Con El amante japonés, Isabel Allende vuelve a San Francisco y a las historias románticas, esta vez entre dos veteranos.

Después de su primera incursión en el género policial con El juego de Ripper (2014), Isabel Allende vuelve a las historias que más entusiasman a su público en El amante japonés (Sudamericana, 354 páginas, $ 550). Es el regreso de los amores y desamores, de los sentimientos, de ese lenguaje en el que ella se mueve con soltura y de San Francisco (California) como el escenario donde se desarrolla la acción, y donde la escritora viva en lengua española más leída del mundo vive, paradójicamente, una rutina en inglés.

"Son dos historias de amor que se entrecruzan: la de una pareja joven y la de una pareja vieja, vista ésta con la distancia generacional que comporta la mirada de la gente joven… La vejez es deprimente, por más que la poetices", dijo Allende a El País de Madrid sobre su 21ª novela. La historia comienza en 2010 cuando una dama adinerada decide abandonar su mansión para refugiarse en una residencia de ancianos con unos clientes especiales. Su altivez le obliga a mantener la distancia, tanto con sus compañeros de edificio como con trabajadores de la residencia, excepto con Irina Bazili, una joven de Moldavia, a la que convierte en su colaboradora y amiga. En medio de tanta cotidianidad, la joven descubre algunas cartas en sobres amarillos que contienen misteriosas historias. Y la pluma de Allende va del presente al pasado para volver, luego, al momento actual.

Para Allende, la escritura es una rutina conocida. Publicó su primera novela en 1982, La casa de los espíritus, obra que se convirtió en uno de los títulos míticos de la literatura latinoamericana. Ni en aquella oportunidad ni en esta, la autora hizo un guión previo de la obra. "La ficción es orgánica para mí; empiezo a escribir y muy a menudo me meto en un callejón sin salida", explica. Sin embargo, el oficio le fue dando técnica. "Entonces releo en voz alta y el instinto me dice si me queda demasiado triste, largo o deprimente… Y entonces coloco tres adjetivos en ese párrafo y éste cambia de color, con un mínimo ajuste, como si fuera bisutería: pongo palabras como tanteando, deslizando piedrecillas". Lleva 65 millones de ejemplares vendidos y fue traducida a 35 idiomas.

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