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Se requieren principios

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Hillary Clinton. Foto: Archivo El País

A los políticos estadounidenses les encanta hacerse pasar por defensores de los valores de la familia. Desafortunadamente es frecuente, quizá algo normal, que sea una hipocresía asombrosa.

Y no estoy hablando del contraste de la pose pública y el comportamiento personal, aunque puede ser extremo. ¿Qué es más asombroso: el hecho de que un veterano presidente de la Cámara de Representantes republicano haya abusado sexualmente de adolescentes varones o la poca atención que recibió esta revelación?

En cambio, estoy hablando de principios. A juzgar por lo que hacemos realmente —o, con mayor precisión, lo que no hacemos— para ayudar a niños pequeños y a sus padres, Estados Unidos es único entre los países avanzados en esta indiferencia absoluta hacia la vida de sus ciudadanos más jóvenes.

Por ejemplo, casi todos los países avanzados dan licencia con goce de sueldo a los padres nuevos. Nosotros no. Nuestro gasto público en la atención de los niños y la primera instrucción, como parte del ingreso, está abajo en las clasificaciones internacionales (aunque si los hace sentir mejor, sí estamos ligeramente arriba de Estonia.)

En otras palabras, si se nos juzga por lo que hacemos y no por lo que decimos, le damos muy poco valor a la vida de nuestros niños, a menos que resulte que provienen de familias adineradas. ¿Mencioné que los padres en los hogares estadounidenses de la quinta parte hacia arriba gastan siete veces más en sus hijos que los padres en la quinta parte hacia abajo?

¿Acaso se puede terminar con nuestro abandono de los niños? En enero, ambos candidatos demócratas declararon su apoyo a un programa por el cual se darían 12 semanas de licencia con goce de sueldo para atender a los recién nacidos y a otros miembros de la familia. Y la semana pasada, mientras los medios de información estaban concentrados en el amigo imaginario de Donald Trump, quiero decir portavoz imaginario, Hillary Clinton anunció un ambicioso plan para mejorar tanto la asequibilidad como la calidad de la atención infantil estadounidense.

Fue un anuncio importante, aun si lo ahogaron la fealdad y las sandeces de una campaña que es todavía más fea y más tonta de lo usual. Ya que la reforma a la atención infantil es el tipo de iniciativa de tamaño mediano, gradual, y factible potencial y políticamente —pero, no obstante, importante en extremo— que bien podría ser la piedra angular de un gobierno de Clinton. Entonces, ¿cuál es el plan?

Está bien, todavía no tenemos todos los detalles, pero el resumen parece bastante claro. En el frente de la asequibilidad, Clinton usaría subsidios y créditos fiscales para limitar el gasto familiar en la atención infantil —que puede ser de más de un tercio del ingreso— a un máximo de 10%. Entre tanto, habría ayuda a los estados y las comunidades que aumenten el salario de los empleados que atienden a niños, así como una diversidad de otras medidas para los niños pequeños y sus padres. A pesar de todo esto, Estados Unidos seguiría siendo menos generoso que muchos otros países, pero sería un paso enorme hacia las normas internacionales.

¿Es factible hacer esto? Sí. ¿Es deseable? Muchísimo. Cuando hablamos de hacer más por los niños, es importante darse cuenta de que cuesta dinero, pero tampoco tanto. ¿Por qué? Porque no hay tantos niños pequeños en un momento dado, y no se requiere de mucho gasto para marcar una diferencia enorme en nuestra vida. Nuestro gastado sistema de apoyo público a la atención infantil y educación temprana cuesta 0,4% del PIB.

Y, en efecto, sería una inversión; como gastar dinero en reparar y mejorar nuestra infraestructura para el transporte. Después de todo, los niños de hoy son los trabajadores y contribuyentes del mañana. Así es que es un desperdicio increíble, no solo para las familias, sino para el país en su conjunto, que el futuro de tantos niños esté atrofiado porque sus padres no tienen los recursos para cuidar de ellos tan bien como deberían.

¿Existe alguna razón por la cual no se gaste un poco más en los niños? Claro que los sospechosos habituales van a seguir hablando de los males del gran gobierno, de la sagrada naturaleza de la decisión individual, de las maravillas del libre mercado, etc. Sin embargo, el mercado de la atención infantil, como el de la atención de la salud, funciona muy mal en la práctica. Y cuando alguien empieza a hablar de decisiones, hay que tener en mente que estamos hablando de niños que no están en posición de elegir si quieren nacer en hogares adinerados o en familias de menos recursos, que hacen malabares con el trabajo y el cuidado de los hijos.

Entonces, ¿podemos dejar de hablar, solo por un momento, de quién ganó el ciclo noticioso o a quién se le ocurrió el insulto más efectivo, y hablemos de contenidos políticos?

El estado de la atención infantil en Estados Unidos es cruel y vergonzoso; e, incluso, más vergonzoso porque podríamos hacer que las cosas fueran mejores sin un cambio radical, ni un gasto enorme. Y una candidata tiene un plan razonable y factible para hacer algo en cuanto a esta vergüenza, mientras que al otro le importa un bledo.

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Hillary Clinton. Foto: Archivo El País

PAUL KRUGMAN

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