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Se colgó del techo y salvó a su familia del tornado

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Cinco días después del tornado, Enzo fue a las ruinas de su casa para salir adelante. Foto: Archivo.
FERNANDO PONZETTO

Enzo es uno de los anónimos héroes de Dolores; perdió todo y ahora trabaja como voluntario.

A Enzo Brun Silva, de 23 años, aún le tiemblan sus diminutas manos. Están lastimadas y llenas de barro. Su piel es bien blanca y sus uñas bien negras por la mugre. Su rostro está pálido, sus ojos rojos y contrae la garganta para aguantar el llanto. Lo logra. Resiste. Sus botas son prestadas. Su pantalón deportivo y su buzo azul a rayas, desgastados. Tiene el pelo corto. Y un tabaco entre los labios. Da pitadas cortas y desganadas. No pesa más de 70 kilos y con suerte mide 1,65 metros. En Dolores los héroes no usan capas ni antifaces. En la ciudad donde un tornado arrasó con 150 cuadras y dejó cinco víctimas mortales, varios heridos y decenas de familias sin hogar, los héroes son así.

A las 16:13 horas del viernes 15 su casa estaba, como siempre, llena de gente. Son dos ambientes. Uno oficia de comedor y otro de habitación. Es pobre. No tiene cimientos. El techo de chapas se sostiene sobre postes de madera. Allí viven Enzo, sus dos hermanos adolescentes, su hermana, su sobrino de tres años y sus padres. Menos de 30 metros cuadrados para siete personas. No se quejan. Se las arreglan. Los hombres de la casa viven de changas. Él tapiza sillones, pinta casas, hace revoques... Lo que sea para ganarse el pan.

Unos minutos antes, cuando el viento comenzó a soplar fuerte, la madre de familia se empezó a poner nerviosa. Sus hijos no se preocuparon. Saben que siempre le pasa lo mismo cuando hay tormenta, por más leve que sea. Basta con que la lluvia empiece a golpear sobre la chapa del techo para que, como dice Enzo, "ella se ataque". Siguieron tomando mate como si nada. Pero cuando "se empezó a sentir el chiflido", Enzo se asomó a la ventana y se dio cuenta de lo que estaba pasando. Ya era tarde. Corrió la cortina y vio cómo el tornado se estaba llevando la casa de su vecino de la vereda de enfrente.

Alertó a los demás. Les dijo que se metieran debajo de las camas. Cerró la ventana, pero cuando lo hizo se abrió la puerta. Luego fue a cerrar la puerta, pero entonces la que se abrió fue la ventana. "El aire ya estaba embolsado adentro de la casa", explica. Lo primero en volar fue el techo de la habitación. Todo sucedía en instantes. Décimas de segundo, en que el ruido del tornado, que muchos de los vecinos de Dolores describen como el de las turbinas de un avión, se entremezclaba con el llanto a los gritos de su sobrino. Y el estruendo de los vidrios, que volaron en pedazos. Los muebles se movían de un lado para otro de manera desordenada.

Enzo, que luchaba por mantener el equilibrio, cuenta que vio cómo las paredes se empezaron a inclinar. Cómo estaban a punto de caerse para el lado de adentro. No lo pensó. No tuvo tiempo para tomar una decisión. Dice que fue solo un acto reflejo. Saltó y se agarró de uno de los postes que mantienen el techo, mientras las chapas no hacían más que vibrar.

"Esto no tiene cimientos. No tiene nada. Tenía miedo al derrumbe. La tormenta ya había levantado el techo de la habitación, entonces me colgué al tirante para que no se levantara el otro techo. La chapa no importaba, lo que pasa es que si se levantaba las paredes se iban a caer", cuenta Enzo.

Ya colgado del tirante, con las piernas en el aire, las chapas se empezaron a mover. Él aguantaba mientras sentía cómo el metal le cortaba los nudillos. No sabe cuánto tiempo fue. Quizá no más de un minuto. Pero fue toda una eternidad. Apretó fuerte los ojos y aguantó en silencio. Cuando vio que pasó el peligro, primero hizo que sus familiares salieran de la casa y luego se soltó. La estructura aguantó.

El después.

"Una vez que pasó no lo podíamos creer. Un religioso diría que esto fue un milagro, pero yo no soy un religioso", dice Enzo, que habla desde la puerta, que ya no existe, de una casa que ya fue. La estructura está, pero es inhabitable. Cinco días después del tornado, aprovechando que la lluvia dio un poco de tregua, él junta lo poco que queda adentro: un sillón roto y blanco que planea retapizar, y alguna ropa que mete en bolsas. Hay una radio tirada en el piso que no vale la pena ni levantar.

Una vez pasó el tornado, Enzo y su familia no se preocuparon por nada de lo que había adentro. Salieron a socorrer a sus vecinos. Estos estaban bien. En este barrio, el San Lorenzo, la catástrofe no dejó víctimas mortales, pero sí más miseria de la que había. También fueron a ver a sus mascotas. Los dos perros resistieron atados. Tienen gallinas, las contaron y estaban todas vivas. Des- pués empezaron a sacar lo que servía.

Enseguida una vecina de la zona, que tiene una casa para alquilar a tres cuadras, les ofreció el lugar para quedarse. Llevaron lo "único de valor" que Enzo dice que tenían: la heladera, una cocina a gas y el televisor. Lo otro quedó allí. Es que minutos después todo ya estaba empapado.

"Ahora estamos ahí, en una casa toda linda, pintada, que estaba para vender o alquilar. La señora lo más bien, nos la prestó. Pero uno no sabe hasta cuándo…", dice Enzo y se detiene, toma aire, se le pone la piel de gallina, tiene ganas de llorar pero no lo hace. Cuenta que fue una cuadrilla de arquitectos y le pidió a su madre sus datos para llevar adelante la reconstrucción. "De eso no sé qué decirte… ojalá se concrete", señala con desesperanza.

El traslado de una casa a la otra fue complicado. Llevaron a cuestas, caminando y bajo lluvia, la heladera. Lo hicieron él, sus dos hermanos y su padre, que llegó a Dolores en un ataque de nervios. Cuando pasó todo, estaba trabajando en la ciudad de Mercedes, a 38 kilómetros de allí.

Para cuando terminaron ya estaba todo oscuro. San Lorenzo es uno de los barrios de Dolores donde las columnas del alumbrado público se vinieron abajo. Sin comunicación telefónica, por el boca a boca, Enzo se enteró que en el estadio Carlos Magnone se estaba recibiendo a los evacuados. A los vecinos más afectados de barrios pegados al suyo, como Alto de Dolores, el más pobre de la ciudad. No lo dudó. Ya era tarde pero buscó la manera de que alguien lo llevara hasta allí.

Enzo, después de soportar con sus propios y flacos brazos la fuerza de un tornado, de socorrer a sus vecinos, de cargar una heladera por tres cuadras, fue a ayudar a sus coterráneos. Se quedó toda la noche en el refugio y va todos los días. Cuando llega a la casa que le prestaron juega con su sobrino, de tres años, "para tratar de despejarlo, porque quedó muy asustado y tiene que pensar en otra cosa". "Es lo que te queda, ayudar a los otros. Capaz que otro tipo se sienta a tomar unos mates y a hacer la de él, pero uno que poco tiene y poco consigue trata de ayudar", dice. Y con la mirada perdida da una pitada.

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Cinco días después del tornado, Enzo fue a las ruinas de su casa para salir adelante. Foto: Archivo.

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