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La Argentina devorada

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Manifestaciones contra el "2 x 1" en Argentina. Foto: EFE

Argentina debería ser un país desarrollado, pero no lo es. ¿Por qué? Estábamos entre los diez países con mayor ingreso per cápita, hace cien años. Fuimos el granero del mundo.

Recibíamos corrientes migratorias de toda Europa. Supimos ser el faro cultural de América Latina. Aquí se imprimían los libros importantes de habla hispana para todo el mundo. Fuimos el primer país de América Latina en lograr la alfabetización, el subte. De los primeros de la región en tener el ferrocarril esparcido por toda la geografía de nuestro país.

Hoy nuestro ingreso per cápita languidece en la mitad inferior de la tabla. Apenas terminada la Segunda Guerra Mundial se decía que podíamos ser Australia. Hoy Australia tiene un ingreso per cápita casi cinco veces superior al nuestro. A mediados de los 90 competíamos con Brasil por el liderazgo de América del Sur. Hoy Brasil se sienta como invitado a las reuniones del poderoso G-7 mientras Argentina lucha por no perder su posición de preeminencia respecto de Colombia, Perú, Ecuador o Bolivia. Chile ya tiene un ingreso per cápita superior al nuestro, cuando en 1945 lo duplicábamos.

¿Qué nos pasó para que sufriéramos esta auténtica implosión económica?

Esta es una sociedad que hace unos cien años (por lo menos desde fines de la Primera Guerra Mundial) comenzó a alejarse de los ideales de la auténtica libertad política, el republicanismo, el respeto a las instituciones, el libre comercio como principio rector de la asignación de recursos, el capitalismo de la libre competencia como forma de acumulación de la riqueza y la excelencia educativa como eje rector de la meritocracia social.

Cuando nos alejarnos de estos valores, Argentina quedó presa de un empresariado prebendario y una clase política y un sindicalismo corruptos que le hacen de socios. El empresariado prebendario se enriquece sin esfuerzo competitivo y luego reparte entre los tres los frutos de sus ganancias espurias.

Sin competencia con el mundo, gracias a esa estafa llamada sustitución de importaciones o "vivir con lo nuestro", la élite empresaria nos impone los precios que se le antojan. La eficiencia económica no puede importarle menos. Menos aún le importan las consecuencias que esto tiene sobre los niveles de pobreza y la inequidad con la que se distribuye el ingreso.

Es cierto que la eficiencia económica no tiene nada que ver con el modo en que se distribuye el ingreso (aunque sí está relacionada inversamente con la pobreza), pero es probable que cuanto más se deba competir para ganar dinero y prosperar, más verdadera conciencia social se tenga. De hecho, los números muestran que cuanto más competitivos y eficientes son los países, mejor es su distribución del ingreso.

La idea del industrialismo a la argentina consiste en cerrar todo lo que se pueda la economía a la competencia importada de bienes finales (pero que se pueda importar con aranceles bajísimos los insumos para producir, de modo que la protección efectiva para la industria sustitutiva de importaciones sea máxima). Además, el agro tiene que tener una rentabilidad mínima para que haya alimentos baratos que aumenten el salario real y las masas urbanas tengan mayor capacidad de comprar bienes industriales (y para que, de paso, el gobernante de turno tenga votos a raudales). Para esto, confiscamos la rentabilidad (no la "renta") agropecuaria gracias a las retenciones a las exportaciones y las prohibiciones para exportar alimentos. Si el agro no puede exportar, o si se ve obligado a exportar a precios menores a los internacionales, el alimento queda acá, no "huye" demandado por los compradores ricos del exterior, y así la mesa de los argentinos queda barata.

Un modelo así sólo se sostiene mientras circunstancias internacionales extraordinarias lo permitan. El agro aguanta mientras un precio excepcional de la soja compense el atraso cambiario. La producción de petróleo y gas aguanta gracias a inversiones anteriores hasta que se desploma la producción. Las exportaciones industriales desaparecen por falta de competitividad y por las represalias de otros países. Los depósitos y el crédito se sostienen hasta que la inflación y el atraso cambiario hacen de la compra de dólares el único refugio contra la expoliación de las tasas de interés negativas. El aumento del gasto público y la presión impositiva se sostienen hasta que empieza la contracción económica y el déficit fiscal se vuelve inmanejable.

Argentina tiene un futuro próspero como Australia, Nueva Zelanda, Chile y tantos otros países similares, sólo si cambia 180 grados lo que viene haciendo en el último siglo. Tiene que abrir su economía al comercio para explotar sus ventajas comparativas en el agro, el petróleo y la industria exportadora y tiene que tener un Estado pagable (no este que se devora el 50% de los ingresos de los que están en blanco por la presión impositiva salvaje que pagan) y que no tenga déficit. Seguir insistiendo en el populismo industrial sólo cristalizará más nuestra decadencia ya secular.

¿Cómo se inserta lo que está haciendo el Presidente dentro de esa tendencia? Las políticas económicas del gobierno no se sostienen. Macri tiene que rectificar rumbos. El fisco tiene un gasto público impagable y un déficit fiscal que Cambiemos lo ha agravado al nivel de 8% del PIB (fue 7% del PIB en el último año del kirchnerismo), record histórico y difícil de financiar en el mediano plazo.

En cuanto a la apertura de la economía, el gobierno sigue lanzando planes que incluyen ayudas y subsidios a los sectores históricamente protegidos al mismo tiempo que suspendió la baja de retenciones a la soja dejándolas en 30%. O sea, luego de haber abierto algo la economía al principio de su mandato con la eliminación de las DJAI, ésta se volvió a cerrar al comercio.

Pero bajar el déficit implica bajar el gasto público nominal mientras que ir a una economía más abierta requiere de devaluar, dos cosas "prohibidas" hasta después de las elecciones de octubre próximo. Veremos qué pasa después de esa fecha.

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Manifestaciones contra el "2 x 1" en Argentina. Foto: EFE

JOSÉ LUIS ESPERT

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