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El sueño imposible de Europa

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Monedas de euro
Monedas de euro frente a una gráfica de mercado, en esta ilustración fotográfica, tomada en Zenica, Bosnia y Herzegovina, 30 de junio de 2015. El ritmo y el momento en que la Reserva Federal de Estados Unidos eleve las tasas de interés seguirán siendo el principal determinante de la cotización del euro el próximo año, no lo que suceda con Grecia, mostró un sondeo de Reuters entre estrategas cambiarios. REUTERS/Dado Ruvic
DADO RUVIC/REUTERS

Se siente cierto respiro en las noticias de Europa, pero la situación subyacente está tan terrible como siempre. Grecia experimenta una crisis peor que la Gran Depresión y nada de lo que está pasando ahora genera esperanzas de recuperación.

A España se la ha elogiado como una historia de éxito porque, por fin, está creciendo su economía; pero, todavía tiene 22% de desempleo. Y hay un arco de estancamiento en todos los miembros de la UE hasta arriba: Finlandia está experimentando una depresión comparable a la del sur de Europa y también les está yendo muy mal a Dinamarca y Holanda.

¿Cómo es que las cosas salieron tan mal? La respuesta es que esto es lo que sucede cuando los políticos que se permiten excesos hacen caso omiso de la aritmética y de las lecciones de la historia. Y, no, no hablo de los izquierdistas en Grecia, ni de ninguna otra parte; me refiero a los ultra respetables hombres en Berlín, París y Bruselas que han pasado un cuarto de siglo tratando de administrar Europa con base en una economía de fantasía.

Moneda única.

Para alguien que no sabía demasiada economía u optó por ignorar interrogantes incómodas, establecer una moneda europea unificada sonaba a una gran idea. Facilitaría hacer negocios por todas las fronteras nacionales, en tanto servía como un poderoso símbolo de unidad. ¿Quién podría haber previsto los enormes problemas que, finalmente, causaría el euro?

De hecho, muchas personas. En enero del 2010, dos economistas europeos publicaron un artículo titulado "No puede suceder, es una mala idea, no va a durar", burlándose de economistas estadounidenses que habían advertido que el euro causaría grandes problemas. Resultó que el artículo fue un clásico por accidente: en el mismísimo momento en el que se estaba elaborando, la reivindicación de todas esas advertencias terribles estaba en proceso. Y el salón de la vergüenza —la larga lista de economistas que se citan por su pesimismo obstinado en el error— que se promete en el artículo, se ha convertido, en cambio, en una especie de lista de honor, un quién es quién de los que más o menos acertaron.

El único gran error de los euroscépticos fue subestimar exactamente qué tanto daño haría la moneda única.

El punto es que, desde un principio, no era nada difícil ver que la unión monetaria sin unión política era un proyecto muy dudoso. Entonces, ¿por qué Europa continuó con él?

Yo diría que, principalmente, porque la idea del euro sonaba muy bien. Es decir, sonaba a que había visión de futuro y mentalidad europea, exactamente el tipo de cosas que atrae al tipo de personas que pronuncian discursos en Davos. Ese tipo de gente no quería que economistas ñoños les dijeran que su glamorosa visión era una mala idea.

En efecto, pronto se hizo muy difícil plantear objeciones al proyecto monetario dentro de la élite de Europa. Recuerdo muy bien la atmósfera de los primeros años de los 1990: de hecho, se dejaba fuera de la discusión a cualquiera que cuestionara la conveniencia del euro. Es más, si se trataba de un estadounidense que expresaba dudas, invariablemente, se le acusaba de tener motivos ocultos: de ser hostiles a Europa o de querer preservar los "exorbitantes privilegios" del dólar.

Y llegó el euro.

Durante una década posterior a su introducción, una enorme burbuja financiera cubrió sus problemas subyacentes. Sin embargo, ahora, como dije, se han justificado todos los temores de los escépticos.

Más aún, la historia no termina ahí. Cuando comenzaron las tensiones pronosticadas y predecibles sobre el euro, la respuesta política de Europa fue imponer una austeridad draconiana a los países deudores, y negar la simple lógica y evidencia histórica que indicaba que esas políticas ocasionarían un terrible daño sin que con ellas se lograra la prometida reducción de la deuda.

Es asombroso, aún ahora, cuán despreocupadamente los altos funcionarios europeos desestimaron las advertencias en cuanto a que cortar el gasto gubernamental y aumentar los impuestos causaría recesiones profundas; cómo insistieron que todo estaría bien porque la disciplina fiscal inspiraría confianza. (No sucedió así.)

La verdad es que nunca ha funcionado tratar de lidiar con grandes deudas solo mediante la austeridad; en particular, mientras, en forma simultánea, se sigue una política de moneda fuerte. No funcionó para Gran Bretaña después de la Primera Guerra Mundial, a pesar de los sacrificios inmensos. ¿Por qué alguien esperaría que funcionara en Grecia?

¿Qué debería hacer Europa ahora? No hay buenas respuestas; pero la razón por la cual no hay buenas respuestas es porque el euro se ha convertido en una ratonera, una trampa de la que resulta difícil escapar. Si Grecia todavía tuviera su propia moneda, el argumento para que la devaluara sería abrumador porque mejoraría su competitividad y terminaría con la deflación.

El hecho de que Grecia ya no tenga una moneda, de que tendría que crear una a partir de cero, incrementa enormemente los riesgos. Mi suposición es que la salida del euro todavía podría resultar necesaria. Y, en cualquier caso, será esencial reducir gran parte de la deuda de Grecia.

Sin embargo, no sostenemos una discusión clara sobre estas opciones porque el discurso europeo sigue dominado por ideas que a la élite continental le gustaría que fueran ciertas, pero no lo son. Y Europa está pagando un precio terrible por esta monstruosa autocomplacencia.

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Monedas de euro

PAUL KRUGMAN | desde nueva york

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