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Lo que no se podrá olvidar

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Un país en estanflación como se encuentra el nuestro, con escasas posibilidades de modificar esta situación de empate a cero que es nuestra economía, ofrece una ocasión única de reflexionar sobre el conjunto de errores de política económica, y especialmente sectorial, que cuando se cometieron apenas se notaban dado el contexto de buena fortuna internacional.

Ahora las cosas no son así, y vale la pena recordar las macanas que se hicieron, al menos algunas, para contrastarlas hoy con la dureza de una realidad que golpea y, lo que es peor, que no parece mostrar demasiadas perspectivas de cambio favorable en lo inmediato.

Ideología.

Lo primero que me viene a la cabeza es el TLC con Estados Unidos, que hizo célebre la frase del presidente cuando señaló que el tren pasa una sola vez y fue lo que ocurrió: perdimos ese tren mientras discutíamos sobre ideología, y el error no se notó mucho porque crecíamos. Fue algo similar a lo que ocurrió con el espacio fiscal: gastábamos cada vez más, también impulsados por la ideología socialista referida al Estado, y tampoco pasaba nada porque nuestros productos valían lo que valían. Muchos advertíamos que el continuo agravio al sistema de reglas generaba lo que pocos querían ver: que nuestro agro crecía en volumen físico solo marginalmente entre 2005 y 2015, y no se molestaban mucho porque total los commodities valían, y el crecimiento de los ingresos lo tapaba todo.

Ahora que todo es más duro se pueden lamentar más aquellas cosas. Cuando se implementó la reforma tributaria, cuando se modificó el impuesto al Patrimonio, cuando se cambió la tributación de las sociedades, cuando se reimplantó el impuesto de Primaria, cuando se implantó el ICIR y sus variaciones, cuando cada una de las modificaciones ocurría, quizás no se protestaba demasiado, total igual se hacía plata. ¿Y ahora?

Ocurrencias.

Cuando todo batía récords de precios nos dimos el lujo de considerar "gracioso" aquel "asado del Pepe", que en realidad no costaba demasiado; y cuando se iban incrementando tantos gastos inútiles, que de a uno no importaban demasiado, no hubo la oposición que ahora amenaza reaparecer cuando se hace la suma de todos ellos. El costo inútil de la condición obligatoria de la trazabilidad ahora sí que pesa. Y el costo todavía más inútil de no poder sembrar lo único rentable porque hay que cuidar el suelo por encima de la voluntad… antes no importaba mucho, pero ahora qué hacemos. Y cuando prefiriendo lo político sobre lo jurídico se empujaba a comerciar con Venezuela, o cuando por incompetencia se estableció una moratoria en los transgénicos que luego se tuvo que dejar de lado, el tiempo perdido ¿quién lo paga o recupera? Aquellas aventuras y estas desventuras están asociadas.

Nos reíamos de aquello de hacer un tambo en Anchorena, o de traer bolivianos (o eran peruanos), y muchos creían la promesa de mantener el secreto bancario, de no modificar impuestos, ¿se acuerdan? Daba para todo en aquel tiempo, ahora no. Y cuando se iban creando más personas de derecho público no estatal pocos nos oponíamos; total de a una se sentía poco…

Cambiar.

Hace falta un liderazgo fuerte que elimine toda clase de costos inútiles de trámites, de intervenciones, que cierre oficinas e institutos, y ponga en valor todo lo que pueda suponer alentar una decisión empresarial de invertir, de avanzar cuando justo ahora todo cuesta el doble.

Lo peor es que creo no hay conciencia en la dirigencia política de lo que significa un estado sin posibilidad de hacer nada, totalmente bloqueado, en medio de la paradoja de que quienes lo administran son sus fervorosos partidarios. Así, por pura ideología hemos llegado a una presión fiscal asfixiante, para no poder el Estado con ella cumplir con ninguna de sus obligaciones más básicas. En efecto no proporciona enseñanza de calidad, ni seguridad para todos, ni salud eficiente, ni —mucho menos— la infraestructura que prometió. Sí vamos a tener un Antel Arena, o algunas fábricas de Ancap, alguna cárcel más; pero la infraestructura productiva de vías de comunicación deberá seguir esperando. Con estos impuestos que no alcanzan para tapar el déficit, hemos llegado a un Estado tan omnipresente como incapaz de ofrecer servicios mínimos; y a un sector privado amenazado aún hoy con propuestas de gravar más el capital, como si ese aumento no tuviera efecto en la oferta de bienes y servicios o el empleo.

Me parece que el gobierno ya no tiene espacio para entusiasmar con un proyecto de país moderno, preparado, de excelencia, capaz de premiar el esfuerzo de los que tiran del carro todos los días. Qué habrá quedado de aquel país de primera, nadie lo sabe.

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Ejecutivos. Foto: Stock Photo

JULIO PREVE FOLLE

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