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La fiesta

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No puede fallar. Usted reúne a más de un millar de empresarios nacionales y extranjeros a cenar en un lugar paquete. Les cobra caro el cubierto, pero deja claro que el fin es benéfico. De entrada les ofrece la posibilidad de interactuar entre sí y de aprovechar la velada para conversar entre pares y, eventualmente, generar algún negocio. De primer plato les sirve una clase de manejo prudente de la economía a cargo del siempre tranquilizador Danilo Astori. De plato principal, un mensaje en el que el Presidente José Mujica dirá todo aquello que todos esperan oír y nada de todo lo que nadie quisiera escuchar. De postre, altos funcionarios entre las mesas, estrechando manos y abriendo puertas, y expresidentes estratégicamente colocados de modo de transmitir una agradable sensación de tolerancia que nos diferencie de algún vecino díscolo.

El efecto será el deseado. Nadie dejará de reconocer que Uruguay tiene un gobierno que camina en la dirección correcta. El Presidente se llevará unos cuantos aplausos y los comensales darán fe de lo seguro que es Uruguay para invertir y del mantenimiento de las reglas de juego.

Por una noche se olvidará que cada uno es cada cual, como cantaba Serrat. El Presidente no dirá que los empresarios son "unos llorones" que "están para la tajada" y "para no pagar impuestos". Y los empresarios omitirán decirle en la cara al gobierno lo que realmente les preocupa.

Al día siguiente, cada quien a lo suyo. El gobierno a soportar los embates de los sectores más radicales del Frente Amplio, esos que no estaban invitados a la cena, y que reclaman eliminar los incentivos a la inversión, terminar con las Afaps, crear un Frigorífico Nacional y distribuir más rápido la riqueza. El Presidente a controlar la interna de su propio grupo, donde los más oficialistas cedieron posiciones ante los más duros, liderados por Julio Marenales. El vicepresidente a respaldar a su ministro de Economía, que soporta embates de sectores frenteamplistas que no lo quieren en el cargo. Y los empresarios a luchar con los sindicatos, que reclaman más y lo quieren ahora, mientras el gobierno mira para el costado y les pide a las empresas que paguen más y, a la vez, que bajen los precios para controlar la inflación.

El sol nos dice que llegó el final. Vamos bajando la cuesta. Arriba, en el Conrad, se acabó la fiesta. El mensaje de tranquilidad, de reglas claras, debe durar hasta la cena que, seguramente, alguien ya está pensando para comienzos de 2012. De aquí a allá cada quien volverá a lo suyo. Y en pocos días nadie recordará lo sucedido. Se hablará de nuevo de ponerle más impuestos a fulano o de sacarle tal estímulo a perengano. Los sindicatos seguirán haciendo piquetes y ocupaciones, y reclamando lo que les corresponde y bastante más.

A esta altura ya no puedo esperar que llegue el próximo encuentro en el Conrad. Yo lo haría la semana que viene. Y la otra. Y todas las semanas. ¿O será que no es posible ponerse de acuerdo en cosas básicas más de una vez al año?

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