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Un viaje por el amigable amazonas peruano

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Reserva Nacional Tambopata

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A orillas del río Madre de Dios, la Reserva Nacional Tambopata es una de las áreas de biodiversidad más valiosas del planeta, donde el turismo se ha desarrollado en estos últimos años.

Reserva Nacional Tambopata

En el Amazonas el silencio no existe. A las cinco de la mañana despertás con los primeros rayos del sol y el chirrido agudo de los grillos que sonaba cuando te acostaste sigue tal cual: como un mantra incesante. Claro que hay más. Ahora no solo se escuchan insectos, ranas o aves: al alba también se escucha un largo y extenso rugido, como si fuera un jaguar hambriento a pocos metros de la cabaña. Es el rugido de un mono aullador —o quizás de dos, tres o cuatro de ellos—, una de las miles de especies que habitan en los alrededores de la Reserva Nacional Tambopata, en el Sureste de Perú, a orillas del enorme y serpenteante río Madre de Dios.

Más tarde, cuando salís de tu cabaña, después de darte un baño de repelente y ponerte otra vez los mismos pantalones color caqui y la imprescindible camiseta manga larga para evitar el sol y las picaduras, la selva todavía sigue rugiendo. Pero ahora es el sonido del motor de una lancha de madera que remonta el río Madre de Dios a toda velocidad, y que te deja en un punto llamado Quebrada Gamitana, donde por un momento la selva parece haber sido domada.

Aquí hay gente trabajando en una chacra de cultivo, con plátanos, gallinas, cacao y otras frutas tropicales. Hay también un "muestrario" de especies emblemáticas de flora amazónica. Y entonces comenzás a caminar entre los árboles de esta selva y todo comienza a parecer cotidiano. El calor, la humedad, los mosquitos, los saltamontes y hormigas del porte de tus dedos, el rugido de los monos aulladores, la verde exuberancia de las plantas. Finalmente te adentraste en la selva más grande y misteriosa del planeta y, casi sin darte cuenta, ya estás empezando a disfrutarlo.

La Reserva Tambopata es un área protegida de 274 mil hectáreas, ubicada 45 kilómetros al Sur de la ciudad de Puerto Maldonado, que las guías destacan por "su incalculable riqueza en biodiversidad": aquí se han contabilizado 632 especies de aves, 1.200 de mariposas, 169 de mamíferos, 103 de anfibios y 67 de reptiles, sin incluir otros insectos o plantas.

Solo accesible por lancha, Tambopata es una de las tres zonas más importantes de conservación de la región de Madre de Dios, en el Sureste del Perú, junto con el Manu, que está más cerca de Cusco, y el Parque Nacional Bahuaja-Sonene, que está un poco más hacia el Sur. Un sitio que fue habitado por tribus amazónicas, mucho antes de que los incas establecieran aquí una parte de su imperio. Que luego fue descubierto por los españoles —quienes venían en busca de la mítica ciudad de El Dorado— y que más tarde, hacia mediados del siglo XIX, tuvo su auge en torno a la industria del caucho. De hecho, la ciudad más cercana se llama así, Puerto Maldonado, como un homenaje al coronel peruano Faustino Maldonado, quien en 1861 montó una expedición para recorrer el río Madre de Dios en busca de este producto y que, después de batallar con diferentes tribus y mapear todo el largo del río, se ahogó en las caídas y rápidos del río Madeira, principal afluente sur del Amazonas.

Por largo tiempo, esta fue una región aislada y de difícil acceso, lo que ha venido a simplificarse recién hace unos años, con la apertura de la Carretera Interoceánica Brasil-Perú, cuyas obras principales terminaron en 2010. Esto redujo, por ejemplo, el traslado en bus desde Cusco: antes tomaba unas 30 horas venir por tierra hasta Puerto Maldonado; ahora se puede hacer en unas diez.

Actualmente toda esta zona vive de la actividad maderera, del cultivo de castañas y, principalmente, de la extracción de oro en las riberas del río Madre de Dios. Sin embargo, esto se hace de forma ilegal, pues se utilizan equipos hidráulicos, maquinaria pesada y mercurio para amalgamar el oro, químico que daña y contamina los bancos de los ríos.

Por lo mismo, el ecoturismo ha emergido como una especie de salvación para toda esta zona. Los primeros lodges aparecieron a mediados de los años 70. Fue en la misma época en que la comunidad indígena eseeja del sector de Infierno, a orillas del río Tambopata —el otro gran río de esta región—, recibió de parte del Estado peruano el título de propiedad de una parte del territorio que hoy ocupa la reserva, que fue creada oficialmente recién en el año 2000.

Desde entonces, la zona de Tambopata se ha ido consolidando como el destino más organizado —y más cómodo— para explorar el Amazonas peruano. Un territorio que, de cierto modo, ha sido "domesticado" para el turismo por los mismos hoteles (acá les llaman "albergues"; se estima que son alrededor de 40), a través de la creación de una serie de sencillos senderos de caminata, puentes colgantes y paseos en bote por el río, excursiones siempre dirigidas por guías locales, que permiten acercar el misterio y fascinación de la selva a gente común y corriente.

La cadena de hoteles peruana Inkaterra es uno de ellos. Cuenta con una concesión de 10 mil hectáreas en los alrededores de la reserva nacional, destinadas a la conservación, investigación, al trabajo con comunidades locales y al ecoturismo. Tiene tres lodges a orillas del río Madre de Dios: dos de lujo (Reserva Amazónica y Hacienda Concepción) y uno que abrió recién hace un año, llamado Field Station, enfocado a recibir científicos y estudiantes universitarios para sus trabajos de campo. Son cabañas de madera con techo de paja en medio de la selva, muy bien diseñadas, con mallas y mosquiteros que impiden el paso de los bichos —aunque algunos entran igual—, comedores y áreas para clases e investigación. Un turista más aventurero y con menos presupuesto podría elegir quedarse en Field Station, para compartir con los científicos e incluso salir con ellos. Otros viajeros, más cómodos, optarán por los hoteles de lujo. El entorno, las excursiones y los animales serán los mismos.

"No esperes ver nada y la selva te va a premiar", dice Erick Arguedas, administrador del Field Station, que lleva 14 años guiando turistas por el Amazonas. Es una húmeda tarde de noviembre, ha llovido a ratos todo el día y acabamos de llegar a Field Station con la ropa mojada, pero de sudor. Arguedas nos está introduciendo al salvaje mundo de Tambopata. Nos dice, por ejemplo, que no se nos ocurra llevar comida a nuestras cabañas: atrae a los bichos. Que solo habrá luz eléctrica por las mañanas y en la noche, hasta las once. Que estaremos sin teléfono, aunque en Field Station sí hay Internet (por razones científicas). Y que por más que los senderos estén marcados, no debemos nunca caminar solos ni, menos, salirnos de la huella: la selva puede ser realmente peligrosa. También nos insiste en que aquí la naturaleza manda.

"No te puedo decir que vamos a ver monos o tucanes", dice Erick, mientras afuera se escucha el canto de varios pájaros a la vez. "Tampoco que veremos un jaguar: para eso necesitamos adentrarnos más en la Amazonia, acampar, esperar pacientemente. Pero cualquier cosa puede pasar. Esto es la jungla. Vamos a ver qué es lo que la naturaleza nos ofrece".

En Tambopata la naturaleza ofrece. Si vas a la laguna Sandoval, el gran hito natural de la reserva del mismo nombre, a la que se llega después de una caminata de hora y media por la selva, se puede ver y escuchar el particular gemido de las nutrias o lobos de río, que nadan curiosas entre las canoas. También ver y escuchar al hoacín, una colorida gallina salvaje con un característico moño de plumas, que acá conocen como "shansho" y que emite un fuerte y particular sonido: como el de un perro jadeante. Y mientras el guía rema entre los aguajales —zonas pantanosas donde crece una palmera llamada aguaje, y que es por donde se desplazan las anacondas—, comprobás que las nubes negras van y vienen como las mariposas que vuelan entre las rosas, y que si una se pone justo sobre tu cabeza, no habrá impermeable que aguante: el aguacero será torrencial y fulminante. 

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