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Errores en pronósticos...políticos

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Alguien recordaba en estos días, muy oportunamente, una de las citas célebres de Thomas Sowell: "A los economistas frecuentemente se les pide que pronostiquen lo que la economía hará.

Pero los pronósticos económicos requieren pronosticar lo que los políticos harán… y nada es menos pronosticable". La oportunidad del recuerdo de esa cita no podía ser mejor, en torno al cierre de un año en el que los economistas locales quedamos mal parados por haber "errado" en el pronóstico del dólar al cierre de 2016, que por allá por marzo ubicábamos en torno a los 36 pesos. La encuesta de expectativas del BCU mostraba entonces una mediana de $ 36 y un máximo de $ 37,10 y en esos días trascendían pronósticos de hasta $ 38. La encuesta de El Observador, mientras tanto, mostraba una mediana de $ 36,20 y en mi caso, la respuesta a esta encuesta (la única a la que contribuyo), fue de $ 35,80. Como decía un conocido humorista, le erramos por unanimidad.

Muchos cambios.

Y es acá cuando viene al caso la cita de Sowell, pues fue muchísimo lo que cambió desde marzo en cuanto a decisiones políticas muy difíciles de pronosticar. Y, sin ir más lejos (Fed, Brexit, Trump, etcétera), veamos lo sucedido en nuestra comarca (algo vimos al respecto en mi columna anterior) y en nuestro país en ese sentido.

En el caso de Brasil, es fácil de explicar y de entender: en marzo la presidente era Dilma y si bien se estaba tambaleando no era obvio que cayera a fines de agosto y fuera sustituida por Temer. Las encuestas de expectativas de marzo se hicieron con un dólar en Brasil arriba de BR$ 4 y éste se desplomó más de un real a lo largo de los meses siguientes debido a —y junto con— el proceso de transición política referido. En Argentina no resulta tan obvio para los menos versados en economía, pero a lo largo de 2016 no hubo ajuste fiscal y el déficit, que subió, fue financiado con creciente endeudamiento público. Precisamente, esa falta de ajuste parece haber sido la causa económica de la caída del ministro Prat Gay sobre finales del año pasado. Una política monetaria contractiva junto a una política fiscal expansiva bastan para explicar el encarecimiento en dólares que padeció Argentina en 2016. Y como si eso fuera poco, sobre el final del año se sintió el impacto del blanqueo de capitales, con una oferta adicional de dólares en el mercado.

En el caso de Brasil, el "error de pronóstico político" de los economistas fue no prever el cambio de gobierno y en el caso de Argentina, asumir que Macri haría un cierto ajuste fiscal en lugar de transitar por un festival de endeudamiento público como cada tanto sucede en el país vecino, con previsible final. El escenario resultante daba lugar a un barrio mucho más caro en dólares por lo que el "contagio" sería evidente.

En Uruguay.

¿Y por casa como anduvimos? Si bien creo que comparto el "error" con algunos colegas, en este caso voy a hablar en primera persona. En marzo la inflación se ubicaba en 10,6% y la inflación subyacente (la parte más estable de la canasta que define al IPC) llegaba al 11,2%. La primera había entrado en los dos dígitos en febrero y la segunda, en agosto del año anterior. Desde mi punto de vista, había indicios de que el gobierno había decidido resignar el objetivo "de segundo orden" de una inflación de un dígito (el objetivo "de primer orden" de estar dentro del rango meta había sido perdido en enero de 2011). Y no sólo había indicios, sino que en mi opinión (la hice pública a finales de 2015) era conveniente que ello ocurriera.

El problema desde siempre de los últimos gobiernos ha sido apuntar a muchos objetivos con pocos instrumentos. Ese desbalance entre objetivos e instrumentos ha llevado a utilizar malabarismos para "ir tirando", de modo de introducir ajustes de timón cada vez que algún objetivo se aleja demasiado de magnitudes aceptables.

En mi opinión era pertinente sacrificar algunos objetivos de modo de emparejar su cantidad con la de los instrumentos y me parecía que la inflación debía cambiar de bando, desde ser objetivo a ser instrumento.

Pero en esos momentos, la decisión política del gobierno fue volver a poner a la inflación en el trillo y asestó un golpe al tipo de cambio, para quedar bastante en línea con lo sucedido en materia de precios en dólares con los vecinos, pero que nos volvió a alejar con relación a la extra región, perdiéndose en pocos meses la competitividad ganada en los tres años anteriores.

Inflación.

Una inflación más alta habría servido para licuar aumentos presupuestales y mejorar las cuentas públicas. Los ingresos fiscales van de la mano de la inflación contemporánea y los gastos tienen "memoria" y son determinados por la inflación pasada. Una mayor inflación sería beneficiosa desde el punto de vista fiscal.

Al contrario, una inflación en torno al 8% como la que cerró 2016, dará lugar a un deterioro fiscal adicional que se habrá de consumir parte del ajuste fiscal vigente desde enero (mediante impuestos y tarifas) y que no se tiene en cuenta.

Algo similar cabe considerar respecto a los salarios, donde veía el riesgo de que su aumento real afectara al empleo. Sin embargo, la reactivación de la economía que se observa desde mediados de año ha venido de perillas para evitar que la caída del empleo (más de 55 mil personas en los primeros seis trimestres de este gobierno) se profundizara e incluso para que comenzara a revertirse.

JAVIER DE HAEDO

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