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Los desafíos que se avecinan

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Europa todavía no supera una difícil realidad. Foto: Archivo El País

Una de las cosas que más llama la atención y preocupa es la mezcla de hechos internacionales, regionales y temas locales que operan como restricciones para retomar el crecimiento económico.

Hay que remontarse a varias décadas pasadas —el final de los setenta puede ser un ejemplo— para encontrar una situación peor en lo que hace a su complejidad y desafíos. En aquellos momentos, Estados Unidos se encontraba con un alto proceso inflacionario que combatió con una suba récord de su tasas de interés, lo que conllevó una fuerte recesión que se irradió por canales diversos hacia el resto del mundo. Una de sus consecuencias fue la gran crisis de endeudamiento que se esparció a lo largo y ancho del mundo emergente, después de gozar de una bonanza fruto del reciclaje de los petrodólares, que le permitió acceder a financiamiento barato dilapidado en consumo y poca inversión. A eso sumaba América Latina una secuela de gobiernos militares, que agregaban otra restricción extrema al funcionamiento normal de sus sociedades.

Aquel planeta dividido entre el campo capitalista y el socialismo real dio lugar al mundo globalizado actual, que otorga nuevos espacios de maniobra aportados por la caída del imperio soviético y su ulterior reconversión a la economía de mercado, la consolidación de la Unión Europea, el ascenso vertiginoso de Asia de la mano de China y también de una América Latina que hizo intentos importantes para involucrarse en ese nuevo mundo. Sin embargo, en la actualidad el futuro muestra un firmamento cargado de señales preocupantes, de algunas encrucijadas abiertas a la polémica y algunos temas pendientes a resolver.

Plano internacional.

Para comenzar, sigue presente en muchos países relevantes el legado de la crisis global.

La generalidad de la Eurozona, salvo Alemania, muestra altos niveles de endeudamiento a nivel público, empresarial y de los hogares. A su vez, su sistema bancario sigue cargado de carteras vencidas lo cual impide el otorgamiento de nuevos préstamos. Esto abre un proceso circular de bajo crecimiento que enlentece el necesario proceso de desendeudamiento y consolidación bancaria.

A esta realidad se suma el declinar del crecimiento potencial de las economías desarrolladas. Hay coincidencia generalizada, que este proceso ya había comenzado antes de la gran crisis reciente. El envejecimiento de la población junto a una caída de la productividad global son sus principales causas. La crisis solo empeoró la situación fruto del decaimiento de la inversión.

Esta realidad también es patrimonio del mundo emergente, donde la baja acumulación de capital y los bajos aumentos de productividad potencian el envejecimiento de su población, todo lo cual conduce a proyectar ritmos de crecimiento futuros menores. Uruguay es un caso de texto al respecto.

Por encima de estos aspectos, cuya permanencia en el tiempo los convierte en condiciones estructurales, se agregan tres características que dominan la escena mundial y que generan efectos distributivos de magnitud que impactan el signo de las cuentas corrientes de numerosos países y complican la ejecución de sus políticas macroeconómicas. Ellos son la caída inesperada del precio del petróleo, los grandes cambios en la paridad de monedas relevantes y el declive en el precio de las materias primas. El aumento de la oferta de petróleo proveniente de fuentes no convencionales junto al cambio de estrategia de la OPEP de no perder participación de mercado, parece ser la explicación más coherente de la sorpresiva caída de su precio.

Eso ha provocado una reasignación de magnitud de ingresos reales desde sus exportadores hacia sus importadores. En el primer grupo están quienes pueden financiar esta estrategia sin lesionar su consumo interno, usando reservas. Pero hay otros fiscalmente dependientes de los ingresos petroleros, como Venezuela y varios países africanos, que esta realidad los coloca en la antesala de mayores penurias económicas.

Por el lado de los consumidores, las primeras evidencias muestran que tanto en Estados Unidos, como en la Eurozona, China e India esta bonanza se traduce en un aumento del gasto. De todas maneras, la estabilidad en el tiempo de este escenario inesperado esta que ya muestra efectos reales es una incógnita. Las señales recientes de que Arabia Saudita están cambiando de postura, permitiendo un alza inesperada, muestra que en la materia todavía no está cerrado el tema.

Los movimientos de las paridades entre monedas relevantes han sido inusualmente grandes para períodos de tiempo tan cortos. El dólar es el que ha presentado una apreciación mayor cuya contrapartida ha sido la caída del euro y el yen. Estos movimientos reflejan claramente las diferencias entre políticas monetarias, donde las expectativas son el abandono de la política actual de la FED de tasa nominal cero a fines del 2015, en tanto que no se prevé lo mismo para la Eurozona y Japón. Lo raro es que no ocurrió antes y de manera paulatina.

De todas maneras, era un movimiento necesario para sincerar realidades distintas y facilitar la salida de dos áreas del mundo que tienen problemas serios para retomar el crecimiento.

Sin duda que esta nueva realidad abrió otros desafíos para las economías emergentes. La rápida devaluación nominal de sus monedas responde a la nueva transición que se está operando, cuya desembocadura final aun luce difusa. Pero interferir en ese proceso de ajuste afecta su competitividad externa, ya distorsionada por la apreciación de sus monedas debido a la liquidez internacional extrema.

Aunque presenta el desafío que aviva las presiones inflacionarias en economías con exceso de gasto, altamente indexadas y ritmos de crecimiento declinantes.

Atado a estos aspectos, aparece el declinar del precio de las materias primas como tema relevante. Sin dudas que la normalización de la tasa de crecimiento de China a ritmos sustentables explica buena parte de la historia. Pero a eso hay que agregarle el efecto de la apreciación del dólar como otro factor de empuje a la baja de las cotizaciones de dichos bienes nominados en esa moneda. Este nuevo panorama presiona el debilitamiento adicional de las monedas de los países emergentes. Intentar neutralizar ese efecto, tiene vida corta y distorsiona los resultados de sus políticas macroeconómicas, incluido el crecimiento.

Regional.

Esta realidad externa cargada más de incógnitas que certezas, agarra mal parada a la región aledaña para lidiarlas. Para nosotros es un factor de riesgo adicional no despreciable. Y en ese entrevero, nos encuentra con temas pendientes importantes. No son críticos, pero dejarlos latentes como hasta ahora en este marco de incertidumbres externas, puede derrumbar logros recientes.

Una cosa que se ha aprendido en la región por el camino duro de cometer errores, es que las crisis demoran en gestarse, lo hacen generalmente por la sumatoria de hechos imperceptibles y aparentemente desconectados. Pero una vez desatada por un hecho fortuito, se desenvuelven a velocidad vertiginosa, son de virulencia extrema y se esparcen en todos los ámbitos.

Con estos aspectos en mente, es necesario convencernos de que el futuro cercano nos ofrecerá espacios estrechos para desenvolvernos por un buen tiempo. La volatilidad o hechos inesperados estarán a la orden del día.

Sobre la realidad actual y qué hacer pueden abrirse muchos debates. Puede argumentarse que un punto más o menos de inflación no hace la diferencia sobre el desempeño global de la economía, dados los costos y las dificultades que implica controlar esa realidad endémica de nuestro panorama económico.

Pero nos parece que la cosa es resolver eso y más que eso. Una economía saludable, capaz de transitar y prosperar en los tiempos que se avecinan, implica mostrar una inflación en el rango que tienen la mayoría de las economías del mundo, incluido la casi totalidad de las latinoamericanas. Todos sabemos que la inflación no es un hecho espontáneo sino el resultado de desequilibrios, algunos de los cuales subyacen bajo la superficie y son de tratamiento difícil. Pero eso no justifica postergar su tratamiento, pues el hecho de no hacerlo a la larga debilita todo el funcionamiento de la economía. También agrega restricciones a la ejecución de la política económica, entre ellos la cambiaria, ante escenarios externos volátiles. En este coyuntura, con cambios extremos en las paridades entre monedas relevantes.

Sin entrar ahora en el debate —necesario— de la reforma de un Estado hipertrofiado, no se puede dejar de mencionar la mejora de la gestión de las empresas públicas. Sus giros están encaramados en el corazón del aparato productivo del país.

El monto de los recursos que manejan y sus decisiones de inversión superan a las de cualquier empresa del sector privado. Operan con la preferencia de actuar como monopolios de derecho.

Pero las noticias recientes de Ancap respecto a sus pérdidas, el financiamiento de inversiones con crédito de corto plazo, el impacto de las diferencias de cambio en sus balances indican el mejoramiento de la gestión interna de estas empresas. No cuesta demasiado presumir que su carácter monopólico les genera la posibilidad de trasladar ineficiencias en su manejo, que llaman la atención sólo cuando su monto es abultado. Pero esta realidad aplica un impuesto implícito a la gestión de todos los actores económicos, que ulteriormente lesiona el crecimiento.

En definitiva, la sumatoria de aspectos como los anteriormente señalados, que parecen inconexos, es lo que al final del día frena el crecimiento del país y agrega riesgos que son innecesarios, para surcar un futuro marcado por una realidad externa que —por lo menos— luce complicada.

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Europa todavía no supera una difícil realidad. Foto: Archivo El País

Carlos Steneri

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