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¿Habrá cambio de rumbo?

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Cuando esta nota salga publicada en El País, en Argentina ya tendremos un nuevo presidente electo. Daniel Scioli o Mauricio Macri conducirán los destinos del país por cuatro años hasta fines de 2019.

Como ya he comentado desde esta columna, la situación económica de Argentina tiene muchas similitudes (y algunas diferencias) con respecto a otras situaciones vividas en el pasado.

Desde que existen cifras fiscales oficiales más o menos creíbles, consistentes y consolidadas (1961) Argentina tuvo cuatro crisis económicas de gran envergadura: Rodrigazo, Sigautazo, Hiperinflación y colapso de la convertibilidad. Todas estuvieron asociadas a crisis de financiamiento de los déficit fiscales.

Cuando el plan de inflación cero de José Bel Gelbard llegaba a su fin, en junio de 1975, el déficit superaba el 12% del PIB. Cuando "la tablita" de Martínez de Hoz languidecía en enero de 1981, el desequilibrio equivalía a más del 11% del PIB. Cuando empezaba el proceso hiperinflacionario en 1989, el déficit superaba el 8% del PIB; cuando estallaba la convertibilidad a fines de 2001, superaba el 7% del PIB y cuando el cepo cambiario de octubre de 2011 ofició de réquiem para "el modelo", el déficit era de menos de 4% (hoy ya supera 6% del PIB).

Es decir, los ajustes ocurrirán. Al próximo gobierno solo le queda la alternativa de hacerlo mal o hacerlo bien, pero no hacerlo está totalmente vedado, porque si bien la economía no es una ciencia dura como la física y la química, hay causas y consecuencias o efectos y sus resultados.

Con la peor situación fiscal de la historia (récord de déficit y de presión impositiva), un atraso cambiario mayor que el de la convertibilidad, tarifas de los servicios públicos tan atrasadas que las prestadoras se están fundiendo, cuatro años de estanflación y ligera destrucción del empleo en el sector privado, no hay duda qué cosas van a ocurrir.

Sin embargo, nada se dijo de todo lo anterior en la presente campaña presidencial. El candidato del oficialismo, Daniel Scioli, no sólo no defendió los malogrados resultados de la Década Ganada, como sí ocurrió durante la campaña para las legislativas de 2013, sino que sólo se dedicó a meter miedo sobre algo hasta ahora incomprobable de que el plan de Mauricio Macri "es un plan que es un Triángulo de las Bermudas donde los vértices son el propio Macri, el FMI y los Fondos Buitre, constituyendo una vuelta a los años noventa", olvidándose que él nació en la política en esos años de la mano de Carlos Menem, que tuvo acuerdos con el FMI durante sus 10 años de mandato. Y por si fuera poco, el matrimonio Kirchner durante los 90 presentaban a Menem y Cavallo como verdaderos salvadores de la Patria.

Por su lado, Macri tal vez consciente de algún hartazgo de la sociedad con el kirchnerismo, sólo se limitó a decir que él encarna un cambio en la política argentina respecto del último siglo (sin ninguna definición contundente) y que a partir del 10 de diciembre eliminaría el cepo cambiario y dejaría que el mercado libremente determine el valor del dólar. Nada más.

Como podrá verse, la pobreza de las propuestas económicas de los candidatos es franciscana.

Como quedó demostrado por la lacerante decadencia argentina del último siglo, la sustitución de importaciones no es nuestro futuro (y probablemente de ningún país). Nuestro futuro está en venderle cosas al mundo, porque Argentina tiene todo para ello: alimento, energía, petróleo, turismo.

Argentina debería liderar la avanzada que el Mercosur tiene que hacer hacia el libre comercio como lo muestra el camino trazado últimamente TPP (Trans Pacific Partnership) firmado por el 40% del PIB mundial, los tantísimos TLC (Tratados de Libre Comercio) firmados por Chile y la cada vez más cercana posibilidad de un acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos y Europa. Otro cambio que Argentina debería hacer, que es complementario del anterior, es un Estado que tenga un tamaño pagable por una sociedad de ingresos medios/bajos como la Argentina y no el disparate de hoy donde el que está en blanco paga el equivalente a 60% del PIB, algo que nunca se vio ni en Argentina ni en el mundo.

Además, el gasto público derivado de esa recaudación impositiva mucho más razonable debería ser la contrapartida de bienes y servicios públicos básicos en vez del "robo para la corona" como hoy, donde hemos construido una nueva oligarquía que es la de los políticos que gastan los impuestos que sufridamente paga la sociedad.

Ojalá que la ausencia de estos temas centrales en el debate de campaña, sea sólo eso: campaña electoral en una sociedad con falencias culturales severas, propensa al exitismo y a la negación de los problemas y que cuando asuman hagan una lectura correcta de la realidad de corto plazo, pero fundamentalmente de largo plazo, con foco en las causas profundas de nuestra decadencia, que ya es secular.

Si así no lo hicieren que Dios y la Patria se lo demanden.

José Luis Espert | ECONOMISTA ARGENTINO

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