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Creación de un ignorante

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Donald Trump. Foto: Reuters.
© Eduardo Munoz / Reuters

De verdad, Donald Trump no sabe nada. Es más ignorante sobre políticas públicas de lo que es posible imaginar. Sin embargo, su ignorancia no es tan exclusiva como podría parecer: de muchas formas, solo está haciendo un trabajo torpe al canalizar tonterías ampliamente populares en su partido y, hasta cierto punto, entre los "intelectualoides", en general.

Días atrás, el presunto candidato presidencial republicano finalmente reveló su plan para hacer grande a Estados Unidos otra vez. Básicamente, implica administrar al país como un casino que va a la quiebra: podría, aseveró, "negociar" con los acreedores para que reduzcan la carga de la deuda, si sus extravagantes promesas de crecimiento no funcionan.

La reacción de todos los que saben algo de finanzas o de economía fue una mezcla de horror lleno de estupor y de asombro horrorizado. Uno no sugiere con indiferencia tirar a la basura la reputación de Estados Unidos, cuidadosamente cultivada, de ser el deudor más escrupuloso del mundo; una fama que se remonta hasta Alexander Hamilton. La solución de Trump privaría, entre otras cosa, a la economía mundial de su activo seguro más crucial, la deuda de Estados Unidos, en un momento en el que los activos seguros ya son escasos.

Claro que podemos estar seguros de que Trump no sabe nada de esto y no es probable que se lo diga alguien de su séquito. Sin embargo, antes de simplemente ridiculizarlo, preguntemos de dónde, realmente, provienen sus malas ideas.

Primero que nada, es obvio que Trump cree que Estados Unidos podría fácilmente encarar una crisis de la deuda. ¿Pero, por qué? Después de todo, evidentemente que los inversionistas, que están dispuestos a prestarle a Estados Unidos a tasas de interés increíblemente bajas, no están preocupados por nuestra deuda. Y hay buenas razones para su tranquilidad: los pagos de los intereses federales son de solo 1.3% del PIB o 6% del gasto total.

Estas cifras significan tanto que la carga de la deuda es bastante reducida, como que hasta un repudio completo de ella solo tendría un efecto menor en el flujo de efectivo del gobierno.

Entonces, ¿por qué Trump habla siquiera de este tema? Bueno, una respuesta posible es que muchas personas supuestamente serias han estado, desde hace años, exagerando la presunta amenaza que representa la deuda federal.

Por ejemplo, Paul Ryan, el presidente de la Cámara de Representantes, ha advertido repetidamente sobre "la crisis de la deuda que se avecina". En efecto, hasta no hace mucho, toda la élite de Washington parecía estar bajo la influencia del "BowlesSimsonismo", con su aseveración de que la deuda era la mayor amenaza que enfrentaba el país.

Gran parte de esta histeria por la deuda realmente se trataba de intimidarnos para recortar la seguridad social y Medicare, razón por la que muchos de los autoproclamados halcones fiscales también estaban ansiosos por reducirles los impuestos a los ricos. Sin embargo, aparentemente, Trump no estaba en esa estafa en particular y se toma seriamente el susto de la deuda. ¡Qué triste!

No obstante, aun si entiende mal la situación fiscal, ¿cómo puede imaginar que estaría bien que Estados Unidos no pague? Una respuesta es que está extrapolando su carrera en los negocios, en la que le ha ido muy bien contrayendo deudas y luego alejándose de ellas.

Sin embargo, también es cierto que gran parte del Partido Republicano comparte su indiferencia hacia la moratoria. Hay que recordar que el ala congresista del Partido decidió sacarle concesiones al presidente Barack Obama utilizando la amenaza de una moratoria innecesaria, al negarse a aumentar el techo de la deuda.

Y bastantes legisladores republicanos defendieron esa estrategia de extorsión al argumentar que la mora no sería tan mal, que, incluso, sin el acceso a fondos, el gobierno estadounidense podría "priorizar" los pagos y que la perturbación financiera no sería un gran problema.

Dada esa historia, no es tan difícil entender por qué el candidato Trump piensa que tiene sentido no liquidar totalmente las deudas.

Lo importante de lo que hay que darse cuenta es, entonces, que cuando Trump dice tonterías, por lo general, solo está ofreciendo una versión pomposa de una posición generalizada en su partido. De hecho, es asombroso cuántos "trumpismos" ridículos apoyó antes Mitt Romney en el 2012, cuando dijo que la verdadera tasa de desempleo excedía, con mucho, a las cifras oficiales, hasta su aseveración de que podía generar prosperidad empezando una guerra comercial con China.

Nada de esto debe tomarse como excusa para Trump. El punto, más bien, es que su despreocupada falta de conocimiento sigue, en gran medida, a las actitudes de no saber nada del partido que ahora encabeza.

Y solo para que conste: no, no es lo mismo al otro lado del pasillo. Es posible que Hillary Clinton no caiga bien, es posible estar en marcado desacuerdo con sus políticas, pero ella y la gente a su alrededor, sí saben de lo que hablan. Nadie tiene el monopolio del saber, pero en estas elecciones, un partido ha arrinconado, en gran medida, al mercado de la ignorancia pura.

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Donald Trump. Foto: Reuters.

PAUL KRUGMAN

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