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La macroeconomía en un cruce decaminos

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Billete de $ 2.000. Foto: Archivo El País
Dinero, pesos uruguayos, cotización, dinero embolsado, paquetes de billetes, plata, hoja 101276, foto Jose Luis Bello, Archivo El País
Archivo El País

Hasta hace poco las autoridades económicas señalaban a la inflación como el problema macroeconómico a resolver. No existían otros: la economía crecía y la salud del sector externo se reflejaba en el stock de las reservas internacionales del BCU.

Un diagnóstico nada preocupante, y no solo para las autoridades, pues lo reconocían la mayoría de los economistas —afines y no al gobierno—, los trabajadores y empresarios y hasta políticos de la oposición, sin mencionar a los organismos multilaterales, las calificadoras de riesgo, etc.

Para abatir a la inflación se aplica hace ya más de un año, una política monetaria más restrictiva, pero se mantuvieron otras que también afectan al nivel general de precios: la fiscal, la salarial e incluso la cambiaria. Y desembocamos en la actualidad, donde el éxito antiinflacionario no ha podido celebrarse y cuando a ese problema macroeconómico, que no habría sido tan relevante si se le comparaba con su profundidad durante 50 años hasta 1999, se suman otros que hacen más compleja la mezcla de políticas para la estabilización: cambio de humor por malas perspectivas para la actividad e inestabilidad en el sector externo.

Escenario complejo.

Los factores externos que con particular intensidad desde mediados de 2009 han jugado a favor de la actividad económica nacional, del aumento de la inversión, del empleo, del consumo y del ingreso nacional, en especial de los salarios, se han retirado. Y las perspectivas no son mejores. Si Estados Unidos sigue creciendo como en abril-junio y se concreta un nuevo ajuste de su política monetaria para evitar presiones inflacionarias, ello afectaría aún más los movimientos de capitales, el dólar se seguiría fortaleciendo a nivel internacional y los precios de los commodities declinarían más. Y eso sumado a la poca expectativa de mejoría de la demanda regional. No es improbable entonces que, a la inflación, se sume una actividad productiva moviéndose muy por debajo del potencial de crecimiento de la economía, lo que implica mayor desempleo y menor ocupación de la capacidad instalada en los sectores productivos. Y que asimismo se agregue el desequilibrio del sector externo, debido a que el actual déficit de la diferencia entre la moneda extranjera que ingresa por lo que se exporta en bienes y servicios y la que egresa por lo que se importa de ellos debería atenuarse, ante el menor influjo de capitales —o su eventual reflujo— lo que acarrearía presiones más intensas de devaluación del peso. Y paradójicamente, si el menor crecimiento implica menores presiones inflacionarias, el aumento del tipo de cambio las aumenta.

Es difícil pensar en un diagnóstico macroeconómico diferente para un tiempo cercano. Planteos teóricos de solución abundan, pero la realidad es diferente. Lo único que se puede afirmar es que nadie —y lo reitero—, nadie puede tener una fórmula que asegure el éxito alcanzando los tres objetivos que se desean o desearán alcanzar: crecimiento con estabilidad de precios y sin problemas ni con las reservas del BCU ni con el tipo de cambio —según se intervenga en el mercado o se flote la moneda—. Será una tarea muy difícil para cualquiera y más para los que conducen a la economía en la actualidad, pues son los que deben decir que no a los planteos de soluciones corporativas, empresariales o personales, inconsistentes para lograr los objetivos.

Las políticas.

Es imposible estimular la economía con una política fiscal expansiva, con aumento del gasto público o con baja de impuestos para que suba el ingreso disponible de la gente para gastar. El déficit fiscal es alto y es difícil hasta repetir en términos reales la situación actual sin que el déficit comprometa el grado de inversión de la deuda, se reduzca el financiamiento y aumente su costo. La política fiscal posible no tendría efectos reactivadores. Contribuiría sí, a una menor inflación.

Oficialmente la política monetaria se considera restrictiva apuntando al objetivo antiinflacionario, pero no lo es. La regla de crecimiento del dinero amplio y su alejamiento estacional, implican un ritmo que aunque menor al de antes, es aún expansivo respecto a la demanda por el uso de dinero para transacciones, en una economía que se viene apagando. Ello impide una inflación menor y estimula una demanda por moneda extranjera mayor con el corolario de un ritmo devaluatorio más acelerado. La intervención con venta de reservas atenúa ese ritmo. Y a la inflación contribuye también la propuesta oficial de criterios para ajustes salariales que, aunque más conservadora que la que sustituye, sigue indexada en buena medida al comportamiento pasado del nivel general de precios y no contribuye al crecimiento.

En las condiciones actuales se requiere una salvaguarda para el empleo y ajustes salariales según lo que dicte la realidad del mercado de cada empresa y el valor de la productividad del trabajador involucrado. Criterio que no propondrán las autoridades y que puede aparecer únicamente de manera natural. La postura sindical privada es comprensible, pero es difícil que se pueda materializar en la realidad.

Muy complejo se presenta el escenario económico y financiero internacional y regional, para definir una combinación de políticas macroeconómicas infalible para devolver condiciones de crecimiento con estabilidad de precios y del valor de la moneda. La tormenta puede ser muy severa si los actores económicos son reacios a moderar sus pretensiones de ingresos. Si no hay cambio de postura, muchos todo lo perderán.

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Billete de $ 2.000. Foto: Archivo El País

Jorge Caumont - Economista

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