allí, con orgullo, Ana Inés pintó una bandera uruguaya. Feliz, sabía que la esperaban nuevos puertos.

ANÉCDOTAS

Un tensa travesía de Europa a América

Después de llegar a las Islas Azores, la navegante Ana Inés Camp se dirigió hacia las Islas Canarias y de ahí a Cabo Verde. Sus compañeros, Hernán Biasotti y un amigo llamado Mike desembarcaron. Una gran navegante argentina, Marisa Bianco, se subió al velero Papillon. Camp cruzaría el Océano Atlántico con su ayuda. Ambas navegantes rioplatenses demoraron una semana en unir Tenerife con Cabo Verde. Luego pusieron proa rumbo a Fernando de Noronha (Brasil). Después de centenares de millas navegadas con viento casi en contra, el obenque, un cable que sostiene el mástil del velero, se rompió. Ana Inés y Marisa bajaron las velas para no correr riesgos de quebrar el mástil. Ambas navegantes sabían que el velero llevaba más de 400 litros de gas oil que les permitiría cruzar el Atlántico. "Ese viaje de Europa a América lo puedo calificar con dos palabras: tenso y cansador", relata Camp.

Al cruzar el Ecuador descorcharon una botella de champagne por tradición. El cansancio y las ganas de llegar las superaba.

La travesía duró 20 días. Poco antes de llegar a Fernando de Noronha, el motor se paró, pero un cambio de viento les permitió arribar al puerto a vela.

Intuición la salvó de un naufragio en Brasil

Su primer barco fue un Mistic 23, de siete metros de eslora (o 23 pies). Luego lo siguieron otros cinco veleros. El último fue Papillon.

Ana Inés cree que los nombres de cada uno de sus anteriores barcos tienen algún significado y que están relacionados con etapas de su vida.

El Mistic se llamaba Ben Flor; su segundo barco, Preludio (un Roy 26); el tercero, Gurú (un Pandora 28); el cuarto, un Pandora de 34 pies, Painkiller, que significa "analgésico", y el quinto, un F&C 44, Samarkanda, que significa "Ruta de la Seda" en indostano. Este último velero era oceánico.

Al igual que muchos navegantes argentinos, Camp comenzó con cruces desde Buenos Aires a Colonia y a Punta del Este.

Naufragio.

En 2008, amarró su velero en Puerto Madero. Allí, conoció al navegante argentino Alberto Canessa (68), dueño del Maja.

Al año, Ana Inés salió a despedirlo cuando se dirigía hacia Brasil con la intención de participar de la regata internacional Recife-Fernando de Noronha. Habían quedado de encontrarse en algún puerto norteño.

Sin embargo, el Maja naufragó tras sufrir una intensa tormenta a unos 90 kilómetros de la costa de Río Grande del Sur.

"Estuve a punto de seguir con él ese rumbo. Pero algo me dijo que no saliera del puerto", rememora Camp.

Ana Inés en las islas Azores pintando la bandera uruguaya. Foto: M. Bonjour
Ana Inés en las islas Azores pintando la bandera uruguaya. Foto: M. Bonjour
El eterno femenino de una imaginativa pintora
La uruguaya Ana Inés Camp en su velero amarrado en el Puerto del Buceo. Foto: M. Bonjour

Ana Inés Camp desafió tormentas, olas de 5 metros y vientos huracanadosEDUARDO BARRENECHE

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