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Un debate para tiempos complejos

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Christine Lagarde, directora del FMI. Foto: Reuters
International Monetary Fund (IMF) Managing Director Christine Lagarde gestures as she attends a news conference after a seminar on inflation targets in Rio de Janeiro May 22, 2015. REUTERS/Sergio Moraes
SERGIO MORAES/REUTERS

Nuevamente el Fondo Monetario Internacional está rebajando sus proyecciones de crecimiento para del mundo desarrollado y mostrando preocupación sobre países emergentes relevantes como Rusia, China y Brasil.

Según su opinión, el crecimiento observado es mínimo, frágil y con riesgo de caer en territorio negativo a menos que se introduzcan correctivos y reformas estructurales. Esos titulares también fueron acompañados por otro que confirma la rápida desaceleración de nuestra economía, donde su crecimiento para el 2015 fue del 1% del PIB. Lo cual confirma que Uruguay entró en una fase donde coexisten el estancamiento y la inflación.

Todo induce a pensar que estamos enfrentando un fenómeno que no es pasajero, donde los grandes protagonistas son los efectos del corrimiento hacia el oriente del foco económico y político del mundo, la permanencia de las secuelas de la gran crisis del 2009 en las economías desarrolladas y el auge seguido del ocaso abrupto de las economías emergentes arrastradas por los vaivenes de la aparición de China en la escena económica.

Los impulsos que plasma el oriente naciente todavía no han sido bien comprendidos como para trazar con alguna certeza cuáles serán los escenarios factibles sobre crecimiento, precios de materias primas y efectos monetarios. Lo único cierto es que el proceso de su surgimiento es irreversible, pero aún prematuro para extraer conclusiones.

El mundo desarrollado por motivos propios y los efectos del reordenamiento mundial muestra una situación compleja impensable hace apenas dos décadas, y que también opaca las prognosis. Casi nadie imaginó en el 2009 que las tasas de interés en EE.UU. estarían cercanas a cero durante seis años, que en muchos países europeos se harían negativas y que la mayoría de los bancos centrales de esos países tendrían al unísono políticas monetarias expansivas de dimensiones inéditas. Y todo esto sin que aparezcan presiones inflacionarias. En los hechos ha permanecido por debajo del dos por ciento buscado por las autoridades monetarias, echando por tierra los pronósticos habituales de los economistas vista la laxitud monetaria imperante. Todo esto confluye en la falta de crecimiento, lo cual hace surgir la idea que el mundo desarrollado entró en una fase de estancamiento secular caracterizada por una propensión al ahorro mayor que la propensión a invertir. Eso implica que hay un exceso de ahorro sin utilizar, que explica las bajas tasas de interés reales vigentes por falta de demanda de inversión, y que explica la falta de crecimiento.

En esa visión, la política fiscal es el recurso de última instancia para incentivar la demanda agregada y generar crecimiento. Pero implementarlo tropieza con la falta de consenso sobre su validez o por restricciones de índole practico.

A su vez, la enorme expansión monetaria genera movimientos divergentes entre las paridades de las monedas relevantes, siendo la única constante la apreciación inexorable del dólar lo cual aplica presiones deflacionarias sobre los precios de las exportaciones de los países que pertenecen al área dólar.

La yuxtaposición de esas realidades hace que la demanda agregada a escala global, fuente del comercio internacional, haya perdido la exuberancia de la década pasada. Un dato lo dice todo: por vez primera en mucho tiempo el comercio mundial ha caído (-12%) sin avizorarse aun dónde está su piso. Lo preocupante es que todo confirma una fase contractiva a escala global donde las opciones de regenerar crecimiento en el corto plazo lucen escasas.

Esto ha pegado duro potenciando los efectos de una crisis política en plena efervescencia en Brasil y dificultando una salida vigorosa de Argentina quien a su vez está saliendo de un periodo extraordinario de su historia reciente.

Por consiguiente, al impacto del enfriamiento de la economía global Uruguay debe agregarle los efectos de una región a la cual le llevará un tiempo recuperar ritmos de crecimiento importantes.

Con este escenario complejo se debe reflexionar y actuar en consecuencia. En lo inmediato corresponde revisar el Presupuesto Nacional pues esta diseñado sobre proyecciones desalineadas con la realidad. De no hacerlo el déficit fiscal seguirá aumentando lo que recreará otra ronda de efectos adversos, incluido el aumento del endeudamiento público.

Pero la reflexión también nos lleva a pensar en el mediano plazo para buscar cuáles son las fuentes de crecimiento subutilizadas que nos harán arrancar nuevamente en este escenario complejo. En realidad, el alto crecimiento económico del pasado se apoyó en sectores que tenían su potencial adormilado, y que estaban a las espera de mejores condiciones de mercado. La agricultura es el ejemplo típico. La forestación culminó un largo proceso iniciado décadas atrás que la convirtió en un puntal de crecimiento. Pero la mayoría de estas fuentes de crecimiento han agotado su margen de expansión significativa pues llegaron a su frontera de posibilidades productivas.

Estos ejemplos hacen pertinente preguntas tales como de por dónde buscar más crecimiento económico significativo. Es necesario crear políticas sectoriales de promoción similares a las implementadas en el sector forestal décadas atrás? O una mejor inserción internacional será suficiente para explicitar crecimiento potencial sectorial oculto?

¿O es necesario identificar paquetes promocionales orientados a sectores específicos con potencial exportador como son la mayoría de los servicios?

Sobre estos temas es donde estaría centrado un debate impostergable.

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Christine Lagarde, directora del FMI. Foto: Reuters

CARLOS STENERI

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