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Importancia de los déficit

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No hace mucho, a los republicanos prominentes, como Paul Ryan, el presidente de la Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos, les gustaba advertir en términos apocalípticos sobre los peligros de los déficit presupuestales y declaraban que una crisis al estilo griego estaba a la vuelta de la esquina.

Sin embargo, ahora, de repente, esos mismos políticos están totalmente contentos ante la perspectiva de que aumenten los déficit debido a la baja en los impuestos; la resolución presupuestaria que están considerando agregaría, según sus propias estimaciones, US$ 9.000 billones a la deuda en la siguiente década.

Este cambio repentino no es ninguna sacudida para absolutamente nadie, al menos nadie con sentido común. Toda esa pose sobre el déficit era fruslería obvia, cuyo propósito era poner trabas a un presidente demócrata y era totalmente predecible que la pretensión de ser fiscalmente responsables se abandonaría tan pronto como el Partido Republicano recuperara la Casa Blanca.

Lo que no era tan predecible, no obstante, era que los republicanos dejarían de fingir que les importaban los déficit casi en el momento preciso en que estos empezaban a volver a importar.

Esas advertencias apocalípticas siguen siendo tontas: Estados Unidos, que se endeuda en su propia moneda y, por tanto, no puede quedarse sin liquidez, no se parece en nada a Grecia. Sin embargo, tener déficit enormes ya no es inofensivo, y mucho menos deseable.

Así eran las cosas: hace ocho años, con la economía en caída libre, yo escribí que habíamos entrado en la época de "la economía de la depresión", en la que ya no se aplicaban las reglas usuales de política económica, en la que la virtud era un vicio y la prudencia, una locura. En particular, el déficit del gasto era esencial para apoyar a la economía y los intentos por nivelar el presupuesto serían destructivos.

Este diagnóstico —que comparten la mayoría de los economistas profesionales— no salió de la nada; está basado en principios macroeconómicos bien establecidos. Más aún, los pronósticos que se obtuvieron de esos principios, se sostuvieron muy bien. En la economía deprimida que prevaleció durante años después de la crisis financiera, el endeudamiento del gobierno no provocó el alza de las tasas de interés; que la Reserva Federal sacara dinero no generó inflación, y los países que trataron de recortar los déficit presupuestarios experimentaron recesiones graves.

Sin embargo, estas proyecciones siempre fueron condicionales y solo se aplicaban a una economía que estuviera lejos de tener empleo pleno. Ese fue el tipo de economía que heredó el presidente Barack Obama; pero, en cambio, el gobierno Trump-Putin tendrá el poder en un momento en el que el empleo pleno se ha restaurado, más o menos.

¿Cómo sabemos que estamos cerca del empleo pleno? La tasa oficial de desempleo baja es de solo un indicador. Lo que encuentro más convincente son dos hechos: por fin, los salarios están subiendo con rapidez razonable, mostrando que los trabajadores vuelven a tener poder de negociación, y la proporción en la que están renunciando a su empleo, que es un indicador de cuánta confianza tienen en que encontrarán uno nuevo, está de nuevo en los niveles previos a la crisis.

¿Qué cambia una vez que estamos cerca del empleo pleno? Básicamente, que el gobierno, al volver a endeudarse, compite con el sector privado por una cantidad limitada de dinero. Esto significa que el gasto deficitario ya no proporciona gran parte de ningún impulso económico porque hace que suban las tasas de interés y "desplaza" a la inversión privada.

Ahora, todavía es posible justificar el endeudamiento público, si sirve a un propósito importante: las tasas de interés todavía son muy bajas y endeudarse a tasas tan bajas para invertir en la infraestructura que es muy necesaria, sigue siendo una buena idea, tanto porque aumentaría la productividad como porque proporcionaría un poco de seguridad contra crisis futuras. Sin embargo, mientras que el candidato Trump habló de incrementar la inversión pública, no hay absolutamente ningún signo de que los republicanos congresales vayan a hacer de tal inversión una prioridad.

Ahora van a ampliar el déficit, principalmente, al bajar los impuestos a los ricos. Y eso no hará nada significativo para impulsar la economía o crear empleos. De hecho, al desplazar la inversión reduciría un poco el crecimiento económico de largo plazo. Entre tanto, hará más ricos a los ricos, mientras que las reducciones en el gasto social hacen más pobres a los pobres y debilitan la seguridad de la clase media. Sin embargo, esa, claro, es la intención.

De nuevo, nada de esto implica una catástrofe económica. Si tal catástrofe sí se produce, será gracias a otras políticas, como la revocación de la regulación financiera o por situaciones externas, como una crisis en China o en Europa. Y porque las cosas sí pasan y mucho depende de cómo responde el gobierno estadounidense cuando lo hace, debería preocuparnos que el gobierno entrante solo parece aceptar el consejo económico de personas que, sistemáticamente, se han equivocado en todo.

Sin embargo, de regreso a los déficit: el punto crucial no es que los republicanos fueran hipócritas. Más bien ha sido que su hipocresía nos hizo más pobres. Gritaron sobre los males de la deuda en un momento en el que mayores déficit habrían hecho mucho bien, y están a punto de aumentarlos en un momento en el que harán daño.

PAUL KRUGMAN

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