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Entre la tragedia y la farsa

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Tsipras: Primero un NO rotundo, luego un SÍ resignado. Foto: Archivo

Karl Marx dijo que ciertos personajes y hechos históricos siempre se repiten: primero como una tragedia y luego como una farsa. Eso es lo que se podría decir de la cadena de sucesos y de los actores que desembocaron en el reciente acuerdo entre la Unión Europea y Grecia.

Su dimensión trágica deviene de un proyecto político cuya visión fue la creación de una comunidad de democracias prósperas en el seno de un continente propenso a las tensiones y a veces a la guerra. Bajo ese postulado, se fue plasmando una institucionalidad cuyo epitome fue la creación de una moneda única, el euro, que suponía por parte de sus asociados el cumplimiento de ciertas reglas que conducirían automáticamente a determinados resultados signados por una prosperidad pacífica. El fulgor de esa suerte de utopía olvidaba que algunos de sus asociados, en este caso Grecia, tenían condiciones estructurales y un grado de desarrollo inferiores al de la mayoría del resto de las naciones europeas. También olvidaba que las condiciones macroeconómicas que impone la operativa de una moneda común implica necesariamente para un país socio la pérdida del instrumento de la política monetaria y la devaluación.

En ese contexto, se hace entrega de los mismos a una entidad supranacional como lo es el Banco Central Europeo, diseñado para operar siguiendo reglas preestablecidas en situaciones de relativa normalidad. A ello se agrega la inexistencia de mecanismos para atender situaciones de crisis como la actual. En otras palabras, el buque de la Unión Europea enarbolando el pabellón del euro no tenían previstos botes salvavidas por si algún tripulante por culpa propia o ajena incumplía ciertas reglas de prudencia y se caía al agua.

Fiscal.

En suma, el único instrumento disponible para reencauzar una economía en problemas es la política fiscal. Con esta se pretende resolver los desequilibrios fiscales, los de endeudamiento externo y de alguna manera, también los de competitividad externa. Como complemento, el enunciado de reformas estructurales, siempre necesarias, pero cuyos efectos positivos demoran en manifestarse cuando es necesario contar con resultados inmediatos.

La posibilidad de episodios de crisis como el actual fue advertida hace décadas por prestigiosos economistas, en oportunidad de la creación del euro. Hoy este evento se intenta resolverlo por medidas incrementales que corren los hechos desde atrás y no resuelven el fondo del asunto.

La pregunta a responder es si es posible que coexistan en un mismo espacio económico con una moneda común, naciones con niveles de productividad e idiosincrasias muy diferentes. Si la respuesta es positiva, entonces es necesario crear mecanismos efectivos para facilitar la convergencia económica aunados a formulas de transferencias financieras más o menos automáticas en casos de episodios de crisis.

En suma, la operativa de una constelación de mecanismos complejos dedicados a modificar de raíz las estructuras productivas del socio en cuestión, hecho que entre otras cosas atañe a varios aspectos del espectro social. No es un imposible, pero lleva su tiempo, es un camino cargado de acechanzas y también de fracasos.

En realidad, la tragedia actual se viene desarrollando por medio de una sucesión de programas fallidos, tres en un quinquenio, con un costo enorme para quienes aportan los recursos y también para la sociedad griega. La apuesta es evitar la fractura del espacio comunitario europeo buscando por todos los medios la permanencia de Grecia dentro del mismo. Lo contrario sería reconocer el fracaso del proyecto y sumir a ese país en una dinámica impredecible.

Sobre esta última realidad es que la historia le fue dando paso a la farsa. El programa recientemente aprobado, su entorno previo y la postura final del Primer Ministro Tsipras junto a la actitud acaudillada por la canciller Merkel, son sus protagonistas principales.

Acuerdo.

Para comenzar, el acuerdo continua requiriendo un superávit primario (antes de pagar intereses) del 3,5% del PIB a partir del 2018 como forma de estabilizar el endeudamiento externo que asciende al 180% del PIB. Para ello se prevé el aumento de impuestos, el recorte adicional de las pensiones y la instrumentación de cortes automáticos en el gasto publico si no se logran las metas fiscales.

Como es sabido, el peso de ese nivel de endeudamiento agobia el funcionamiento de cualquier economía. Resolverlo requiere de reestructuras que incluyan quitas explícitas, extensiones de vencimientos de décadas o una combinación de ambas. Eso ha quedado como un tema pendiente, gracias a la férrea oposición de Alemania, cuya inclusión eventual dependerá de la marcha de los acontecimientos.

En cambio, con este paquete lo que sí se logrará será la profundización de la recesión actual con la secuela de efectos secundarios consiguientes, pues vale tener en mente que por definición la devaluación no existe como fórmula de intentar empujar la economía desde el lado de las exportaciones.

Poco se dice en el programa de cómo mejorar genuinamente la competitividad de la economía griega, peo si incluye como muestra del absurdo mejorar la competencia de las panaderías (!¡),

Por último, la creación de una suerte de fondo de 50.000 millones de euros con los recursos de la privatización de activos de empresas del estado griego para amortizar deuda, supervisado por una entidad supranacional proveniente de la Unión Europea para asegurar su ejecución, es uno de los puntos más polémicos del acuerdo dadas sus connotaciones políticas.

Probabilidades.

Y es a partir de aquí donde se potencia aun más la farsa de este episodio vestido como un nuevo programa para rescatar a la Unión Europea y Grecia de este atolladero. Para ello basta responderse esta simple pregunta: ¿es posible que un programa con este tipo de reformas económicas, para lo cual el gobierno no tiene un mandato político para instrumentarlo, donde un programa de índole similar fue rechazado por un plebiscito poco días atrás y que para colmo de males fue impuesto bajo condiciones de presión política externa extremas, puede funcionar en la práctica?

En realidad las probabilidades de repetir los fracasos anteriores son muy altas, a las cuales se le han agregado otros hechos adicionales.

La intromisión de Europa, en particular de Alemania en el diseño del programa, la hace corresponsable de los resultados. En este caso otro muy probable fracaso. Y eso fragiliza el proyecto de la Unión Europea, pues el acuerdo se hizo contra viento y marea de la mano de Alemania, con el costo de erosionar su relación con Francia, su socio histórico. A su vez, potencia cierta desconfianza naciente hacia una actitud de Alemania cada vez más manifiesta de imponer su visión en los conflictos que surgen dentro de la Unión Europea. Incluso Estados Unidos, en reiteradas veces ha manifestado a sus aliados europeos que mantener sin resolver la crisis griega puede derivar en otras connotaciones políticas en un área que es una cuasi frontera con regiones inestables. Alemania parecería estar pecando de una visión geocentrista donde lo que imperan son sus intereses y donde el resto de las naciones debe serle funcional. Olvida que para ser líder es necesario asumir obligaciones, aunque a veces parezcan onerosas.

La farsa se completa con el comportamiento último del Primer Ministro Tsipras. Por encima de los aspectos restrictivos sobre su desarrollo que le impone a Grecia la pertenencia a la Unión Europea, sus dirigencias políticas de las últimas décadas tienen una cuota de responsabilidad altísima al llevarla al desfiladero de las crisis sucesivas. Una coalición de izquierda liderada por Tsipras llegó al poder, prometiendo un paradigma de crecimiento económico diferente, para rápidamente chocar de frente con las realidades frías que impone la macroeconomía. Prometió algo diferente —como si lo hubiera— para aceptar luego algo peor de lo que ya había. Pero lo más patético es que seguramente destrozó los restos de credibilidad de la sociedad griega, aturdida durante generaciones por una casta de políticos que no han sabido encauzar los destinos de esa nación.

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Tsipras: Primero un NO rotundo, luego un SÍ resignado. Foto: Archivo

Carlos Steneri

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